Aguardientes. Segunda temporada
“El ermitaño marchó a la cúspide de la montaña y creyó que tomaba soledad en esa cima. Sin recordarlo, se llevó todos los nombres y las bocas, y los dichos y los gestos con que se llenaron las estanterías de la Biblioteca de Alejandría. Tanto bullicio lo abismó.
Luego bajó y regresó a los burgos, a las plazas, a los bares, a las bocas de las aldeanas, y se pensó acompañado. Tanto vacío, tanto silencio, tanta ausencia de lo humano lo aturdió.
Así, habiendo creído dos cosas que no fueron se fue al desierto a gozar la compañía de los espejismos. Murió de sed. Lo encontraron unos eremitas que no habían podido resolver el temor a la soledad ni el temor a no estar lo suficientemente solos como para abandonar el mundo de los hombres.”
La soledad y la muerte deberían excluirse mutuamente. No debiera ser que alguien muera solo, ni debería darse el deseo de echarse a la soledad para morir. Si hasta los suicidas mueren para alguien, para otros.
¿De dónde se va uno si se muere para nadie, si lo último a sucederte, que es la muerte, te sucede sin testigo?
No. Definitivamente no debería ser que la muerte te suceda sin lloronas, sin enemigos al pie de la cama, sin tu amante conteniendo su dolor, sin tu asesino.
No somos hojas cayendo en bosques intangibles condenadas a no caer por no ser oídas.
A la muerte concurre la vida con su resto, con su último segundo, con la marca de su tiempo terminado. A la soledad acuden los extraños, los ajenos, los superficiales, los inaccesibles, a darnos las puertas en la cara, las miradas de soslayo y las ácidas duchas de la indiferencia.
La soledad no debe acudir a la muerte, ni la muerte puede aceptar la compañía de la soledad. En realidad, no deberíamos permitir que eso suceda, en honor a los amigos, a las compañías profundas, a las parejas, a las barras, los barrios, las ciudades, los pueblos, las naciones y todas las formas en que la vida nos junta para sobrevivir en la memoria de los otros.
En estos días, dicen que murió un compañero y que la muerte lo atrapó solo.
Desmiento terminantemente que eso haya sucedido. O yo estaba con él, o de alguna manera aún está viviendo.
Ustedes eligen.