Periodistas atrapados en la Matrix

La libertad de empresa viene ganando terreno desenfrenadamente frente a la libertad de expresión. Los grandes medios juegan cada vez más el rol de propagandistas y constructores de opinión orgánicos de intereses todavía más importantes. El periodismo independiente es una pantalla.

En mi historia profesional como periodista gocé de altos márgenes de libertad. Trabajé en Nueva Presencia, El Porteño, Página 12, el diario Río Negro, hice y sigo haciendo el programa radial Detrás de las Paredes y hoy El tren desde hace 6 años. Rara vez sufrí alguna restricción; en general mi ideología, a grandes rasgos, coincidía con el medio en el que trabajaba.

Hubo sí algunas excepciones: recuerdo que un reportaje a Eduardo Menem nunca salió publicado. El hermano del ex presidente se comunicó con la gerencia comercial del diario y pidió que la nota no fuera publicada porque sentía que salió “mal parado”. En alguna otra oportunidad me habían pedido que hiciera un reportaje a determinado fulano. Cuando pregunté por qué, mi jefe levantó el pulgar dando entender que era una “orden de arriba”. Hice dicha nota, no sentí que vulneraba para nada mi conciencia pero igualmente opté por no firmarla. En varias oportunidades recibí “sugerencias” en relación a algún tema o persona que no había que rozar porque afectaba intereses de la empresa. De última, primaba la libertad de empresa frente a la de prensa.

La cuestión es que de hace unos años a esta parte, la preeminencia de “la libertad de empresa” frente a “la libertad de prensa” viene ganando el partido diez a cero.

Los intereses de las corporaciones multimediáticas están tan diseminados, (telecomunicaciones, medicina prepaga, aeropuertos, exposiciones agrarias, etc.), que la lista sería interminable. El editor debe más o menos contar con una especie de manual que le dice de todas las cosas sobre las cuales no se puede hablar porque la empresa tiene un interés concreto de por medio que no se puede afectar.

¿Pasquines o diarios?

Carlos Eichelbaum, un histórico periodista de Clarín, afirmó en el libro Noticias del Poder de Jorge Halperin que “…cuando uno de nuestros grandes diarios arma una ofensiva para echar a Hugo Moyano o imponer como candidato presidencial a Roberto Lavagna, ¿tiene acaso más en cuenta el respeto por la información que un pasquín del Partido Obrero? Me parece que el rol que juegan ahora los grandes medios es cada vez más el de propagandistas, constructores de opinión orgánicos de intereses todavía más importantes, actores nada neutros en cuanto al control del poder, menos aun que los propios partidos políticos…”

En este contexto hablar de que Clarín, La Nación o periodistas como Joaquín Morales Sola u Horacio Verbitsky hacen “periodismo independiente”, a esta altura, lo único que puede producir es risa.

En el último conflicto de las patronales agrarias contra el gobierno nacional la mayoría de las empresas periodísticas jugaron a favor de los grandes intereses sojeros. Por caso, Continental tiene como consigna publicitaria «Somos la radio que escucha el campo argentino” y en toda la pelea alrededor de la resolución 125 su línea editorial fue fiel a los grandes productores agrarios.

Por eso llamó la atención la reacción de Víctor Hugo Morales. Cuando desde el programa 6,7,8 de Canal 7 se afirmó que dicha radio estaba “ligada al campo”, el afamado relator deportivo salió con los tapones de punta a contestar algo en lo que no había dudas. Víctor Hugo sentenció entre otros periodistas a Orlando Barone de 6,7,8, aunque sin nombrarlo, cuando dijo que “no hay problema en trabajar en Canal 7, lo miserable es trabajar en un programa de opinión a favor del gobierno, pagado por el gobierno y que opinen contra otros que no piensan como el gobierno…”

De alguna forma le había dicho “miserable” a su ex-columnista Barone por el solo hecho de participar en un programa que presentaba un informe que señalaba la comunidad de intereses entre Continental y “el campo”.

Lo de Víctor Hugo es insólito. Cae de maduro para qué lado jugó la emisora en que trabaja, la mayoría de sus conductores y sus columnistas. Nuevamente a esta altura el mote de “independiente” suena ridículo.

