Estetas y moralistas

Es extraño ver a los mismos que se indignaron por el comentario de Fito Páez respecto a las elecciones porteñas, silbando distraídos a raíz de las declaraciones de Hugo Biolcatti. Y viceversa, porque parece que hoy Biolcatti tiene una formación gorila y desprecia el voto popular, pero Fito Páez no, aunque diga lo mismo. Debe ser que hablan de dos diferentes votos populares, o de dos pueblos distintos o de dos vaya uno a saber qué.

Quedan claras, sí, las diferentes motivaciones de ambos catones: Fito Páez es rosarino, anomalía geográfico-existencial que vuelve perfectamente comprensible la repugnancia que le provocan los porteños, todos los porteños. Pero suele ocurrir que un santafesino, un cordobés, un entrerriano obligado a habitar en Buenos Aires deba necesariamente recurrir a algún subterfugio demagógico para seguir relacionándose con el vecindario sin necesidad de andar agarrándose a trompadas a cada rato, desde que apenas sale de su casa hasta cuando se sube a un colectivo, donde algún tipo torvo y malencarado pudiera increparlo:

–¿Así que ahora yo te doy asco?

–No, vos no –responderá el precavido crítico–. Los de la otra mitad.

Lo de Biocatti tiene un matiz levemente distinto. Es lógico: no se trata de un artista, que se relaciona con el mundo circundante a través de los sentidos y así como Fito asegura que la mitad de los porteños tiene mal sabor, Antonio Birabent bien puede sugerir que algunos son azul cobalto con reflejos tornasolados mientras otros tienen olor a dulce de leche. Biolcatti, en cambio, es un intelectual, un esteticista, una suerte de Romero Brest agrario, un Marcel Proust de la producción láctea, un Oscar Wilde en 4×4: queda claro que no mira el programa de Tinelli y si lo apuran, tal vez hasta le dé asco. El mismo Tinelli, que no se afeita, o la muñeca inflable que pasa por ser Graciela Alfano o el bochornoso coreógrafo disfrazado de murguero montevideano. O hasta las bailarinas, que gustos hay para todo. No se sabe qué, pero algo le debe dar asco, razón por la que un plasma le parece un objeto fútil, carente del menor sentido y utilidad práctica.

No hay ningún motivo, entonces por el que Hugo Biolcatti pueda aspirar a votar a Cristina Fernández, cuyos seguidores se reclutan entre los fans de Tinelli que tienen plasma y entre los que aspiran a tenerlo, que al fin de cuenta de eso se trata el estado de bienestar, que todos podamos ver a Tinelli en alta definición mientras Hugo Biolcatti, enfrascado en un anuario de La Chacra moja la vainilla en un enorme vaso de leche.

Distinto sería si el gobierno repartiera vacas, pero no: reparte plasmas, que ocupan menos lugar, no ensucian el living y, aunque no se ordeñen, son aptos para que en su superficie bailen medio en pelotas las insólitas modelos y vedettes que, cual moderno Charles Atlas, el popular conductor televisivo ha convertido en portentosas atletas y acróbatas de riesgo. Las pocas que salgan vivas y sin lesiones permanentes o incapacitantes tienen el futuro asegurado en Fuerza Bruta, Circ du Soleil o el cuerpo de marines de los Estados Unidos.

Hugo Biolcatti está para otra cosa, para el debate estético y la amonestación ética y, como fruto del parto de una Elisa Carrió preñada de consuno por Monner Sans y Marcos Aguinis, bufa, relincha y muge que “la oposición le presentó a la sociedad su cara más desagradable, fruto de una ingeniería electoral con objetivos egoístas y personalistas”.

La afirmación es inquietante y destituyente, ahora hasta de la oposición, y amenaza con provocar una respuesta de trescientas páginas en cuerpo 9 de Carta Abierta, además de las indignadas demandas judiciales de los involucrados: ni Ricardo Alfonsín, ni Eduardo Duhalde ni Hermes Binner ni Jorge Altamira tienen otra cara que la que Dios les dio, y si a Biolcatti le resultan desagradables, que mire para otro lado.

Después de la criminal claudicación de Florencia Peña, probablemente encuentre consuelo e inspiración en Victoria Donda, Moria Casán o Liliana Salazar.

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