Famoso por escribir libros de divulgación histórica con golpes de efecto y dueño de una imagen bañada de una pátina de democratismo y liberalidad, asumió como diputado nacional por Tucumán el abogado José Ignacio García Hamilton. Aliado incondicional del anticastrismo con residencia en Miami, hombre de la Fundación Atlas -abanderada del fundamentalismo de mercado- debutó como legislador con una burda provocación al presidente de la República Bolivariana de Venezuela.
García Hamilton -“Coché” para sus íntimos- nunca fue un militante político, pero pertenecer a la familia propietaria del diario La Gaceta le permitió coquetear con algún grupo de izquierda en los turbulentos años 70, ser candidato a vicegobernador de Tucumán por la UCR en la peor elección que realizó ese partido en su historia y acceder ahora a una banca por una alianza de un impresentable sector de la oposición provincial.
La primera aparición pública de García Hamilton como diputado nacional fue una insolencia propia de un señorito que se sabe y se siente impune: le preguntó al presidente Hugo Chávez si le pasó lo mismo que a Bolívar, que fracasó en su intento de ser presidente vitalicio de Venezuela.
Chávez le retrucó con educación e ironía, atributos que no suelen tener los “niños bien” como García Hamilton: “lo de Bolívar fue un terremoto, lo mío solo una brisita”.
García Hamilton empezó su carrera de periodista “bien de abajo”: jefe de redacción de La Gaceta, el diario de su familia. Corrían los años 70 y Tucumán era un polvorín siempre a punto de estallar. Entonces se vinculó a uno de los más importantes dirigentes estudiantiles de la combativa Universidad Nacional de Tucumán y militante del Movimiento de Liberación Nacional (el “malena”, en la jerga de la época).
Esa amistad y los aires revolucionarios que soplaban en la provincia lo colocaron en un lugar indebido, vinculado al progresismo. Su familia no se lo perdonó y lo echó. Con el dinero de la indemnización, según él, fundó un diario de efímera vida: El Pueblo.
En la redacción de ese diario confluyeron muchos jóvenes de variada extracción política, pero con un compromiso social a prueba de todo. La aparición del diario, que esperanzó a los sectores combativos de la provincia, coincidió con la fundación del sindicato de los periodistas, la Asociación de Prensa de Tucumán.
A poco de andar aparecieron las contradicciones inevitables entre patrones y trabajadores. García Hamilton, con el olfato que caracteriza a los de su clase, no lo dudó: borró de un plumazo a todos los jóvenes que habían adherido al sindicato y con pasión iniciaban una vida de acción y militancia gremial.
La lista de los cesanteados por García Hamilton en El Pueblo incluyó al guitarrista Juan Falú, (militante del Peronismo de Base, a quien García Hamilton había puesto a escribir en entregas diarias la historia de Evita, usada como gancho para aumentar las ventas); a las hermanas Cristina y Ana Lanziloto (del Partido Revolucionario de los Trabajadores, desaparecidas por la dictadura), al actual corresponsal de Clarín en Tucumán, Rubén Elsinger (del Frente de Izquierda Popular), a quien esto escribe (del Frente Antiimperialista por el Socialismo) y a otros compañeros cuyo único pecado había sido reclamar mínimas cuestiones laborales.
El diario El Pueblo, que había comenzado como una experiencia inédita en el periodismo tucumano, murió al cabo de un par de años, después de agonizar como un pasquín que vivía, en sus últimos estertores, nada más que para cobrar los avisos oficiales que publicaba. Sin embargo, la ultraderecha que comenzaba a enseñorearse en la provincia y en el país, no le perdonó a García Hamilton haber encabezado esa aventura y lo encarceló durante algunos meses.
En esos tiempos, García Hamilton integró un extraño nucleamiento denominado Grupo Evolución Tucumán (GET). Eran partidarios de la “evolución” y no de la “revolución”. Pese a ello, a raíz de las elecciones de 1973, tras pintar en las paredes tucumanas “gane quien gane pierde el pueblo”, el GET en masa, después de una autocrítica, se integró a Montoneros. Obviamente, García Hamilton no.
Una vez que recuperó la libertad, García Hamilton estableció residencia en Buenos Aires, donde vive. Eso no le impidió integrar la fórmula radical en 1991, acompañando como candidato a vicegobernador a Rubén Chebaia, un amigo que creyó que su vínculo con el diario La Gaceta le ayudaría a traccionar votos. Fue la peor elección que hizo el radicalismo de Tucumán en su historia: apenas 4% de votos.
Ahora, García Hamilton es diputado nacional por una alianza donde se juntaron los despojos de distintos sectores opositores al actual gobernador, José Alperovich. Errores del mandatario, más que valores propios, lograron lo que parecía imposible: entrar como el quinto diputado por la provincia, quedando los otros cuatro cargos para el oficialismo.
García Hamilton comenzó a saborear las mieles de la fama con un libro sobre San Martín que escandalizó a algunos al afirmar que el prócer fue hijo ilegítimo de Diego de Alvear con una india. Después fue tapa y titular de toda la prensa derechista y conservadora cuando el gobierno de Cuba le impidió entrar a la isla.
No era para menos: es habitué de las actividades que realiza en Miami el grupo anticastrista que allí reside. El mes pasado, recién elegido diputado, viajó a Miami para participar en la ceremonia de clausura de una feria del libro que no se caracteriza ni por su amplitud ni por su democratismo.
Allí compartió el panel de cierre con Carlos Alberto Montaner, un recalcitrante anticastrista, con antecedentes terroristas, cuyos vínculos con la CIA fueron probados y difundidos el año pasado, a propósito de un escándalo que involucró al diario El Nuevo Herald de Miami.
Los nexos de García Hamilton con los anticastristas vienen de lejos. En la Argentina es un amigo incondicional de CADAL, una institución cuyo objetivo central es el permanente ataque a la Revolución Cubana y la defensa del fundamentalismo de mercado. En CADAL ha disertado, su actividad es fervorosamente difundida y en sus publicaciones reporteado.
Precisamente, en un reportaje en CADAL dijo, entre otras cosas, que Fidel Castro y Hugo Chávez son una síntesis de Stalin, Franco y Mussolini. No debe sorprender a nadie tamaño desatino de parte de quien ha dicho que Martín Fierro es “el gaucho que se vuelve violento” y Eva Perón “la dama buena que regala lo ajeno”.
La provocación, el escándalo, el ataque artero contra todo lo que para él es populismo, socialismo, etc. son la materia de la cloaca donde abreva José Ignacio García Hamilton.