Orlando Barone no quiso tirar más leña al fuego contra su ex-compañero de Continental aunque no se privó de decir que “muchos de los periodistas que trabajan para empresas se dejan adular y endulzar por los dueños de esos medios que les dan espacio y columnas. Otros prefieren mantenerse en sus principios y por eso, muchas veces, se quedan sin trabajo…”

Otro conflicto entre ex-compañeros se dio también entre María Julia Oliván, conductora de 6,7,8 y Reynaldo Sietecase y Maximiliano Montenegro de Tres Poderes. La cuestión surgió por un informe del programa de la “televisión pública” que rozaba la honestidad y dependencia profesional de los periodistas frente a uno de los dueños del canal, el triunfador de las recientes elecciones en Buenos Aires, Francisco de Narváez.

Mundo Matrix

Algunos periodistas escriben o hablan en función de los intereses de la empresa en que trabajan o de los auspiciantes que le pagan.

Una colega me decía: “determinados periodistas que trabajan en determinado diario, no son más ellos. Entraron en un mundo tipo Matrix: se han transformado, ya no son lo que eran. Por dinero, figuración, viajes, vendieron sus almas”.

Otro periodista se quejaba con una carga de frustración: “pasé de trabajar en un diario sojero a otro ultrakirchnerista, pagado por el gobierno”.

El periodista Tato Contissa en su libro Salven a Clark Kent afirma que el periodista se ha convertido en un fabriquero, en un mero diente de uno de los tantos engranajes de la fabulosa maquinaria de la construcción de la realidad mediática. Ya ni siquiera sabe lo que hace, ni el destino final de lo que hace. Igual que la campesina puesta a obrera de la canción de Serrat, suelda “el cuatro con el dos y el cinco con el tres, y sin saber por qué”.

Pablo Llonto, autor de La Noble Ernestina entre otros libros, escribía sobre su ex-compañero de Clarín Horacio Pagani: “De las últimas epidemias del periodismo deportivo es bueno recordar la de vender el alma a la TV, la fama, el rating y los billetes. Los últimos movimientos rítmicos de Pagani, en radio y televisión, respondieron a un eficiente trabajo publicista que ya asomaba en los años ochenta, cuando sus gritos y teleteatros empezaban a desplazar la pluma que aún contenía líneas de estímulo para quienes piensan que la prensa no es circo. Pagani, el que criticaba a Nimo, en verdad quería llegar al lugar de Nimo. Era envidia, y no otra cosa. Quizás no sea su culpa. Tal vez el descolorido momento que nos toca vivir a los periodistas; tal vez los reputados hombres y mujeres de la pantalla que ayunan idioma, cultura, investigación, solidaridad y preocupaciones sociales. Así, esclavos del mercado, de los eventos sociales, de los chivos y del consumismo, cada año hay quien propone a los tres mejores periodistas del año y entonces hay que llorar cuando leemos que el nombre de Pagani se encuentra entre ellos. Para el ex querido Horacio, la amargura de no poder recordar hace cuánto tiempo no se lee un buen reportaje salido de sus manos, una buena historia contada con el alma, o la emotividad de un excelente comentario de fútbol, aunque de boxeo. Su lucha contra la tentación del vedettismo o contra las paparruchadas finalizó en derrota”.

El ex periodista de Pagina 12 y de Rolling Stone, hoy dedicado a la docencia, Esteban Schmidt escribe desde el blog Los trabajos Prácticos su visión sobre El Fin del Periodismo: “En definitiva, un periodista es un forro casi siempre. En el sentido menos profiláctico del término y, sí, en el sentido más viscoso, en el sentido más use y tire. Y muy, muy pocas veces, no es un forro. Se pueden poner trajes, viajar en avión, dar charlas en Columbia pero sus vidas se resumen a ser mediadores de extorsiones…”

Periodismo impuro

Los que elegimos esta profesión teníamos un sueño de ser una especie de Robin Hood que le diera voz a los que no la tienen o un Superman que salvara a los débiles, el periodista como detective, que destapara ollas, que descubre “la verdad”, el que cuenta historias que conmueven o el que destapa lo que el poder quiere tapar.

Idealismos y romanticismos aparte, frente a lo que algunos anuncian como “la agonía de la profesión” muchos periodistas que no soportaron entrar en ese “mundo Matrix” encontraron una salida honesta armando blogs, revistas, programas de radio, libros, docencia, espacios donde la democracia de pensamiento tiene más cabida. Desde lugares más pequeños pero sin vender el alma al diablo la llama de la profesión sigue vigente. Con menos dinero, menos luces y exposición eligieron no entregarse. Eligieron no matar la repregunta, no quedar aprisionados a los dictados de los auspiciantes ni participar de cadenas privadas informativas a favor del “campo”.

Muchos periodistas no estamos dispuestos a firmar nuestra propia acta de defunción.

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