La soja en Uruguay: un nuevo bloque de poder

IRCAMERICAS-ARGENPRESS, especial para ZOOM. Como sucede en todos los países de la región, la expansión de los monocultivos y la fuerte presencia de empresas multinacionales está creando las condiciones para la formación de nuevos bloques de poder que son los que están orientando las grandes decisiones políticas.

Probablemente Uruguay tenga el récord de expansión de soja en la región, al haber sido el país donde más creció en menos tiempo. Desde el año 2003, la superficie sembrada se multiplicó por 15. En tan pocos años, la soja desplazó otros cultivos tradicionales, como el girasol, el trigo y el sorgo, modificaron las formas de siembra y se convirtió en el cultivo estrella. Pero no es, en absoluto, el único cambio que registra el Uruguay luego de la crisis de 2002.

Como acaba de asegurar el magnate mexicano Carlos Slim, “las crisis son oportunidades” [[1Declaraciones al diario El País (España), 8 de junio de 2008.]]. De la mano de la crisis financiera de 2002, un 25% de la tierra cultivable del país pasó a manos extranjeras.

Las mayores compras fueron realizadas por capitales argentinos que controlan la mitad de la producción de soja. Pero no es el único sector: la industria de la carne, la más importante del país, ha sido controlada por brasileños, al igual que el arroz, el mayor cultivo de exportación.

El poder de la soja

En la campaña 2001-2002 había sólo 28,900 hectáreas sembradas con soja. En la campaña 2007-2008 ya son 450,000 hectáreas. Pero se cree que puede llegar al millón. Las razones de este brutal crecimiento hay que buscarlas en Argentina, país de donde proceden quienes cultivan el 54% de la soja en Uruguay.

El precio de la tierra es la mitad que en Argentina y no existen impuestos a las exportaciones. Aunque la productividad es menor, la elevada presión tributaria decidida por el gobierno de Cristina Fernández, que ha sido la excusa para el actual conflicto con los agricultores, parece destinada a incrementar la oleada de empresarios que se decidieron por Uruguay desde el año 2003.

En el Litoral-donde están las mejores tierras-ya desplazó a la ganadería y amenaza con desplazar a la lechería. De las 16 millones de hectáreas disponibles para la agropecuaria, 13 millones se utilizan para la ganadería, un millón para la agricultura y otro millón están destinadas a la forestación.

La ganadería estaría perdiendo unas 350,000 hectáreas al año por la expansión de la soja y se estima que puede caer hasta las nueve millones de hectáreas, en tanto la agricultura pasará de una a tres ó cuatro millones. En la década de 1950, la agricultura llegó a 1,6 millones de hectáreas para caer a un mínimo de 400,000 hectáreas en 2002. [[2“El País agropecuario”, ob. cit.]]

En la zafra actual, “seis empresas, la mayoría extranjeras o relacionadas a capital extranjero, plantan aproximadamente un 25% del área agrícola”[[3Idem.]]. Sólo el grupo Los Grobo, del argentino Gustavo Grobocopatel, tiene 40,000 hectáreas con soja bajo el nombre Agronegocios del Plata. No son los únicos: el grupo El Tejar cultiva unas 50,000 hectáreas, la mitad con soja; MSU (Manuel Santos Uribelarrea), el Grupo Ceres Tolvas y Calyx Agro (vinculado a la multinacional Dreyfus), todos provenientes de Argentina, combinan la soja con otros cereales.

El precio de la tierra es una de las claves. Las buenas tierras argentinas para cultivo de soja se cotizan a unos 10,000 dólares la hectárea. En Uruguay oscilan entre dos y cinco mil dólares. Pero en el año 2000, esas mismas tierras valían unos 400 dólares la hectárea. Por eso tantos productores, ávidos de ganancias fáciles, deciden arrendar sus tierras a los pools de siembra de soja. Una hectárea de tambo (lechería) se paga en arriendo a unos 70 dólares. Para soja puede superar los 200 dólares. La rentabilidad de la producción agrícola es entre seis y siete veces superior a la que ofrece la ganadería, por los altos precios internacionales de los granos.

