El precio de una rebeldía

Sobre la denuncia de Nisman contra CFK: operaciones, los efectos de un kirchnerismo lanzado al vacío y las trampas de una causa trabada en el pantano de la impunidad.

Todas las causas judiciales operadas contra Cristina Fernández de Kirchner para sacarla de la cancha en la que la mantienen sus votos (pocos para volver a la presidencia, demasiados para jubilarla) tienen flaquezas legales ostensibles. Pero ninguna es tan burdamente inconsistente como la denuncia del ex fiscal de la causa AMIA, Alberto Nisman, por presunto encubrimiento del atentado. Ni tan canalla, porque se trata de otra pieza de la verdadera construcción de impunidad en el marco de la muerte de ochenta y seis personas. La acusación a Irán se acordó entre los diversos interesados en la cuestión a pocas horas de la voladura y, como no se sostiene en un solo elemento de validez jurídica, “descansa en recursos políticos y publicitarios”, según la acertada fórmula con que definiera esta trama alguna vez Horacio Verbitsky. La descalificación ad hominem de esta conclusión del periodista de Página/12 por su simpatía kirchnerista sería la respuesta obvia de quienes hacen de la denostación de la presidenta mandato cumplido su rutina. El problema es que varios de esos insultadores aseguraban lo mismo acerca de la investigación que no es tal hasta que el objeto de su furia se les cruzó también en esa convicción, que entonces desecharon tan fácil y rápidamente como otras.

 

Cuando CFK ordenó negociar con Irán el famoso documento de entendimiento decidió en sentido correcto. Así, el Estado argentino, por primera vez en casi dos décadas, intentó comenzar a desandar la ruta del ocultamiento que casi sin excepciones todos han acatado desde que todavía no se había evaporado el polvo de los escombros del edificio derruido. Pero desató con ello reacciones poderosísimas que no supo evaluar, y/o para cuyo contragolpe no se pertrechó bien. La mano metida en la ex SIDE fue una profundización de esa línea, porque los servicios de inteligencia locales, y su relación con los de EEUU e Israel, son la base de lo que Jorge Lanata –por citar a uno de los antikirchneristas que cambió de opinión llamativamente en este asunto, otro es Gabriel Levinas– llamó cortinas de humo. Es que, justamente, el espionaje doméstico se insubordinó a su mando natural a partir del giro geopolítico que implicó el Memorándum.

“CFK desató reacciones poderosísimas que no supo evaluar y/o para cuyo contragolpe no se pertrechó bien”

Sería ya redundante insistir en los agujeros del dictamen póstumo de Nisman, por el que su colega Gerardo Pollicita acaba de pedir la indagatoria de la líder de Unidad Ciudadana como primer acto de campaña de cara a las elecciones de octubre. La cuestión la liquidó quien era titular de Interpol al momento de celebrarse el tratado, Ronald Kenneth Noble, quien a poco de la presentación contra CFK del ex esposo de Sandra Arroyo Salgado aclaró que no sólo el gobierno kirchnerista nunca pidió la baja de las órdenes de captura internacionales contra funcionarios iraníes (eje clave de la imputación nismanista), sino que fue reiterativo en lo opuesto. Esos detalles decisivos no preocupan a quienes hacen política a través de la judicialización del adversario. Para algo mandan sobre tribunales y medios de comunicación: con el ruido que pueden hacer con ambas herramientas les alcanza y les sobra.

 

La defensa de la dos veces jefa de Estado será eficaz sólo si se convence en ir a fondo en lo que hasta ahora nunca ha terminado de decir con todas las letras: Irán no tuvo nada que ver con la masacre, que además no fue parte de conflictos bélicos ajenos. De otro modo, y aunque seguirá sin haber nada que la incrimine, se quedará a mitad de camino, y por ende al alcance de las enredaderas que la tienen a maltraer. Podría ayudarse con argumentación de Lanata, por extraño que suene esto. En YouTube hay disponibles unos videos muy ricos del infotainer del Grupo Clarín hablando sobre el primer dictamen de Nisman como fiscal del caso, de fecha 2006. Allí califica al expediente, en el que no se ha avanzado un solo centímetro desde aquella época –pero que ya era disparatadamente voluminoso–, lisa y llanamente de “nada”. Y con idéntica dureza amonesta al pedido de detención de Nisman, convalidado por el juez Rodolfo Canicoba Corral con salvedades de las que poco se habla.

 

(Digresión: es difícil a esta altura establecer la verdad de los hechos, luego de años de barro sobre la averiguación. Hay valiosísimos aportes al respecto del periodista Juan José Salinas, quien investigó paralelamente el atentado contratado por AMIA y fue despedido cuando presentó sus conclusiones. Pero si no adquieren rango judicial, lo cual se descartó adrede, no pasan de meras hipótesis. Sí es posible, en cambio, aseverar qué no ocurrió: todo lo que hay hoy en la causa.)

“El espionaje doméstico se insubordinó a su mando natural a partir del giro geopolítico que implicó el Memorándum”

Conviene recordar que los ocho iraníes cuya captura solicitara Nisman, que siguen vigentes, ya figuraban entre los veintidós que habían requerido sus antecesores Eamon Mullen y José Barbaccia a principios de 2003. Uno de esos imputados, Hadi Pur, fue efectivamente apresado en Londres pocos meses después, y liberado casi inmediatamente por falta de pruebas. Eso le costó al Estado argentino una reparación dineraria y un reproche de Interpol por la liviandad con que se había manejado. Tampoco hay que olvidar que el tramo del proceso que este episodio integró fue invalidado la primera vez que llegó a juicio oral, remoción mediante del entonces juez a cargo, Juan José Galeano, y asimismo de Mullen y Barbaccia. Todos ellos, junto al ex presidente Carlos Menem, su ex ministro Carlos Corach y su ex secretario de Inteligencia Hugo Anzorreguy, fueron a consecuencia de ello procesados por… encubrimiento, juicio que aún duerme el sueño de los justos.

 

Dicho sencillo: el resultado de la primera instrucción del caso AMIA, que seguía una lógica ciento ochenta grados inversa a la del Memorándum por el que hoy se persigue a CFK, fue anulado por considerarse truchas las acusaciones que produjo.

 

Si, como Lanata afirmaba con seguridad, el expediente y las acusaciones que se derivaron del mismo son nada, si el Memorándum de Entendimiento no altera alertas rojas cuya inteligencia fue impugnada en otros momentos por la misma justicia federal que hoy pretende reivindicarlas, la pregunta es obvia: ¿qué es lo que se imputa a Cristina Fernández haber intentado encubrir? Teniendo en cuenta, sobre todo, que el pacto con Irán, pese a sus buenas intenciones, naufragó. Es decir, si el sólo hecho de haber apenas contradicho sin efectos concretos la historia oficial significó una contestación tan ruda, queda claro el valor que asignan sus promotores a la leyenda que organizaron.

 

Al parecer, muchos de quienes se burlaban de los relatos se miraban a un espejo cuando lo hacían.

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