«Vulnerables», una serie argentina pionera en salud mental

Un elenco de lujo, un guion inteligente y una producción audaz. "Vulnerables" fue una de las series más exitosas de la televisión argentina. Por Mariano Pacheco

Historias mínimas y contundentes

Inés Estévez es Jimena, la mujer-nena que, sobreprotegida de manera asfixiante por su madre (que le da las pastillas que ella misma toma como si fueran caramelos), padece incontinencia urinaria (una joven-meada, que se hace pis porque su cuerpo expresa el sufrimiento subjetivo que se le torna insoportable).

Gustavo Garzón es Antonio, un fotógrafo que se pasa el día dudando entre abandonar su trabajo en la morgue (donde debe retratar cadáveres) y dejar la relación sofocante que mantiene con su mujer que es policía. No puede cortar con su dinámica laboral (aunque se le presenten oportunidades), ni con la dinámica de su pareja.

Damián De Santo es Gonzalo, el “nene” que, con todo el dinero que sostiene a su familia, no puede, sin embargo, sostenerse a sí mismo; no al menos sin tomar cocaína, aturdido por un padre empresario que no deja de maltratarlo (al punto de pedirle que se drogue con él) y una madre alcohólica que termina enamorada de su novia.

Sandra Mihanovich es Alejandra, la mujer que no puede salir a la calle los domingos porque quedó traumada por un novio que la dejó ese día de la semana. Vive encerrada en su casa-taller en donde trabaja arreglando marcos de cuadros, sobreprotegida por una familia que le oculta un secreto en torno a la muerte de su pequeño hermano, y un novio que, como es una suerte de salvación económica del hogar, no puede dejar.

Soledad Villamil es Cecilia, una paisajista independiente que pretende con su sensualidad y vida afectiva desapegada “competir” con su madre femme fatale, a la que termina “ofreciéndole” de algún modo sus propios pretendientes (que mami toma como cazadora furiosa). Ella está imposibilitada de experimentar orgasmos, por más desenvuelta que se muestre en sus vínculos sexuales con numerosos hombres.

Y Alfredo Casero (en uno de los grandes papeles de su vida), interpreta al “Gordo” Roberto Chitti, un muchacho que vive con su madre y su hermano mayor, Enzo, con quien durante el día comparte la camioneta para trabajar como fletero, y por las noches la misma habitación en la que duermen (desde que eran niños), cuando no se desvela y sale a dar vueltas por la “zona roja” de la ciudad, para espiar con sus largavistas a las travestis que se prostituyen en el parque, actividad que alterna con su pasión por ver las películas protagonizadas por su actor favorito, Nik Nolte, de quien tiene un poster pegado en la habitación con el lema “Abuso” y de quien guarda una fotografía entre su ropa.

La troupe de seis historias (de seis “casos clínicos”) la completa Jorge Marrale en el papel de Guillermo Segura, el psicólogo brillante atormentado por el sobrepeso de su hijo preadolescente y enredado en conflictos matrimoniales que no es capaz de abordar con la misma sensatez con la que trabaja en el consultorio, y que busca rearmar un nuevo grupo tras una experiencia traumática que vivió con una paciente que se suicidó delante suyo en la puerta de su consultorio, que además es el mismo edificio del departamento en el que vive junto a su familia.

Siete personajes principales claves (¿cómo los siete locos de Roberto Arlt?) de una historia que nació para ser un unitario de un puñado de capítulos y que debido a su temprano éxito terminó sosteniéndose, en un canal central de la televisión, durante dos años.

Cultura de masas y calidad artística

La serie incorpora en su elenco secundario a otros actores y actrices de primer nivel, como Leonor Manso (María Elena Soria, mamá de Jimena); Cristina Banegas (Mercedes, madre de Gonzalo); Carlos Portaluppi (Elvio Dominicci –otra vez las resonancias con Arlt: el farmacéutico “bragueta” nos recuerda en su sonoridad al farmacéutico Ergueta–), en un personaje tan recordado que aun hoy se escuchan chistes sexuales apelando a su apellido. Pero también en rol principal, en su segunda temporada, a Alfredo Alcón y Nicolás Cabré (que como Casero, quizás haya hecho aquí su mejor papel dramático), en sus respectivos papeles de Leopoldo (el jocoso jugador que en las apuestas pierde su fortuna) y su hijo Martín Albarracín Larguía (el joven psicólogo que busca encauzar a su padre); María Leal (Lidia Moreno, la mujer a la que su hermano sacerdote le pedía que lo masturbara); y también Norman Briski, Rodrigo de la Serna, Luis Brandoni y Fernán Mirás, entre otros. Todos en papeles destacados que aquí no abordamos por cuestiones de espacio.

