La derecha desinhibida

La larga historia que puso al Frente Nacional, otra vez, a las puertas del Eliseo: de la crisis del bipartidismo al ascenso de Marine Le Pen, cómo construyó Francia su camino al abismo.

Una Francia dividida, la crisis del bipartidismo tradicional, el resultado de la banalización de la extrema derecha, un terremoto político desatado por un joven de 39 años que hizo carrera en las entrañas más oscuras del mundo financiero… ¿Qué fue lo que pasó el domingo pasado en la potencia europea que supo ser un referente de sindicalismo, un faro para miles de exiliados de todo el mundo y una fuente de ideas contestatarias a lo largo de décadas y hasta siglos? ¿Cómo, 15 años después, este país vuelve a definir su futuro entre la derecha y la extrema derecha?

 

Como siempre, una única explicación queda corta o, al menos, peca de simplista. Por eso, la mejor forma de entender este presente francés es repasando lo que pasó entre aquel histórico 21 de abril de 2002, cuando el reconocido líder neonazi Jean-Marie Le Pen sorprendió al país y pasó por primera vez a una segunda vuelta presidencial, y el domingo pasado, cuando su hija y sucesora, Marine Le Pen, logró lo mismo, ante una sociedad y una dirigencia política un tanto menos consternada.

 

Las diferencias entre las dos elecciones son importantes. Le Pen padre había obtenido un poco más de 4,8 millones de votos o 16,86%; su hija quedó segunda con unos 7,7 millones de votos o un 21,7%. El paso de Le Pen padre al ballotage no fue pronosticado por ningún sondeo y, por eso, el resultado sacudió como pocas veces al país; el buen resultado de su hija, en cambio, venía siendo anunciado por todas las encuestas y, además, era una evolución poco sorpresiva de las elecciones de los últimos años. La misma noche de la elección de 2002 y el día siguiente, las protestas, especialmente de jóvenes, explotaron en toda Francia y comenzaron una campaña de movilización nacional para frenar a la extrema derecha en la segunda vuelta; en la noche del domingo pasado las marchas contra la participación de Le Pen hija en los comicios del próximo 7 de mayo fueron minoritarias, impulsadas principalmente por grupos de izquierda pequeños.

 

No hay dudas de que el Frente Nacional (FN), el principal partido de la extrema derecha francesa que fundó Le Pen padre y hoy dirige Le Pen hija, creció en esta última década y media. En parte, por mérito propio y, en parte, por políticas públicas, errores y estrategias de las dos grandes fuerzas que gobernaron el país desde la creación de la V República en 1958 y que el domingo quedaron por primera vez fuera de un ballotage presidencial: los conservadores y la socialdemocracia socialista.

“¿Qué fue lo que pasó el domingo pasado en la potencia europea que supo ser un referente de sindicalismo, un faro para miles de exiliados de todo el mundo y una fuente de ideas contestarias a lo largo de décadas y hasta siglos?”

La primera vez que Le Pen padre se presentó en una elección presidencial fue en 1974 y obtuvo un apoyo del 0,75%, es decir, alrededor de 191.000 votos. El dirigente de extrema derecha creció al calor de sus ideas económicas liberales, sus buenos contactos con el sector más conservador y tradicionalista de la Iglesia Católica y un discurso descarnadamente xenófobo, antisemita, machista y ultranacionalista. El año 2002 marcó su climax político y, tras su masiva derrota en el ballotage, muchos franceses creyeron que la extrema derecha había quedado subsumida a ese incómodo pero manejable 9 o 10% de los votos. Sin embargo, la llegada de Marine Le Pen a la cúpula del partido en 2011 dinamitó esa certeza. Meses después, con sólo 42 años, la nueva jefa del FN superó a su padre, obtuvo un 17,9% -más de 6,4 millones de votos- y volvió a poner a su fuerza política en el centro del debate nacional. Desde entonces, no ha parado de ampliar la base electoral y ganar simpatizantes.

 

El liderazgo de Le Pen hija no sólo marcó un cambio por ser mujer y madre divorciada, sino porque inmediatamente adoptó un discurso igual de nacionalista y racista que el de su padre, pero centrado en la necesidad de un estado intervencionista, protector del bienestar social de la población francesa y con una importante impronta anti élites parisinas. En una conferencia para la prensa extranjera durante la campaña presidencial de 2012, la entonces candidata primeriza había asegurado que entre todos los países de América latina, el que más le interesaría visitar si ganaba era la Venezuela de Hugo Chávez para conocer de primera mano su experiencia política. En esta campaña coqueteó de manera similar con Vladimir Putin al reivindicar su confrontación con las potencias occidentales y proponerlo como un aliado económico.

 

Marine Le Pen es mucho más carismática que su padre y es capaz de identificar a su público para adaptar su mensaje. Por eso, pudo calar profundo en las fábricas francesas, entre los trabajadores que se sentían olvidados por el Partido Socialista, inclusive en plenas campañas electorales; o entre una clase media que cada vez le cuesta más llegar a fin de mes y que ya no encuentra en un título universitario un futuro asegurado. Logró atraer a votantes, jóvenes y veteranos, antes identificados con la derecha y la izquierda, que sentían que los partidos tradicionales se habían agotado, que se habían convertido en una misma élite que se alternaba en el poder, sin cambiar nada realmente.

