La última esperanza blanca

La inminente candidatura presidencial del gobernador socialista será el paraguas de fuerzas distritales competitivas en su terruño pero hasta ahora huérfanas de referencia nacional. El perfil de un socialista moderado que le complica el panorama electoral al radicoloradismo de Alfonsín Jr y le brinda otra alternativa al establishment. ZOOM lo anticipó hace tres años.

Rafaela, la ciudad donde un 5 de junio de hace 68 años nació Hermes Binner, es conocida como “La Perla del Oeste” en la provincia de Santa Fe. Fue un pueblo de gringos pujantes y hoy es una ciudad de una economía de privilegio, donde han prosperado las principales empresas de la región. A ese sitio llegaron piamonteses y suizos alemanes a hacer “la América”. El abuelo de Hermes era de estos últimos. La idea del progreso para “la gringada” está siempre relacionada a un porvenir mejor para sus herederos. Por eso, después de mucho sacrificio, ellos quieren que sus hijos estudien en la ciudad. O sea, en Santa Fe o en Rosario.

Rafaela, además, tras el desarrollo de esos forasteros testarudos y merced a las bonanzas de su suelo, fue edificando una sociedad conservadora, poca dispuesta a los cambios profundos, casi siempre latiendo según los vaivenes del campo. O sea, en lugares como Rafaela, no hay mucho margen para ser socialista. O, en todo caso, se puede ser socialista moderado, aunque estos términos sean antagónicos. Hijo dilecto de Rafaela, Hermes Juan Binner cumplió se fue a estudiar medicina a Rosario y se hizo socialista; pero moderado.

En la cosmopolita Rosario, al sur de la provincia, donde las ínfulas de porteñidad se fundan en una pujanza desde el origen, Hermes Binner creció en la militancia universitaria, fue funcionario de los primeros gobiernos socialistas de la ciudad y puede decir con jactancia que es el que con justo derecho le quitó el mote de “Capital del Peronismo” a la segunda ciudad argentina. Por un lado, porque es absolutamente cierto, y por otro porque a los socialistas siempre les gusta jactarse si despojan de algo al peronismo.

Es que Binner se estrenó como funcionario público allá por 1989, cuando sus socios provinciales, los radicales, habían sumido al país en una profunda hiper inflación y él procuraba “garantizar la salud a todos los rosarinos”. Hasta sus opositores más férreos le reconocen que lo hizo. De allí saltó al Concejo Deliberante en 1993 y dos años más tarde ganó la intendencia de “la Chicago argentina”. Después de un segundo mandato, en 2003 llegó a la Cámara de Diputados de la Nación y luego se probó en ligas mayores: aspiró a la gobernación y perdió con Jorge Obeid. Fue el mayor elector pero la Ley de Lemas –por entonces vigente- lo privó de llegar al sillón de la Casa Gris. Sin embargo, la paciencia suiza tuvo su premio: cuatro años después cumplió con su cometido. Como en Rosario, sacó al peronismo del gobierno.

Puesto en las antípodas de Reutemann por la prensa vernácula, si se ahonda en gestos y procederes, acaso estemos ante personalidades parecidas. Como el ex piloto, comparten el origen de abuelos de un mismo cantón suizo, la mirada pétrea y las palabras justas, que uno nunca termina por saber si son por prudencia o porque carecen de esa herramienta. Como el ex piloto, tiene buenas relaciones con las corporaciones agropecuarias y supo manejar la relación con esa prensa que los presenta como distintos, con políticas de comunicación pública bastante similares.

Para acceder al gobierno de Santa Fe, Binner se alió con el radicalismo que había puesto sus funcionarios en el gobierno de la Alianza, con el Partido Demócrata Progresista, histórico colaboracionista de la dictadura; con la Coalición Cívica de una ya poco seria Elisa Carrió, entre otras fuerzas de menor poder electoral pero de igual convicción: el acuerdo de mínima era terminar con el peronismo. El límite, para un socialista de fuste, parece estar siempre allí. Pueden acordar con diversos sectores, pero jamás donde se pudieran confundir con los que llevan los dedos en “V”.

Con el camino allanado por las pésimas administraciones anteriores, con una foto en el bolsillo del militante Pocho Lepratti asesinado por la policía de Reutemann y con la esperanza de que el viejo partido de la rosa llegaría para poner fin a 24 años de gobiernos justicialistas que le hacían poco honor a su partido, la provincia esperó con ansias el contundente triunfo del médico anestesista que había llegado lejos desde que partió un día de su Rafaela natal.

Ya en el poder, Binner se mostró con ambigüedades que han quedado siempre a buen resguardo por la relación con la prensa, que por poco lo convirtió en un intocable. Llevó adelante políticas públicas verdaderamente progresistas en educación y cultura, área al que elevó a rango ministerial, pero convivió con dudas suizas en obras públicas, incrementó notoriamente la planta de empleados públicos, acusado de favorecer a militantes o familiares y, –en lo que fue un caballito de batalla de su campaña- en el favorecimiento a algunos amigos del gobierno para trabajos que no siempre terminaron bien; o que no siempre terminaron.
Por ejemplo, la concesión del peaje de la Autopista que une Rosario con Santa Fe, las dos ciudades más importantes de la provincia. Después de un escándalo, fue adjudicada a la misma empresa que gozaba de prestar un mal servicio, con un alto costo para el usuario y con una prórroga sospechosa que jamás se aclaró como fue conseguida. Además, la obra pública en general casi siempre fue una maqueta a concretar, llegando al caso de anunciar obras que no llegaron a inaugurarse.

En síntesis, se podría afirmar que el gobierno de Hermes Binner fue un gobierno pocas veces dispuesto a ir al hueso de los problemas. Con el argumento de la falta de mayoría en el Senado, el socialismo llevó adelante una gestión edulcorada, que repitió vicios de sus antecesores. La relación de fondo con las patronales agropecuarias (Binner puso más de 4 millones de pesos en la Expoagro de Clarín), los vínculos con la Iglesia y la incapacidad para propiciar el Juicio Político a la Corte provincial, plagada de cortesanos de Reutemann, lo convirtieron en “más de lo mismo”, en una provincia esperanzada en cambios más estructurales.

Claro que para medirlo, habrá que ver la vara que se utiliza. Con buen tino, el binnerismo repite que no puede cambiar en pocos años lo que se destruyó en muchos. Acaso en la provincia, la comparación sirva. Pero en la Nación no cuenta. Si Binner aspira a quedarse como actor de la política provincial, es probable que le alcance con marcar algunas diferencias de su gobierno con los que lo antecedieron. Aquí saldrá ganador. Pero si se compara con la nación, donde pretende convertirse en presidenciable, es factible que pierda por paliza si emplea la regla que más le gusta: la de medir con el remanido discurso de la institucionalidad y el consenso.

Cuatro años después de llegar a la Casa Gris, es factible que Hermes Juan Binner quiera desembarcar en Balcarce 50. El intento será con una coalición de partidos presuntamente de centro izquierda, que tienen un límite claro: con el peronismo nada. Habrá que tener cuidado. Irá con la foto de Pocho Lepratti, con el gesto medido y el apoyo del monopolio comunicacional. Si preguntan por aquí, podremos decirles que los que asesinaron a Pocho siguen sueltos, que el gesto medido agobia donde es preciso la transformación y que el monopolio no atacará a quien le subsidia la Expo Agro y le dio -sin que medie licitación- la impresión de las boletas para las elecciones recientes.

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