Nada nuevo bajo el sol aunque parezca una novedad en el panorama político. Pero la sorpresa, para propios y extraños es el discurso, casi progresista de Mauricio Macri, el candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que, a diferencia de lo que ha hecho durante toda su vida, ahora se muestra con un mensaje amplio, garantista y comprensivo de las demandas sociales. Sin embargo, la receta no es nueva y es de esperarse que sean pocos los que compren semejante buzón.
Durante el segundo semestre de 2005 nuestros vecinos chilenos asistieron a un espectáculo similar. Es que cuando el legado pinochetista comenzó a deshacerse por la serie de corrupciones injustificables de quienes hasta ese momento se mostraban como legítimos herederos, un sector de la derecha optó por alejarse de semejante legado y eligió el camino de desarrollar un discurso que encajara mejor con una realidad social incontenible.
Fue el caso del empresario Sebatián Piñera, el multimillonario propietario de la aerolínea LAN Chile (entre otras) que desde su candidatura presidencial comenzó a mostrarse como un convencido de la democracia y los cambios institucionales dentro de la constitución. Pero eso no fue todo, el hombre llegó a decir cosas que en otro momento resultarían indigeribles para sus aliados y para el arco empresarial que estaba dispuesto a resignar buena parte de sus convicciones con tal de ganar una elección y evitar que la socialdemocracia, con Michelle Bachelet a la cabeza, ganara las elecciones.
A pesar de la sofisticación del mensaje, la aventura no llegó a buen término y la suerte del Berlusconi chileno tuvo que enfrentarse con una realidad: una gran porción de chilenos no se tragaron semejante sapo, y a pesar de las suculentas ofertas institucionales, la derecha no logró trasvestirse en tan poco tiempo y tuvieron que reconocer la derrota. No se han detenido y mientras tanto prueban, una vez más, con el sabotaje y la operación infame hasta los próximos comicios.
¿El abanderado de los pobres?
La misma senda parece haber emprendido Mauricio Macri, la versión local del Berlusconi real, aquél magnate de medios italiano que de la mano del futbol logró la presidencia de su país con un cóctel de oportunismo, tergiversaciones y medios de comunicación propios. En el caso del presidente de Boca Juniors y a pesar de sus continuos desaciertos en cada una de sus campañas, esta vez este magnate automovilístico parece haber aprendido la lección, y así se lo puede escuchar en todo programa, entrevista o nota periodística, mostrarse tan preocupado de las desigualdades sociales como cualquier contrincante del arco ideológico opuesto a sus verdaderos e ineludibles intereses.
Así se lo puede escuchar decir, a boca de jarro, que es «necesario» que la administración local «incremente su presupuesto en materia de seguridad y despliegue una política sustentable de inclusión social». Con ese modesto giro, el viejo aliado de la mano dura, ahora dice con absoluta tranquilidad que se compromete “a tener una Ciudad segura, con inclusión y equidad social, a través de una política social activa para todos, porque mientras no se trabaje incansablemente para reducir las desigualdades no vamos a poder en una sociedad tranquila».
Si no le reconocieran la voz cualquiera podría pensar que el autor de la consigna es cualquier candidato del arco progresista. Pero no, es Macri, es el mismo empresario que hace poco tiempo atrás estaba jugado a integrar una alianza que aglutinara a la derecha con una serie de componentes que se han identificado por años con la mano dura, el ajuste, una pseudo eficiencia a cualquier precio y un reiterado desprecio a los sectores sociales más postergados.
Como una sutil trampa de la campaña, Argentina ha comenzado a vivir en el seno de su capital una experiencia que ya se ha repetido en otras capitales del continente y que no tienen otro objetivo que construir un producto electoral más atractivo para un electorado que ya sabe que los candidatos del establishment, tarde o temprano, comienzan a ejecutar una serie de recetas orientadas al achicamiento del Estado, al sostenimiento del statu quo de quienes seguir conservando su poder y ganar aún más, en el caso de la capital, profundizar políticas de exclusión territorial para multiplicar negocios inmobiliarios y alejar a los pobres de los centros urbanos.
Quizás por eso, cuando lanzó su campaña eligió la villa 20 de Lugano y desde allí, con una pequeña niña a su lado y de la mano, cometió el peor fallido hasta el momento. En el corazón del bolsón de pobreza más doloroso de la Capital Federal, el hombre pro dijo: “Buenos Aires merece estar más limpia”. Quienes lo conocen no pueden dejar de repetir que esa frase se le escapó, simplemente porque no hablaba de limpiar a Lugano de basura, sino de pobres.