¿No ves que estoy piantao?

Por Alberto Morlachetti (*), especial para Causa Popular.- Ser niño-adolescente-joven y pobre es una alquimia que huele a amenaza. La agresión verbal contra los niños -repetida hasta el cansancio- en la mayoría de los medios de comunicación hace sonar la alarma que algunos no quisieron escuchar. El primer rayo era imperceptible. Cuando estalla la tempestad no se la ve venir, escribe Yves Ternon.

Nuestros niños que desafían la pena de andar con el cuerpo a duras penas son percibidos como los responsables principales de nuestros males. El sistema organiza la exclusión de sus futuras víctimas mediante la discriminación.

Transforma la mirada de la mayoría. Pone el acento sobre los pobres, sobre la precocidad delincuencial de los pibes, la mirada sobre la piel, ese dato elemental del racismo: inevitablemente caóticos-inevitablemente perversos, ofenden al Estado.

Ello autoriza a medidas extremas, que comienzan con el hostigamiento. Las condiciones estructurales preparan el terreno a la posibilidad de expresar la voluntad de encierro o aniquilamiento de un grupo, racionalizando esta perspectiva irracional.

Los niños desarrapados son excluidos de la familia humana. Ya no existen barreras morales: los límites se transgreden sin que las conciencias se vean afectadas. El represor está exento de “su angustia de asesino” como ocurrió en la masacre de Quilmes.

Ante la medida adoptada por el Ministro Arslanián, de no permitir menores en Comisarías, una Jueza de Menores del Departamento Judicial de Lomas de Zamora -en nombre de algunos magistrados- declaró: “si los menores de 16 años, autores de delitos gravísimos, son liberados, van a surgir otros mecanismos de defensa, como los escuadrones de la muerte”. El sentido común decidió quitarse la vida.

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* Alberto Morlachetti, es Coordinador Nacional Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, presidente de la Fundación Pelota de Trapo y director de su agencia de noticias.

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