En la madrugada del 17 de marzo, a los 95 años, murió el comodoro Héctor Seigneur, quien fue uno de los últimos militares que resistieron en la Aeronáutica para impedir el golpe de la llamada Revolución Libertadora a la que por dignidad hoy llamamos “fusiladora”.
Valiente y sereno, el entonces oficial Seigneur fue alejado de sus funciones y condenado bajo acusaciones de “traición a la patria”. Pero el “gringo”, como le llamábamos en aquellos años 60-70, continuó la lucha que le costaría ser llevado al Penal de Magdalena con otros compañeros cuando se produjo el levantamiento cívico militar encabezado por el general Juan José Valle -el 9 de junio de 1956-, que intentó terminar con aquella dictadura encabezada por el general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Rojas. La dictadura que intentó destruir y desterrar desde sus inicios -y nunca pudo- al peronismo, y a todo lo construido por el gobierno del general Juan Domingo Perón junto a quien estuvo día por día hasta su muerte (en 1952): Eva Perón, la Evita de los humildes.
El nombre de ambos fue prohibido entonces y la persecución política fue brutal, día por día, casa por casa. Pero de esas persecuciones e injusticias nacería la nunca olvidada Resistencia peronista. De aquellos tiempos hay mucho que escribir todavía, hay cantidad de datos que aún están apareciendo sobre esos momentos heroicos.
El 8 de junio de 1956, a sabiendas ya la dictadura de que estaba en marcha una rebelión cívico militar, realizaron una verdadera cacería de dirigentes obreros, políticos y militares, algunos de los cuales fueron llevados al penal de Magdalena, como el Gringo Seigneur.
El grupo de militares peronistas encabezados por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, al frente del levantamiento, intentaron terminar con aquella dictadura con la lectura de una proclama revolucionaria a las 23.00 del 9 de junio, durante las transmisiones de peleas de boxeo en el Luna Park. No se pudo: los integrantes del grupo que iba a interferir las transmisiones de radio – que debía instalarse con sus equipos en la Escuela Técnica N° 5 «Salvador Debenedetti» en Avellaneda-, fueron sorprendidos en sus casas y llevados detenidos. El general Aramburu ya había escrito los decretos que declaraban la ley marcial, la pena de muerte y los nombres de los que serían fusilados.
Esperó la acción de Valle dispuesto a utilizarla para dar un escarmiento y poner freno por medio del terror a toda resistencia.
Las ejecuciones de más de nueve civiles y dieciocho militares, mediante fusilamientos sumarios, y una cantidad de irregularidades marcaron uno de los hechos más terribles de aquella dictadura, que a partir de entonces las masas populares llamaron “la fusiladora”.
Mucho aún falta investigar y descubrir de esos momentos, pero si algo se conoció más profundamente y conmovió al país y al mundo fue el fusilamiento de cinco civiles de un grupo llevados a un descampado de José León Suárez, por la policía bonaerense. Este fue el tema del extraordinario libro de Rodolfo Walsh Operación masacre, que se basó en el doloroso testimonio de uno de los “fusilados” que había quedado vivo, Juan Carlos Livraga.
El libro de Walsh recorrió el país clandestinamente en sus primeros tiempos, y luego el mundo. Yo, que había llegado a Buenos Aires en 1956, recuerdo que fue uno de los libros que marcarían mi propia vida. Y todo lo que sucedería en esos tiempos de resistencia de compañeros heroicos.
Después serían las reuniones sindicales en farmacia en los años 60 y las reuniones con Andrés Framini, el querido maestro inolvidable Isaac Libenson, el Gringo y tantos otros militantes de entonces.
También don Vicente Saadi y, más a cercanamente, Germán Abdala con otros de su tesitura. Pero no quiero dejar de recordar que cuando regresó el general Juan Domingo Perón en su tercer gobierno, en 1973. Decidió llamar a Héctor Seignieur y colocarlo en el nivel que él debía tener en la Fuerza Aérea: lo promovió a Comodoro. Luego lo nombraría gerente de Aerolíneas. Poco después de instalada, la nueva dictadura lo destituyó en 1976.
Un momento inmenso para el compañero fue cuando la Ministra Nilda Garré le restituyó su honor, terminando con aquella carpeta infamante donde la “fusiladora” lo mencionaba como «Traidor a la patria».
El “Gringo” nunca dejó de luchar, de escribir, de enseñar a las nuevas generaciones. Nos reencontramos cuando regresé del exilio en los años 90. Seguía siendo el mismo. Hoy se vuelve necesario indagar en sus escritos, donde hay historias desconocidas y momentos únicos. Sin duda esos textos serán un libro en el que intervendrá su hija Graciela y su compañera de toda la vida, Alicia.
Esto es sólo un escrito a vuelo de pájaro, pero creo que rescatar esta vida es muy importante, clave para reconocernos a nosotros mismos.
De ese querido compañero me comprometo a hablar mucho más en estos días, pero hoy no podía faltar nuestro acompañamiento a uno de los tantos héroes silenciosos y humildes que marcan nuestro camino.