El último acto (balotaje) de una elección histórica

El próximo domingo 30 de octubre se disputará la segunda vuelta presidencial entre el actual Presidente J. Bolsonaro y Lula da Silva. Son las propias características democráticas del sistema político brasileño las que estarán en juego en este balotaje.

por Amílcar Salas Oroño[1]

Una elección marcada por la polarización

Hay dos aspectos que marcan estos cuatro años de J. Bolsonaro como Presidente de la República: por un lado, compuso una específica reinterpretación del característico «presidencialismo de coalición» tan usual de la dinámica política brasileña desde los años 90 hasta hoy; por otro lado, ha incorporado una serie de elementos al sistema que, además de distorsionar el carácter democrático del régimen político, aumentan las imprevisiones sobre cuál puede ser su desarrollo, cuestión que se viene manifestando de forma intensa durante esta misma campaña electoral. El panorama en este sentido es altamente complejo, aún cuando Lula gane la Presidencia en el balotaje el próximo 30 de octubre. Ya los resultados del primer turno son expresivos de transformaciones que están ocurriendo en la sociedad brasileña y que resultan poco auspiciosos. Por ejemplo, siendo que Brasil está cerca de tener registrados 700 mil muertos por COVID, una de las cifras más altas del mundo en proporción con su población -y hay un amplio consenso sobre la responsabilidad que tuvo Bolsonaro al respecto- en las cuarenta ciudades del país con mayor mortalidad por COVID, el actual Presidente venció en treinta y ocho; la misma sorpresa que genera, para el caso, que el electorado de Rio de Janeiro haya elegido como segundo diputado federal más votado al ex-Ministro de Salud, el General E. Pazzuelo que, según él mismo, «no entendía la angustia, la ansiedad de la ciudadanía por la vacunación». Una sociedad política con datos contradictorios y preocupantes. Y es esa incertidumbre sobre el paso siguiente el que concentra el interés por el resultado definitivo; porque aún siendo una tragedia, no hay certeza de si puede llegar a ser peor.

El Bolsonarismo como sistema institucional

Entre los académicos y estudiosos de los devenires del sistema político de Brasil fue distinguiéndose un singular aspecto del juego institucional de la democratización de los años `80 en adelante: el que destacaba la injerencia del Congreso en las composiciones gubernamentales del Poder Ejecutivo, esto es, el intercambio que se establece entre grupos parlamentarios y la nominación del gabinete, y viceversa, el respaldo que obtiene del Congreso el Presidente para sus iniciativas y para poder bloquear, por ejemplo, los pedidos de destitución en su contra (como había sucedido inauguralmente con F. Collor de Mello en 1992). Ese «presidencialismo de coalición» funcionó durante los años `90 en los mandatos de Fernando Henrique Cardoso, funcionó durante los gobiernos de Lula (dos mandatos a partir del 2002) y Dilma (primer mandato, 2010-2014) pero terminó implosionando cuando el Vicepresidente de Dilma, M. Temer, que era el referente de uno de los principales partidos «aliados» de la coalición – el PMDB-, comenzó a organizar los números en el Congreso para que avanzara el propio juicio político a su Presidenta, Dilma Rousseff –  cuestión que efectivamente sucedió. Nada es casualidad: en estos días, M. Temer ha declarado el apoyo a J. Bolsonaro para la segunda vuelta presidencial.

Socios de un mirada común, por ejemplo, M. Temer también salió al rescate del poco barniz democrático que le quedaba a J. Bolsonaro el año pasado 2021 tras su explosivo (discursivamente) 7 de septiembre en el que directamente enviaba -¡Desde la Presidencia!- a desobedecer las decisiones del Poder Judicial. En el acumulativo de las circunstancias, es todo parte de un mismo proceso histórico. Las elecciones del 2018, en ese sentido, fueron un avance clave en términos del deterioro institucional. Una vez electo, y luego de atravesar un primer año de gestión con algunos sobresaltos, J. Bolsonaro acudió (frente a la avalancha de pedidos de juicios políticos en su contra en el 2020) a rearmar su propia versión del «presidencialismo de coalición», algo así como el capítulo tres de esta particularidad brasileña de presidencialismo.

