El manuscrito de un desaparecido de la ESMA

En apenas dos meses que duró su cautiverio clandestino en la ESMA, Jorge Caffatti ganó fama entre sus compañeros, y acaso entre sus propios captores, por un gesto que define al personaje: en una dramática emulación de Hugo del Carril, durante las aniquiladoras sesiones de picana eléctrica no dejaba de cantar la marcha
peronista, que luego mutaba por sus tangos preferidos, para curar las heridas.

En noviembre de 1978, Caffatti fue llevado a un «vuelo de la muerte» cuando tenía apenas 35 años y una historia personal donde se entrecruzaban, de manera sinuosa y apasionada, la radicalización política de su generación con la ideología de la acción directa.

Esa historia, personal y colectiva, volcada en un texto autobiográfico que el propio Caffatti escribió en cautiverio y que ahora se publica por primera vez, son la materia prima a que echó mano el periodista Juan Gasparini para escribir «Manuscrito de un desaparecido de la ESMA. El libro de Jorge Caffatti» (Grupo Editorial Norma).

La primera frase de esta obra es ya una aclaración necesaria:

«No conocí a Jorge El Turco Caffatti, con quien, no obstante, compartí en fechas diferentes, el campo de concentración de la ESMA, donde logré sobrevivir con respaldo de la suerte el azar la paciencia«, confiesa Gasparini, que desde hace veintiseis años reside en Suiza.

Fue otra detenida de ese campo clandestino, Amalia Larralde, quien logró sacar el manuscrito cuando fue dejada en libertad vigilada y en 1984 los puso a disposición de la Conadep como demostrativo el plan de Massera de apropiarse del know-how político de sus prisioneros.

En algún momento de su breve cautiverio, Caffatti pudo convencer al «Tigre» Acosta y a otros integrantes del «staff» de la Escuela de Mecánica que lo dejaran escribir su propia historia, algo que era común en las campos de concentración de la dictadura para conocer el «pensamiento político del enemigo» y conseguir una eventual «autocrítica».

No tardó en descubrir que esa escritura podía ser un pasaje para prolongar la propia existencia, lo que la convertía en «apuntes para una esperanza», como el mismo dice.
En un centenar de folios, Caffatti repasó su recorrido vital, desde el secundario en el normal Mariano Acosta y su vocación por el magisterio, a su temprano debut político en el grupo nacionalista Tacuara, de donde migra con un centenar de militantes más peronistas que nacionalistas para protagonizar con apenas 20 años el primer golpe de guerrilla urbana, el sangriento asalto al Policlínico Bancario de agosto de 1963, cuya concepción «alejada del pueblo» deplora quince años más tarde.

Como muchos de su generación, la vida de Caffati fue en sí misma una novela donde alternó cárcel con encuadramientos políticos transitorios y conclusiones rápidas; lecturas de de Maurras, Beguin y Sorel con otras de Marx, Lenin y Mao, pero mucho más acción que otra cosa. Y en la que -además- la frontera entre el lumpen y luchador fue imprecisa.

El último capítulo de esa zaga personal antes de ser secuestrado en su casa de Caballito por marinos que sospechan que allí podrían encontrar 400 mil dólares del rescate, fue su participación en 1977 del secuestro en París de Luchino Revelli-Beaumont, director de la Fiat francesa. «Aprobaba el delito contra la propiedad porque odiaba la propiedad privada. Y por su obrerismo, que lo llevó a desafiar al mismo Perón, creía lícito robar a patrones, así fuera para sobrevivir y no para una causa política», escribe Gasparini en su ensayo de apertura, indispensable para hacer una lectura inteligente del texto.

Conocedor como pocos de las «galaxias de Caffatti», la lectura de Gasparini permite que una fuente escrita en primera persona y con ostensible tosquedad política, se convierta en un texto histórico, «entendible».

Así, Caffatti describe su alejamiento de Tacuara «porque ya nos pueden controlar y deja de ser aristocratizante» y a la operación Rosaura -el asalto al Policlínico Bancario- por la pérdida de expectativas en las promesas de Cayo Alsina, Iñiguez y otros militares del nacionalismo militar conectados a la derecha peronista de eso años.

Gasparini va más allá y pone nombre y apellidos para describir un fenómeno más complejo: el de la transformación que se operó en los años sesenta en vastos sectores del nacionalismo católico, anticomunista y de sesgo antisemita, para desembocar en el peronismo revolucionario de los setenta.

Las claves de este proceso, aún enigmático pero en el que los historiadores ponen creciente interés -como lo demuestra el reciente «Montoneros. El mito de los doce fundadores», de Lucas Lanusse-, tienen en «El manuscrito» un interesante aporte testimonial e interpretativo.

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