La balada de la unidad

La oposición, ¿unida o dominada? El peronismo ante el desafío de pensar la aritmética de su futuro y las enseñanzas del pasado y el presente.

Rafael Correa fue derrotado contundemente (63 a 37) en la consulta popular del último domingo en Ecuador. De este modo, se suma a la lista de presidentes populistas sudamericanos de la primera década del dos mil que caen en desgracia. Están los que fueron golpeados (Fernando Lugo, Dilma Rousseff) y los que completaron sus mandatos pero ahora son perseguidos judicialmente (Lula da Silva, Cristina Fernández). Entre los que siguen en sus cargos, uno se mantiene a duras penas aunque con asombrosa capacidad de resistencia (Nicolás Maduro), y otro parece tener la situación más controlada pero hace poco sufrió un llamado de atención que siembra dudas acerca de su futuro (Evo Morales). En definitiva, los populismos de esta parte del mundo atraviesan una severa crisis.

 

Se sabe en Argentina, porque aconteció hace muy poco, del debate acerca de los límites de estas experiencias, y de sus posibilidades de reconfiguración. ¿Qué debía hacer Daniel Scioli? ¿Acelerar aún más el ritmo de CFK o meter un rebaje? La campaña tuvo tres etapas, y en cada una de ellas el ex gobernador bonaerense varió su marcha. Todavía hoy, a más de dos años de su derrota, no hay acuerdo en cuanto a dicha polémica. Lo verificable es que cuando, de cara a la segunda vuelta, se decidió por fin a polarizar fuerte con Mauricio Macri, logró una remontada cuasi épica. Luego de que, tras haber vencido en el primer turno, hasta se pronosticara su abandono. Como hiciera Carlos Menem en 2003, y al igual que el riojano, por temor a la goleada en contra que inicialmente se preveía.

 

Los ejemplos cercanos quizás ayuden a pensar el tema. En Brasil, Dilma, tras ser reelecta, cambió su ministro de economía petista por otro más afín a la ortodoxia. Y, de hecho, el ajuste, que hoy lleva a niveles demenciales Michel Temer, ya había comenzado con ella. En Ecuador, Lenín Moreno, sucesor de Correa, antes y después de consagrarse, se cansó de anunciar y llevó a cabo un giro hacia la moderación. A la primera no le sirvió para evitar la destitución. Es famosa entre nosotros la anécdota de los días previos al 24 de marzo de 1976: Herminio Iglesias estaba reunido con Isabel Perón, y le advirtió que caería en breve si no hacía algo. Ella no hizo caso: «No, quedate tranquilo. ¿Qué van a golpear, si ya les dimos todo lo que querían?» También aquí, Rodrigazo mediante, ya el plan económico era el de los luego golpistas. Enemistarse con las bases propias para congraciarse con adversarios que, de todos modos, no se curarán del desprecio para con quienes, en definitiva, les son ajenos. Se trata de garantizar que en las decisiones de gobierno estén expresados otros intereses. Y eso equivale a modificar la composición social en funciones.

«Los quiebres en la construcción partidaria no pasan meramente por apetitos de dirigentes inescrupulosos. Es cierto, pues, que no alcanza con sumar ni tiene que ver necesariamente con velocidades la cosa»

¿Qué será de Moreno a partir de los resultados en comentario en Ecuador? Es cierto que venció a su antecesor. Matar al padre es una de las vías para tomar el timón. Ahora bien, ¿da igual hacerlo de cualquier forma? Que Correa se redujo se sabía desde que la fuerza que compartía con el actual primer mandatario necesitó de balotaje para ganar. Pero ahora casi calcó el desempeño de Alianza País en la primera vuelta de aquella contienda. ¿Puede una conclusión posible ser que el fundador del espacio se quedó con casi todo el capital del mismo mientras que su ahora rival se ha puesto en manos de votantes que natural y espontáneamente lo rechazan? Alguien dirá que Lenín puede conquistar a quienes hoy optan por él sólo como mal menor frente al pasado. De acuerdo, pero, entonces, ¿de qué le serviría eso al populismo en términos de continuidad, si de todos modos se vería finalizado por otra vía? ¿Podrá, en cambio, ser Correa desplazado de las preferencias entre los partidarios de la Revolución Ciudadana? ¿No debería para ello su verdugo abandonar el gris que practica, ser mejor que el pasado? Y si hiciera esto último, ¿no perdería ahí al menos parte del apoyo obtenido hace algunas horas? Néstor Kirchner barrió a su facilitador Eduardo Duhalde pero sin travestirse. Por eso lo batió en los lugares en que otrora era imbatible el lomense, que fue a la postre quien se corrió ideológicamente en busca de recuperar la electorabilidad perdida.

 

El futuro dirá. Seguirlo de cerca a partir de las incógnitas planteadas será útil para estudiar, si se diera, el proceso de reconstitución del peronismo de cara a 2019. Días atrás. en este sitio, Ignacio Ramírez dijo que el Frente para la Victoria 2015 fue una construcción amplia como pocas hubo, y que por tanto no se trata necesariamente de unidad la posibilidad de recuperación del poder. Si bien puede rebatirse la referencia histórica, porque más allá de la pluralidad que implica que Juan Manuel Urtubey y Luis D’Elía hayan votado por el mismo candidato también hubo sangría desde 2013 y no se ha corregido todavía, el consultor dice una gran verdad. El triunfo de Macri se basó en dificultades objetivas que no resolvió el kirchnerismo. De gestión. Que por supuesto supusieron rupturas del conglomerado que en 2011 voló hasta el 54%. Pero es importante tener claro el orden de los acontecimientos.

 

En concreto, el peronismo, tanto con el general Juan Domingo Perón como con CFK terminó penando porque un esquema de inclusión y consumo deriva, en los términos actuales de la estructura productiva –que no dio el salto al desarrollo– en restricción de dólares. Dicho sencillo: hasta entonces traía una dinámica de satisfacción que generó expectativas con las que no pudo seguir cumpliendo, porque se quedó sin cómo financiarlas. Todo mal tramitado políticamente, además, porque no se contuvo a esas demandas insatisfechas. Los quiebres en la construcción partidaria no pasan meramente por apetitos de dirigentes inescrupulosos. Es cierto, pues, que no alcanza con sumar ni tiene que ver necesariamente con velocidades la cosa.

 

Si no sólo quiere volver sino hacerlo con éxito, el justicialismo tiene que reformular su propuesta. Convencer a aquellos cuyas ambiciones defraudó, y que por eso lo abandonaron, implicará hablar claro de desafíos de peso que tendrá que afrontar: resucitar el bienestarismo en un marco de restricción externa que Macri no ha solucionado (porque no es lo suyo hacerlo por las buenas, es decir con desarrollo, ni ha podido aún excluir todo lo que requiere para que camine por las malas), en un contexto de comercio global detenido (entre 2003 y 2008 volaba a entre 3,5% y 5%, y de ahí más se estancó; o sea, no habrá ya los dólares genuinos baratos y fáciles que hubo durante el primer kirchnerismo), sin acceso al crédito porque en estos cuatro años lo agotará un modelo basado en endeudamiento del que, encima, y por último, tendrán que hacerse cargo las administraciones venideras. Ninguna pavada convocar frente a ese panorama.

 

La ventaja de la unidad es que si son más los que prestan atención a los obstáculos, más sencillo es eludirlos.

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