 

Pero el crecimiento en las urnas de la extrema derecha no es sólo mérito del liderazgo de Marine Le Pen. Inclusive, el batacazo electoral que dio su padre en 2002 no fue sólo un producto de su capacidad política. El 22 de abril de 2002, un día después de que Jean-Marie Le Pen accediera a la segunda vuelta presidencial junto con el conservador Jacques Chirac, Bruno Frappat, el entonces director del diario católico La Croix y ex director del matutino Le Monde, escribió la siguiente conclusión: “Jacques Chirac creyó que hacía su propia campaña y, orientándola íntegramente hacia el tema de la inseguridad, obtuvo el efecto contrario: ahorrarle a Jean-Marie Le Pen el hecho de recordar (a la sociedad) que fue él el pionero, el precursor en este tema”. En otras palabras, Chirac utilizó el discurso de la inseguridad inaugurado por Le Pen padre.

“En 2012, Marine Le Pen dijo que entre todos los países de América latina, el que más le interesaría visitar si ganaba era la Venezuela de Hugo Chávez para conocer de primera mano su experiencia política. En esta campaña coqueteó de manera similar con Vladimir Putin”

El lunes pasado, después de la primera vuelta presidencial, el periodista David Carzon analizó el resultado a la luz de lo que fue la presidencia de Chirac, un hombre que recibió el apoyo de más del 80% del electorado, de votantes de todas las ideologías, para frenar el ascenso de Le Pen padre. “Fue un quinquenio inútil. (… ) Una derecha republicana, que con el tiempo se convirtió en una pálida copia del FN por querer desviar sus votos y con el pretexto de defender un discurso verdadero”. Esto sólo se acentuó con la victoria presidencial de Nicolas Sarkozy en 2007, un líder que hizo de sus políticas anti inmigratorias y de mano dura uno de sus principales pilares de gobierno.

 

La prensa, analistas y académicos bautizaron esto como la “banalización de la extrema derecha” y la construcción de una “derecha desinhibida”, y algunos, como el joven historiador y profesor de la Universidad Sciences Po, Grégoire Kauffmann, sostienen que Sarkozy fue su máximo exponente. “Nicolas Sarkozy fue aún más lejos que el FN en la lucha contra el terrorismo o en cuanto al Estado de derecho”, advirtió el año pasado en una columna de opinión en el diario Le Monde, en plena campaña de las primarias conservadoras. El ex presidente incluso fue el más explícito a la hora de legitimar al partido de extrema derecha de Le Pen como una fuerza republicana más. “Le Pen es compatible con la República”, sentenció durante la campaña presidencial de 2012, en un intento por atraer a su electorado, y, años después, reiteró que “un voto por el Frente Nacional no es un voto contra la República (…) ni es inmoral”.

 

A esta derechización de los conservadores se sumó la del Partido Socialista (PS), de la mano del presidente Francois Hollande, un hombre elegido en un ballotage frente a Sarkozy, con la esperanza de miles de simpatizantes de centro-izquierda e izquierda que creyeron que la vuelta del socialismo a la presidencia después de 17 años significaría un retorno al camino de la socialdemocracia, del floreciente Estado de bienestar y las políticas de redistribución y justicia social. Hollande mantuvo y, en algunos casos, profundizó la dirección económica liberal de ajustes y precarización de los años de Sarkozy; cedió a los pedidos de la derecha y, tras la ola de atentados en París reivindicados por el Estado Islámico en noviembre de 2015, instaló un Estado de emergencia en todo el país que dura hasta el día de hoy.

 

La última vez que Francia vivió bajo un Estado de emergencia fue con Chirac en 2005, tras la explosión de violentas protestas en contra del sistemático abuso policial en los suburbios más pobres de París. En ese momento, el ministro del Interior que dirigía las fuerzas de seguridad era Sarkozy.

 

La pérdida de popularidad paulatina de Hollande lo llevó a ir alejándose del ala más progresista de su partido y a tener que renunciar a la posibilidad de una reelección. Fracturado y en crisis interna tras un quinquenio que dejó pocas cosas positivas al PS y al país en general, el oficialismo socialdemócrata eligió un candidato opuesto a la línea de Hollande, cercano en muchos aspectos al presidenciable de la izquierda, Jean-Luc Mélenchon, y terminó de evidenciar su división. El resultado: el partido quedó quinto, lejos de todos los candidatos principales, y obtuvo su peor caudal de votos en décadas. Mélenchon cosechó gran parte de la sangría socialista, pero no es impensable que Le Pen también se haya llevado una tajada.

 

Es muy probable que el llamado frente republicano vuelva a formarse y el próximo 7 de mayo la mayoría de los partidos grandes voten masivamente por el joven liberal y candidato independiente, Emmanuel Macron, para derrotar una vez a la extrema derecha y evitar que un Le Pen sea presidente. Sin embargo, con una derecha «desinhibida» que coqueteó demasiado con el electorado y el discurso de extrema derecha, un socialismo fracturado y sin rumbo político claro, y una izquierda en ascenso pero sin un sucesor a la vista para su líder de 65 años, Mélenchon, el FN de Marine Le Pen tiene muchas oportunidades para seguir creciendo.

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