Buena parte de sus energías políticas -que no estuvieron para paliar los efectos de la pandemia, ni el aumento de los incendios en el Amazonas o el regreso de Brasil al mapa del hambre de la FAO- se focalizaron en gestar un dispositivo de propio blindaje cuyo efecto fue el empoderamiento de sus aliados, deteriorando aún más ese carácter «público» de los Poderes – sin mencionar los costos en recursos fiscales del Estado que significó tal operativo. Desde inicios del 2021, rearmó el gabinete de sus militares (donde también encuadró algunas voluntades) con líderes parlamentarios de partidos del Congreso. En este movimiento de piezas políticas es que se consolida un grupo parlamentario -denominado el «centrao», de aproximadamente 240 diputados- cuyo Partido Liberal se termina destacando por el hecho de que el Presidente, para estas elecciones 2022, pasó a ser su nuevo afiliado estrella (junto con una parte muy importante de los funcionarios de su gobierno, y toda su familia).

Y fue justamente este domingo 2 de octubre pasado, cuando se renovó por completo la composición de Cámara de Diputados (513), que el Partido Liberal pasó a ser el partido con más diputados, noventa y nueve, una cifra a la que el Partido dos Trabalhadores nunca alcanzó en su larga historia, pese a haber logrado la presidencia en cuatro oportunidades. Dentro de los cincuenta diputados más votados del país este domingo, el PL tuvo quince, el PT tan sólo tres. Entre los diez primeros, el PL obtuvo cuatro, el PT ninguno. Si bien los otros (cinco) integrantes del «centrao» no tuvieron la misma extraordinaria performance, el espacio creció un 7% respecto de como están hoy antes que asuma la nueva legislatura. En el Senado ocurrió algo similar: el PL también fue el partido que obtuvo más miembros: de las veintisiete bancas en disputa consiguió ocho (que, sumados a los electos en 2018, acumula hoy trece senadores, la primera minoría); Lula, por su parte, eligió tan sólo cinco senadores aliados este domingo. En síntesis, el bolsonarismo desde hace dos semanas se transforma en una fuerza política institucionalizada en el Congreso: fue el amplio ganador del primer turno.

En el supuesto de que Bolsonaro acceda nuevamente a la Presidencia en el balotaje próximo, le corresponderá a él mismo como representante del Poder Ejecutivo designar a otros dos nuevos ministros de la Corte Suprema – ya nombró a dos durante su primer mandato- con lo cual el número (en total son once miembros) comenzaría a dejarlo cerca de una mayoría en esa instancia. Y así, con fuerza Legislativa y Judicial, un nuevo período de J. Bolsonaro en la Presidencia puede llegar a tener desdoblamientos imprevistos sobre los (ya debilitados) límites democráticos y razonables que le quedan al sistema.

El Bolsonarismo como cultura política

Una de las incógnitas de la primera vuelta fue el hiato observado entre las encuestas previas y los resultados finales, sobre todo los números alcanzados por J. Bolsonaro en el recuento total. Descartados los subregistros, los errores muestrales, si hubo un aluvión de última hora u otras cuestiones técnicas (de los sondeos), hay dos aspectos políticos que llaman la atención. Por un lado, que el grueso de la diferencia -o error- se concentrara en el mayor colegio electoral del País, el Estado de San Pablo, que representa el 22% del padrón. Por otro lado, que el caudal electoral obtenido por J. Bolsonaro fuera traccionado, sobre todo, por representantes de su gestión, por ejemplo, por ex-ministros/as, como si la marca de gobierno no fuera un aspecto a esconder sino todo lo contrario. En cualquier caso, ambos aspectos pueden también tener puntos de contacto.

