Por Pablo Pozzi (*) .- memoriaviva.net
Aun en los momentos de desazón y de derrota, aun cuando todo parece apatía y desmovilización la experiencia clasista de jornadas como las del Primero de Mayo emergen para cohesionar la clase y para recordarnos que fue y sigue siendo el principal reservorio de todo lo positivo que tiene la humanidad.
Hace ya 119 años que la clase obrera mundial demostró su carácter internacional como expresión de los intereses de la humanidad. En la primavera de 1886 había crecido el movimiento a favor de la jornada de ocho horas. En Estados Unidos, la principal organización obrera, denominada la Muy Sagrada Orden de los Caballeros del Trabajo, estaba discutiendo un plan de acción al respecto de acuerdo con el llamado de la Segunda Internacional.
Varios de sus dirigentes burocráticos se oponían a esta reivindicación planteando “que dos horas menos de trabajo significan dos horas más para holgazanear”. Sin embargo, las organizaciones de base de la federación no coincidieron con los dirigentes vendidos a la burguesía y votaron una masiva huelga general a ser realizada el 1ro de mayo de ese año.
Más de 350.000 obreros en 11.562 establecimientos acataron el llamado al paro. En la ciudad de Chicago, los huelguistas, dirigidos por el militante socialista Alberto Parsons y por el anarquista Augusto Spies, paralizaron la ciudad al grito de “muerte a los enemigos de la humanidad”.
Ese día una movilización obrera frente a la fábrica de maquinaria agrícola McCormick de esa ciudad, fue salvajemente atacada por la policía y por destacamentos parapoliciales a sueldo de las patronales, siendo asesinados muchos obreros. En respuesta Parsons y Spies convocaron a una movilización de repudio que se realizó en la Plaza Haymarket tres días más tarde.
El 4 de mayo miles de obreros y más de 200 policías se hicieron presentes y, cuando casi finalizaba el acto, una bomba explotó hiriendo a 76. La policía disparó contra la multitud hiriendo a más de 200 y matando más de una docena de obreros. Ocho militantes anarquistas y socialistas fueron acusados de instigar a la violencia y fueron detenidos. Luego de un juicio sin justicia, Parsons (impresor), Spies (tapicero) junto con Adolph Fischer y George Engel fueron ejecutados.
El carpintero Louis Lingg se suicidó en su celda producto de las torturas policiales. La clase obrera mundial se movilizó en defensa de los Mártires de Chicago y en reclamo de la jornada de ocho horas, logrando que eventualmente los tres activistas restantes recuperaran su libertad.
Tres años más tarde la Segunda Internacional obrera y marxista, en memoria de estos mártires, declaró el 1ro de mayo como jornada mundial de lucha obrera e internacionalista. Declararon que “la emancipación del trabajo y de toda la humanidad puede ser lograda sólo por el proletariado organizado como clase y a escala internacional”.
Los obreros argentinos se sumaron combativamente a este llamado. Ese año, se movilizaron en Buenos Aires, en Rosario, en Bahía Blanca y en Chivilcoy ganando las calles con sus reclamos. Desde 1890 los obreros del mundo conmemoran los 1ro de mayo su derecho a la emancipación.
Hace casi treinta años una nueva investigación en torno a los hechos de la Plaza Haymarket reveló que la bomba la había lanzado un provocador a sueldo de la patronal.
Desde ese día la burguesía ha realizado grandes esfuerzos para que los trabajadores del mundo se olviden del contenido combativo, internacionalista y solidario del Primero de Mayo. En Estados Unidos han borrado esas jornadas de la historia hasta el punto que los trabajadores ni siquiera conmemoran el día.
En otros países han convertido el Primero de Mayo en un día de fiesta con un feriado desmovilizador. Pero a pesar de eso el fantasma de los Mártires de Chicago recorre el mundo. Sólo así podemos entender que la burguesía, y sus secuaces, insistan en ocultar la historia y el contenido clasista de esta fecha obrera.
Lo que ocurre es que la clase obrera, además de celebrar triunfos como el 17 de octubre o la huelga de la construcción de 1936, también conmemora grandes derrotas: la Semana Trágica, la huelga del Frigorífico Lisandro de la Torre, y la huelga ferroviaria de 1961, la Comuna de París y el Primero de Mayo de 1886. La burguesía siempre tuvo en claro que para la clase obrera el mantener viva la memoria en función del quehacer colectivo ha sido siempre una cosa fundamental.
Para los trabajadores, lo que se recuerda no es tanto el resultado concreto de tal o cual lucha, sino más bien la sensación poderosa de haber luchado, de haber participado en un gran movimiento clasista.
Es en la lucha que se van forjando los lazos, las experiencias y los sentires que dan lugar a una conciencia de clase poderosa y emancipadora. Así, el recuerdo del Primero de Mayo y los Mártires de Chicago es algo mucho más que una mera anécdota; es la prueba fehaciente de que la clase obrera mundial es una sola, poderosa y combativa más allá de las patronales y los burócratas sindicales. Y esto es así por dos razones.
La primera es como cohesión identitaria grupal que define un “nosotros” y un “ellos”, una forma de comportamiento entendido como “correcto”, y toda una concepción cultural “clasista” que abarca y subyace elementos ideológicos y políticos.
La segunda es que estas prácticas y memorias constituyen la materia prima del acervo de experiencia que permite la continuidad de luchas y actividades en pos de intereses clasistas. O sea, más allá de su resultado concreto, cada lucha prefigura y contribuye a las luchas posteriores convirtiendo el haber luchado en un elemento poderoso de la percepción clasista.
Aun en los momentos de desazón y de derrota, aun cuando todo parece apatía y desmovilización la experiencia clasista de jornadas como las del Primero de Mayo emergen para cohesionar la clase y para recordarnos que fue y sigue siendo el principal reservorio de todo lo positivo que tiene la humanidad.
Para terminar valga un anécdota relatado por Eduardo Galeano en El libro de los abrazos:
“Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo.
Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.
Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio. Me lo contó: él era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
Pero papá – le dijo Josep, llorando. – Si Dios no existe , ¿quién hizo el mundo?
Tonto – dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto – Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.”
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Pablo Pozzi (*)
Profesor UBA e Historiador del Movimiento Obrero