A este elenco formidable debemos sumarle a los guionistas Mario Segade y Gustavo Belatti, bajo dirección de Daniel Barone y Adrián Suar, que le dieron a la televisión argentina de aquel tramo final de la tormentosa década del noventa una trama que, si bien no era la de la mujer y el hombre común de a pie, tampoco eran las historias de locos y hospitales psiquiátricos con que a menudo se asociaba a la cuestión de la salud mental en la industria cultural.

Una flecha arrojada hacia el futuro

Mucho antes que otras producciones televisivas y de plataformas –Sol negro (2003), En terapia (2012), Normal y Todos quieren salvarse, (2020 y 2022)—, Vulnerables irrumpe en la TV argentina como una serie pionera en trabajar sobre el eje de la salud mental. Y lo hace sin psiquiatras, sin internaciones, con una referencia directa a su fundador Sigmund Freud (que aparece en un destacado cuadro colgado en la pared del consultorio). Lo hace poniendo en escena una dinámica de grupo, experiencia que, según destacan Enrique Carpintero y Alejandro Vainer en Las huellas de la memoria (sus dos tomos sobre el psicoanálisis y la salud mental en la Argentina) había llegado al país en los años cuarenta, de la mano de Enrique Pinchone Riviere, entonces Jefe de Servicio de Edad Juvenil en el Hospicio de las Mercedes, y en la década siguiente, con la producción teórica de Marie Langer, León Grimberg y Emilio Rodrigué.

Deseo y vida cotidiana

“Me gusta más de lo que podía imaginar”; “Igual me duele, pero no lo puedo evitar”; “esto es muy grande para mí, no lo puedo soportar”; “Si es por recordar, no recuerdo nada…”. Las frases las pronuncian los protagonistas de esta historia, en distintos momentos y en diferentes contextos, que no importan tanto aquí, ahora, ya que lo que intento subrayar es el proceso que altera, que desestabiliza pero que, en la medida en que el grupo hace algo con todo eso que le pasa a cada uno, sin mirar para otro lado, el proceso avanza.

Así es como, tras un año de trabajo, aparecen los que dejan la terapia porque pudieron superar los obstáculos que los llevaron al consultorio, e incluso algunos más, y sienten que tienen que seguir por el momento su camino sin ese espacio semanal; los que la dejan porque llegaron enredados con problemas y en el camino se enredaron aún más, incluso rompiendo pactos y la dinámica grupal; los que no pueden zafar de sus quilombos porque todo su entorno es un gran quilombo y no ven la hora de recomenzar; los que sortearon dificultades pero asumen que la nueva etapa les presenta nuevos desafíos que no pueden ni quieren asumir en soledad, o sin ese ámbito de abordaje colectivo de los padecimientos.

“Quiero decirles que estoy muy satisfecho del trabajo que hicieron, porque abona a las bondades del trabajo grupal. Creo que todos fueron muy valientes en encarar esas zonas oscuras a las que a veces nos cuesta tanto llegar. Pero fueron muy valientes y quisieron enfrentarse con la verdad, como para, de alguna manera, romper con esas estructuras internas, y externas, que nos atan, y que en definitiva nos impiden a veces conquistar la felicidad, o por lo menos, más modestamente, que nos impiden la concreción de algunos deseos”.

Con estas palabras el licenciado Segura hace un cierre de telón en la ficción televisiva, tras 38 capítulos emitidos semanalmente por Canal 13. Así la serietermina su primera temporada en diciembre de 1999. La Argentina también comienza a cerrar, lentamente, uno de los capítulos más oscuros de su historia: junto al terrorismo de Estado implementado por la última dictadura entre 1976 y 1983, el “menemato” –como lo dominaba David Viñas– impuso no sólo una situación de pobreza y precarización generalizada de las vidas populares, sino que también hizo proliferar durante una larga década numerosos malestares subjetivos. El proyecto neoliberal tiene entonces un llamado de advertencia en las urnas, pero aún faltan dos años para que sea derribado en las calles y se abra una nueva etapa para vida política y social del país y, también, para ese campo más específico denominado salud mental. En ese camino Vulnerables fue una producción pionera, que marcó un antes y un después en torno a cómo incorporar y abordar con seriedad esa dimensión de la experiencia humana que al fundador del psicoanálisis le gustaba comparar con la imagen de una ciudad enterrada que el arqueólogo de la subjetividad debía examinar para hallar restos ocultos de un pasado remoto.

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