Respecto de la situación en San Pablo, hay que partir de una circunstancia singular: en San Pablo, en el 2018, Bolsonaro obtuvo una diferencia muy grande sobre F. Haddad (67,97% a 32,03%), incluso mayor que en su propio bastión electoral, Rio de Janeiro. Teniendo en cuenta los resultados hace cuatro años, San Pablo fue sin dudas el núcleo central de su victoria. Como luego vinieron las desavenencias entre J. Bolsonaro y J. Doria, electo gobernador aquel año – de otro partido, y que había «traicionado» al candidato de su partido para ir precisamente con J. Bolsonaro- y este año J. Doria decidió no competir a la Presidencia, renunciando también a su reelección estadual, el distrito quedó disponible para una figura (nueva) que ocupara el vacío. Eso es lo que aprovechó el bolsonarismo que logró instalar en tiempo record al ministro de Infraestructura de Bolsonaro, Tarcisio de Freitas, una de las sorpresas de la primera vuelta. Había un piso sobre el cual hacer el movimiento: era difícil pensar que un distrito como San Pablo pasara de núcleo bolsonarista en el 2018 a plataforma lulista en tan poco tiempo. Sobre todo, cuando hay una marcada diferencia entre el voto de la ciudad de San Pablo y su región metropolitana, y el «interior» paulista, ambas zonas con casi el mismo peso de votos: Lula y Haddad vencieron en la ciudad de San Pablo, Bolsonaro y Freitas en el interior del estado.

Esa fractura se repite en otros estados, y es por donde va a ir la estrategia electoral del bolsonarismo: buscar e incentivar un voto más conservador. Es una fractura identitaria agudizada por una polarización que, como era de esperarse, se ha amplificado en esta campaña extensa. Eso mismo es lo que vuelve la escena contemporánea más compleja: de no vencer Lula, J. Bolsonaro encontrará un clima aún más conveniente para el ejercicio de su segundo mandato desde un punto de vista ideológico.

Si bien Lula obtuvo 6 millones de votos más en el primer turno, los aliados de Bolsonaro lograron hacerse de nueve estados, mientras que, por el momento, sólo seis estados son «lulistas»; habrá que ver cómo queda el mapa luego de los balotajes estaduales (también se definen el 30 de octubre). A contramano de lo que muestran las grandes ciudades, en las pequeñas y medianas hay una confirmación de la onda conservadora comenzada en el 2018: es allí donde se consolida el voto a Bolsonaro, es allí donde principalmente se han observado los episodios de violencia política en los últimos meses, donde se han inscripto la mayoría del casi 1 millón de registros (legales) para la portación y uso de armas, dada la flexibilización promovida por el gobierno de J. Bolsonaro desde el 2019. Submundos culturales que el bolsonarismo no ha hecho más que enfatizar.

Conclusión: Lula como necesidad democrática

El drama bolsonarista de la democracia brasileña es una tragedia de varios actos. Nunca se puede saber con exactitud cuando el quiebre comenzó, pero es evidente que el ilegítimo juicio político a Dilma Rousseff abrió camino para lo que vino después. Y de ese juicio suele recordarse, por el estupor que generó en el mismo recinto, que un diputado carioca (J. Bolsonaro) – no era cualquier diputado, era el más votado de su estado dos años antes- dedicó su voto al torturador de la propia presidenta. Primer acto. Luego vinieron los dos años del interregno de M. Temer donde se aprueban leyes estructurales para el interés de las clases dominantes, el segundo acto. Luego vendrá un tormentoso 2018, con la prisión de Lula, la elección de Bolsonaro y la conformación de un gobierno con un gabinete marcado por la participación militar. Tercer acto. Y este año, 2022, que ya entregó un resultado poco auspicioso para los cuatro años legislativos próximos, y para varias administraciones subnacionales. Queda la posibilidad de Lula vencer en el balotaje y comenzar la reversión de todo el cuadro; un último acto que cierre un período, o por lo menos inicie el camino para su cierre. 


[1] Dr. en Cs Ss -UBA/Investigador IEALC/Celag

Licenciado en Ciencia Política (UBA). Magister en Ciencia Política (Universidad de Sao Paulo-Brasil). Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Sus investigaciones de Post-Doctorado la realizó en el IEALC/UBA. Es Profesor en la Carrera de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires- Profesor de grado y de posgrado en otras Universidades Nacionales de Argentina (UNPAZ, UNMdP, UNRN). Investigador del IEALC, del Centro Latinoamericano de Geopolítica (Celag) y del Centro Cultural de la Cooperación (CCC). Ha escrito artículos en revistas académicas y colabora regularmente en diferntes medios de comunicación y divulgación. Publicó Ideología y Democracia: intelectuales, partidos políticos y representación partidaria en Argentina y Brasil desde 1980 al 2003 (Pueblo Heredero).

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