Hugo Presman: A 30 años de la muerte de Rodolfo Ortega Peña

Por Hugo Presman

No se sabía, pero la esperanza y la tragedia convivían en la Argentina de Julio de 1974. En la memoria ha quedado impresa la sensación inenarrable de estar protagonizando la historia, en un período donde la revolución parecía estar a la vuelta de la esquina. La amplia gama de organizaciones políticas que hablaban y actuaban con el lenguaje de los cambios, exteriorizando más entusiasmo que inteligencia, no dimensionaron la reacción de los sectores dominantes.

La noche estaba en las tinieblas del poder. El porvenir, se había pensado, aterrizaría en Ezeiza. Pero la fiesta se convirtió en drama y la primavera camporista se consumió en 49 días.

Una llovizna fría caía sobre Buenos Aires, ese miércoles 31 de Julio de 1974. Una lluvia intensa había acompañado la muerte y el velatorio de Perón, treinta días antes. La temperatura había descendido ese último día de julio.

Un hombre joven, de apenas 38 años, calvicie avanzada, gruesos anteojos y bigotes frondosos, toma un taxi en Santa Fe, entre Callao y Riobamba. Es Rodolfo Ortega Peña.

Diputado Nacional, cuya independencia intelectual lo lleva a conformar un bloque unipersonal. Divulgador histórico, abogado, defensor de presos políticos y partidario de “la lucha de posiciones en el marco de las instituciones republicanas“, como dice su amigo entrañable, el actual Secretario de Derechos Humanos Eduardo Luís Duhalde.

En el vehículo lo acompaña su compañera Helena Villagra. El taxi recorre las pocas cuadras que lo separan de Pellegrini y Arenales. No se sabía entonces, tal vez sólo se intuía, que estaba por detonar el ingreso raudo de la política en la ley de la selva.

El taxi se detiene. La pareja baja. De un Ford color verde, como un trágico anticipo del futuro, tres sicarios con sus rostros cubiertos por medias de mujer, fusilan a Rodolfo e hieren a Helena. Son las 22 y 15 de esa noche fría y desapacible del 31 de Julio de 1974. La barbarie oculta sus facciones, pero firma sus crímenes con una A por triplicado. Ha nacido la Alianza Anticomunista Argentina.

Ha muerto un pensador democrático. El frío de la noche, la lluvia, calan los huesos de la historia. La esperanza se pierde en el horizonte de la mano de la revolución. Ya no se la encontrará a la vuelta de la esquina. En su lugar aparecerá un Estado que apaña y patrocina bandas asesinas.

El ministro y consejero de la viuda de Perón, el siniestro José López Rega, desatará la caza de brujas. Y se entrará en ese terreno miserable, en el que el jefe de la Policía Federal, comisario Alberto Villar, es a su vez, el jefe del operativo de la siniestra organización clandestina.

Tres meses después, los Montoneros asesinaron a Villar, haciéndolo estallar con su lancha. El crimen como política ocupando en los diarios la sección de policiales.

La Triple A se convertiría, 20 meses mas tarde en las Tres Fuerzas Armadas, que tomaron el poder el 24 de Marzo de 1976.

No se sabía, solo se presentía ese 31 de Julio de 1974, que la Argentina se precipitaba hacia los años de plomo. Con un pueblo tomado de rehén de minorías mesiánicas.

Hoy si debería saberse que no puede haber Estado Terrorista ni bandas clandestinas. Ni justicia por mano propia. Ni Estados que se despreocupan por sus ciudadanos a los que condenan a la exclusión perpetua.

El sol inunda de luz el templado 31 de Julio del 2004. Han transcurrido treinta años en la tumultuosa historia argentina.

La generosa sangre de Rodolfo Ortega Peña, la lucidez de su pensamiento tal vez estén fructificando en un presente con más espacio para alentar una tenue esperanza.

30-07-2004

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