Ser K

Por Adrián D’Amore

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde aquel (lejano) 25 de mayo de 2003 en que Néstor Kirchner asumiera la Presidencia de la Nación.

Si puede considerarse a esa fecha el nacimiento formal del kirchnerismo como expresión política nacional con ambición de mayorías, más difícil resulta desbrozar la conformación aluvional de hechos, símbolos y figuras con que ha ido construyendo su identidad y carácter al calor del poder.

Derechos humanos. Renovación de la Corte. Aumento a jubilados. El cuadro de Videla descolgado del Colegio Militar. Paritarias. No al FMI. El Estado metido en la economía. La determinación de no reprimir protestas callejeras. Congelamiento de tarifas. El Mercosur y latinoamérica como prioridad en el ruedo internacional. Estas y algunas otras decisiones marcaron la impronta K de los dos primeros años de gobierno, salpicadas por una palabrita burbujeante: transversalidad. Lo cierto es que en ese lapso el establishment reculó, cedió posiciones, seguramente mucho más en el terreno de lo simbólico que en el saldo de la cuenta corriente. Pero algo es algo. Mucho, si se lo compara con la actitud servil de Cavallo, De la Rúa y Menem.

Las elecciones legislativas de 2005 coronaron a Cristina senadora por la provincia, doblaron el porcentaje de votos del kirchnerismo a nivel nacional con respecto a 2003 y sepultaron al menos tres elementos: a Eduardo Duhalde, a la transversalidad y, fatalmente, a la iniciativa política demostrada hasta entonces.

Si se quiere, después de aquel octubre el Gobierno empezó a perder el brío que marcaba la agenda de propios y ajenos. De hecho, hay que hablar «del Gobierno», ya que sonaría desmesurado adjudicarle esa cualidad al kirchnerismo, un colectivo aun demasiado difuso para encarnar tamaño liderazgo. Así, los grupos de poder concentrado (económico, sindical, mediático, por nombrar algunos) comenzaron a recuperar terreno. A la vez, la aparente «vuelta de la política» que oxigenó los primeros tiempos de Kirchner se fue desinflando a la vera de un modo de construcción (¡construcción?) hermético que sólo condujo a la desmovilización militante. Enterrada la transversalidad, la Concertación Plural no le paró el entusiasmo a nadie. La teatralización de un nuevo marco de alianzas quedó fijada en la Plaza del 25 de mayo de 2006, punto de inicio de un derrotero que, groseramente, tiene hoy su línea de llegada en la normalización del PJ con el pingüino mayor a la cabeza.

Entonces, ¿Qué es ser K? O como bien se pregunta el Escriba aquí, «¿Qué implica apoyar determinadas políticas o el posicionamiento que el kirchnerismo adopta en el debate público?». Este informe especial de Revista ZOOM se propone aportar algunos datos y preguntas para pensar al respecto. La proyección de Scioli, la aparición renovadora de los nuevos intendentes del conurbano, el papel de los movimientos sociales. Hechos y gestos que describen con qué ropas se viste hoy el kirchnerismo.

Reflexionar sobre estas cuestiones no supone un ejercicio de vano solaz intelectual. El conflicto con las patronales agropecuarias y su desprendimiento, la pelea con el Grupo Clarín, han puesto en blanco sobre negro una disputa de poder entre dos modelos en pugna. Uno probado, con muchas horas de vuelo, el que siempre ha encarnado la derecha económica en sus distintas variantes. El otro en período de prueba, que en su formulación privilegia los intereses populares y democráticos, pero cuyos defensores se parecen demasiado a la Armada Brancaleone.

¿Puede el Gobierno recuperarse y dar vuelta una pulseada que hoy lo tiene a la defensiva? ¿Puede dar un golpe de timón que le permita pasar de pantalla, cambiar el escenario y pegar un salto cualitativo? Si en el futuro nos vemos obligados a hablar más del kirchnerismo (¿o poskirchnerismo?) que del Gobierno, quizá lo haya conseguido. La clave, como siempre, será la política.

Si no se abre la puerta para arriesgar una nueva movida, probablemente le queden fuerza y mañas para aguantar los chubascos hasta que en el año 2011, para mal de todos, desembarque una versión más civilizada de lo peor.

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