Con la soja la agricultura se convierte en puro negocio gestionado por los “gerenciadores agrícolas”, quienes no diferencian entre agricultura y finanzas. Para cubrirse de eventuales riesgos, contratan seguros y fijan precios en función del mercado de futuros de Chicago, diversifican los clientes y los cultivos, la siembra se dispersa en el país y la región, lo que hace que «el negocio no sea más riesgoso que otras actividades financieras«[[4“Soja transgénica y sus impactos en Uruguay”, ob. cit. p. 45.]].

La soja ocupa alrededor del 60% de las tierras dedicadas a la agricultura, pero sigue creciendo todos los años. El girasol, que representaba alrededor del 40% de la superficie cultivada, se redujo al 8.5% en 2007 y el maíz pasó del 30 a sólo el 11.6%.

En 2001, las explotaciones de más de mil hectáreas ocupaban el 7% de la superficie agrícola. Para 2006 ya controlaban el 15% y producían el 57% de la soja pese a que representan sólo el 7% del total de productores. O sea, sólo 54 productores concentran más de la mitad de la producción de soja [[5 Idem, p. 176]].

Entre 2000 y 2005, el 47% de los productores agrícolas familiares (con un promedio de 216 hectáreas), abandonaron la agricultura. En el otro extremo, los grandes empresarios agrícola-ganaderos pasaron, en el mismo período, de un promedio de 1,878 a 3,309 hectáreas por productor [[6Idem, pp. 43 a 45.]].

Por último, la soja no crea puestos de trabajo por la abundante utilización de herbicidas y la absoluta mecanización del cultivo. La lechería ocupa unos 22 trabajadores cada mil hectáreas, la agricultura cerealera da empleo a 10, mientras la soja emplea dos a cinco trabajadores cada mil hectáreas. Sólo la forestación crea menos empleo que la soja.

Un país en remate

Aunque los datos no son nada precisos, se calcula que en el año 2000 el 10% de la tierra estaba en manos de extranjeros [[7 Idem, p. 178.]].

En los últimos seis años, cuatro millones de hectáreas, un 25% de la superficie cultivable, pasaron a manos de extranjeros [[8 “Los dueños del Uruguay”, ob. cit.]]. En Brasil sólo cinco millones de hectáreas están en manos de extranjeros, pese a que tiene una superficie 50 veces mayor.

La mitad del millón de hectáreas que ocupa la forestación está en manos de multinacionales. La empresa finlandesa Botnia tiene 160,000 hectáreas a nombre de Forestal Oriental; la española Ence posee 127,000 hectáreas a nombre de Eufores; la estadounidense Weyerhauser tiene 150,000 y la sueca Sora Enso compró 45,000 pero necesitará 120,000 cuando instale su planta. En total medio millón de hectáreas de pino y eucaliptus en manos de grandes empresas extranjeras.

Empresas brasileñas compraron los más grandes frigoríficos de Uruguay. El grupo Marfrig compró los frigoríficos Colonia, Tacuarembó y San José, con lo que sólo ese grupo brasileño controla el 40% de la faena de carne. Con el arroz sucede lo mismo. En 2007, la empresa Camin de Rio Grande do Sul, compró la mayor empresa arrocera uruguaya. El grueso de la cadena del arroz (cultivo, acopio y exportación) está en manos de empresas brasileñas, hacia donde se dirigen la casi totalidad de las exportaciones de ese rubro [[9 Idem.]] .

Ahora está siendo el turno de la lechería, donde están llegando grandes inversores neozelandeses y brasileños. La elevada concentración del sector agropecuario está estrechamente vinculada al proceso de extranjerización: el 72% de la faena de ganado la procesan sólo 10 frigoríficos; el 88% de la faena de cerdos está en manos de cuatro plantas y sólo dos plantas concentran el 80% de la leche procesada [[10 “Soja transgénica y sus impactos en Uruguay”, p. 142.]] .

La situación es tan grave, que las autoridades del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca muestran nerviosismo cuando hablan de tema, ya que se han dado muy pocos pasos adelante a la hora de tomar medidas. El parlamento aprobó una ley que obliga a las sociedades anónimas propietarias de tierras a convertirse en sociedades nominativas, con el objetivo de que en dos años los propietarios de campos tengan nombre y apellido y el Estado pueda conocer la superficie en manos de extranjeros.

