Hasta ahora, la ampliación de la “frontera agropecuaria” aparecía como un objetivo indiscutible del Progreso. Pero el implante de soja transgénica es imparable.
La cosa es grave y no se reduce a una cuestión medioambiental.
El año pasado, Argentina perdió unas 300 mil hectáreas de bosque nativo, reemplazados por soja.
La zona más afectada es la provincia de Salta. Hace pocas semanas el Presidente de la Nación firmó el decreto de traspaso a la comunidad wichi de unas 20 mil hectáreas de la Reserva Pizarro, que el gobernador Romero había decidido lotear precisamente para que sus amigos implantaran la semilla patentada por Monsanto.
La deforestación, relacionada con el avance de la “frontera agropecuaria”, produjo la desaparición de especies animales y vegetales, y muchas poblaciones fueron desplazadas.
La situación fue denunciada por funcionarios de la secretaría que dirige Romina Picolotti, quienes corroboraron que se desmonta anualmente un uno por ciento del bosque nativo, pero que en algunas zonas esa tasa llega al 10%, lo que significa que a ese ritmo, en diez años esos lugares podrían quedar sin bosques.
La situación no es nueva. Los desaparecidos quebrachales de Santiago del Estero y del norte santafesino abastecieron al ferrocarril inglés y la industria del tanino.
El país perdió en el siglo XX un 70 por ciento de sus bosques.
Salta hace cabeza con 200 mil hectáreas.