Si la muerte de Fontanarrosa fuera tan sólo un cuento quizá podría llevar el mismo título que esta nota, que evoca uno de los relatos fruto de su talento. Pero no. La noticia es cierta y pocas cosas quedan por decir luego de las innumerables muestras de dolor, impotencia, tristeza y mucha, mucha admiración que los medios de comunicación han amplificado estos últimos días, tras su fallecimiento el jueves 19 pasado. La opinión de sus colegas, de sus amigos, de sus lectores, de los hinchas de fútbol, conformaron un unánime coro que no hizo más que justicia con su enorme obra (como historietista y como escritor) y con su calibre de persona y amigo, recordada por aquellos que lo conocieron.
Aún a riesgo de caer en repeticiones, creo que vale la pena rescatar su condición de verdadero artista popular. Y no me refiero a la masividad ganada ocasionalmente por muchos actores, cantantes, conductores o bailarines que saltan a la popularidad por su destreza y/o carisma y se ganan el afecto de la gente. Fontanarrosa era otra cosa. Producía la maravillosa alquimia de encontrar y subrayar la belleza de las cosas cotidianas, de transformar lo doméstico en divino sin abandonar su condición terrenal, de llegar al cielo sin salir del patio de casa. Por eso, Uno nunca sabe, El mundo ha vivido equivocado, Nada del otro mundo, Usted no me lo va a creer, Te digo más, eran las nada inocentes expresiones que daban título a sus volúmenes de cuentos y relumbraban con brillo de barrio como verdaderos símbolos del linaje atorrante que portaban.
Uno de los artículos que lo homenajea en Página 12 del viernes recogió esta cita suya a propósito de su descubrimiento juvenil de David Viñas: “Toda una revelación fue: los personajes puteaban como mi viejo, hablaban como nosotros. Entonces me sentí interpretado. Y eso era válido: reflejar el alrededor era válido”. Fontanarrosa reflejó su alrededor (nuestro alrededor) como nadie. Miles de volúmenes que colman bibliotecas apologizando sobre cultura popular no deben ser tan contundentes como algunos de sus cuentos. Más allá de las risas (que las prodigó a carcajadas), más allá de su pasión futbolera (que abrió todo un camino literario y que regaló páginas de las que muchos nos sentimos personajes), Fontanarrosa construyó una obra formidable desmenuzando las grandezas, las miserias y las banalidades que forman parte de nuestra vida y de nuestra idiosincracia y parió con ellas un arte inigualable. El “Negociemos” y el “Qué lo parió” de Mendieta, el “Mal pero acostumbráu” de Inodoro son creaciones singulares de un autor que no necesitaba inventar mundos ajenos. Su virtud era poner una lente de aumento en el mundo de todos los días, dándole un nuevo significado.
El absurdo era otro de sus universos preferidos. Y también allí nos hacía sentir cómodos. “Cielo de los argentinos” relata un típico asado entre amigos cuyos insólitos comensales sólo pueden coincidir en el más allá. “Personajes” describe el encuentro entre los protagonistas de una novela a los que un escritor dejó desamparados, sin instrucciones para avanzar en la trama, librados a la buena de Dios por culpa de “la modalidad de las estructuras libres”. Los aforismos de Ernesto Esteban Etchenique son sólo otro ejemplo que abona esta prolífica línea narrativa.
Quizá soy injusto, pero no recuerdo entre los testimonios de estos días a ningún intelectual de estirpe ni a ningún escritor de los llamados serios. Nadie los extrañó. Como dice Juan Sasturain (otro genio, al igual que Dolina en radio, en esto de pulir los oros de nuestra cultura popular), “No había casillero habilitado para él en el sistema de la literatura argentina. Eso le (nos) importaba un carajo. Nunca miró a los costados cuando escribía (cada vez mejor) y siempre tuvo y le sobró de eso que hace que un escritor lo sea: lectores.”
Fontanarrosa se fue pero dejó sus libros y sus creaciones. Por eso, afortunadamente, nuestros hijos y nietos lo conocerán y disfrutarán igual que nosotros. Pero hoy no alcanza como consuelo, y andamos tristes, como esos personajes que se quedaron sin autor y no saben cómo sigue la historia.