Pero, como sucede en Brasil, los verdaderos propietarios pueden esconderse detrás de “socios” uruguayos. Aún así, las inversiones forestales y los fondos de ahorro previsional, nacionales y extranjeros, no están obligados a “blanquear” la propiedad de la tierra.

Pero deberán demostrar que invierten en tecnología y emplean trabajadores uruguayos. Se debate también la posibilidad de impedir que los extranjeros adquieran tierras en las fronteras y poner topes a las compras de empresas extranjeras [[11 “Los dueños del Uruguay”, ob. cit.]] .

Sin embargo, en el seno del gobierno hay diferencias entre quienes creen que toda inversión es positiva y los que siguen apostando a que sea el Estado, y no las grandes multinacionales, quien decida hacia dónde, cómo y en qué áreas debe crecer el país.

Uno de los graves problemas que está generando la soja es que los hábitos de siembra han cambiado radicalmente. Los agricultores tradicionales, aún tratándose de grandes empresarios, practican la rotación de cultivos agrícolas con pasturas, como forma de preservar la tierra. La fertilidad que se pierde durante los cultivos se recupera en la etapa de pasturas, por la materia orgánica que aportan.

Pero los sojeros utilizan la agricultura continua, que los diferencia del resto de los agricultores. Al no haber rotación, la tierra no se recupera y requiere cada vez más fertilizantes y agrotóxicos. Pero la agricultura continua es posible porque se ha incorporado el sistema de siembra directa, que sustituye el laboreo convencional que removía la tierra en profundidad.

La siembra directa introduce las semillas sin remover la tierra, lo que podría reducir la erosión. Este sistema depende del uso masivo de herbicidas para controlar las malezas, pero se lo fomenta por ser más económico y evitar la rotación con las pasturas, lo que intensifica el uso de la tierra. Según los especialistas, por no haber laboreo convencional y porque el rastrojo de la soja se descompone más rápido que el de otros cultivos, durante seis meses la tierra se queda sin cobertura vegetal, por lo tanto el impacto de la lluvia aumenta la erosión. La soja es uno de los cultivos que más afecta la fertilidad del suelo.

Esto llevó al ministro de Ganadería, Ernesto Agazzi, a señalar que “el desarrollo agropecuario debe ser ambientalmente, económicamente y socialmente sustentable”. Advirtió que es posible que “la angurria de ganar mucho ahora con una agricultura muy intensiva, no sea sostenible con los recursos que como país tenemos”, y dijo que “formar un centímetro de suelo lleva mil años y destruirlo sólo un rato”. Llamó a los productores a cuidar la fertilidad del suelo porque “es un recurso público” [[12 Raúl Zibechi, ob. cit.]] .

Nuevo bloque de poder

Los países del Mercosur han desplazado a los Estados Unidos como principales productores de soja en el mundo. En efecto, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay (a los que debería sumarse Bolivia, por su elevada producción en el departamento de San Cruz), alcanzaron 105 millones de toneladas anuales de soja, frente a 87 millones de Estados Unidos.

Este cambio forma parte del proceso de reprimarización de las economías de la región, orientada hacia la exportación, en base a los nuevos desarrollos tecnológicos de la agricultura industrial. Dicho de otro modo, a esta parte del mundo le corresponde -en la división internacional del trabajo- la producción de commodities agrícolas para alimento del ganado del Norte. Por eso, el área de soja se incrementó en un 120% en América Latina entre 1990 y 2005.

Uno de los cambios decisivos que introdujo la soja, es la modificación de la organización empresarial. El eje de la cadena se trasladó del cultivador al comprador de granos, que se convirtió en la fuente de financiación principal [[13 “Soja transgénica y sus impactos en Uruguay”, p. 25.]] .

Esto explica, en gran medida, el papel de las grandes empresas multinacionales y la concentración de la producción, y que la agricultura haya pasado a ser un simple negocio especulativo.

Un segundo elemento a tener en cuenta, es el grado de industrialización de la soja. La mayor parte de la soja se exporta en grano sin procesar, con la excepción de Argentina. En la zafra 2007, en Brasil sólo se industrializó el 52% de la producción, pero Argentina procesó el 71% de su producción bajo la forma de harinas y aceite de soja [[14 Idem, p. 159.]]. Uruguay es el caso opuesto: sólo industrializa el 5%, mientras el 95% se exporta en grano.

Resulta evidente que exportar granos genera muy pocos puestos de trabajo. Argentina elevó los impuestos a las exportaciones de grano como forma de potenciar la industria alimenticia, a la que el gobierno subsidia. De alguna manera, la política argentina favorece la creación de empleo, aunque no existe política distributiva del gobierno que se limita a favorecer a los grandes grupos productores y exportadores de harina y aceite, con los que mantiene una sólida alianza.

En este punto, resulta interesante constatar que, aunque practican políticas parcialmente distintas, los resultados favorecen siempre a los mismos. El 50% del procesamiento de grano en Brasil corresponde a cuatro empresas, siendo las tres primeras estadounidenses: Bunge, ADM y Cargill. En Argentina, sólo tres empresas controlan el 50%, siendo dos de ellas Bunge y Cargill, y una tercera la argentina Vicentín [[15 Idem, p. 163.]] . La fase industrial está en las mismas manos, y tan concentradas, como la fase comercial.

Volvamos a Uruguay, país que no industrializa la soja y donde la concentración de las exportaciones es mayor aún que entre sus vecinos.

Las cinco mayores controlan el 77% de las exportaciones. La primera es la estadounidense ADM (Archer Daniels Midland), con el 21.5% de la soja exportada. En 1996, el Departamento de Justicia de Estados Unidos le puso la mayor multa criminal antimonopólica en la historia del país, de 100 millones de dólares, por su papel en el cartel de lisina y ácido cítrico.

La segunda es la estadounidense Cargill, con el 18.6%. Luego vienen tres grupos argentinos: Agronegocios del Plata, del grupo Los Grobo, que controla el 15%; seguido de Pérez Companq, con el 11%; y en quinto lugar una subsidiaria de Dreyfus, Uruagri, con el 10.6% [[16 Idem, p. 29.]] .

En suma: dos multinacionales estadounidenses controlan el 40% de las exportaciones uruguayas de soja, en tanto tres argentinas controlan otro 37%. Para completar el panorama, debe decirse que Uruguay es un importador de harinas, aceites y derivados industriales de la soja, y de todos los insumos que necesita el cultivo, desde semillas hasta agroquímicos y fertilizantes. Exportamos granos en bruto y los importamos industrializados.

Estos son los nuevos factores de poder, en el país y en la región. Los gobiernos progresistas de Luiz Inacio Lula da Silva, Cristina Fernández y Tabaré Vázquez, se vienen apoyando en este nuevo bloque de poder formado por las elites locales, vinculadas al agrobusiness y las multinacionales del sector. A raíz de la renuncia de Marina Silva como ministra de Medio Ambiente del gobierno de Lula, el MST (movimiento sin tierra), señaló que se trató de una nueva victoria del agronegocio.

El agronegocio es hoy protagonista de la gran destrucción de la Amazonia”, que utiliza “la máquina estatal con fines privados”. En base a ocupaciones ilegales por grandes latifundistas, se desmonta la selva para comercializar la madera, para luego se introducir ganado y soja. “Este proceso lo encabeza el capital financiero y las grandes multinacionales del agronegocio como Cargill, Bunge, Monsanto, Syngenta, Stora Enso y Aracruz”, dice el MST [[17 «Plantado no desmate» , MST, 28 de mayo de 2008 .]]]. .

La alianza de los gobiernos del Cono Sur con el agronegocio es, como se dice en el Río de la Plata, “pan para hoy y hambre para mañana”.

En dos sentidos. Uno, literario, porque como se ha denunciado tantas veces, los monocultivos atentan contra la soberanía alimentaria. Y, en segundo lugar, porque los nuevos bloques de poder que estos gobiernos contribuyeron a fortalecer, ya comienzan a pedir más de lo que esos mismos gobiernos pueden darles, sin llegar a perder sus bases de apoyo popular. El lock out patronal argentino es una muestra de lo que se avecina.

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