Las tres estaciones de Alberto

La enunciación "albertista" se sostiene sobre tres pilares históricos: '73,'83,'03. Alusiones, ejemplos y fragmentos que constituyen el discurso presidencial para los tiempos que vienen.

En un marco de transición política y a pocos días de su asunción presidencial, Alberto Fernández ofrece una postura dialoguista que busca concordar con su propio espacio y, sobre todo, coordinar con otros sectores clave de la escena nacional. Desde ese plano, su discurso es sostenido por tres pilares históricos que, en función de sus años, destacan una situación peculiar y crítica de época: 1973, 1983 y 2003.

En ese trazado de décadas, perforado por el terrorismo de Estado (durante los años 1976 y 1983) y atravesado por los vaivenes neoliberales del menemato y el delarruismo (1989-2001), la retórica de los presidentes Juan Domingo Perón (en su tercer mandato), Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner forma parte del hilo conceptual que presenta Fernández en sus relatos.

La función de esos Jefes de Estado en escenarios políticos destacados y fundamentales de la historia argentina, confluyen en la narrativa albertista y activan aspectos enunciativos que contienen una lógica en común: la comunicación en crisis y el abordaje de las problemáticas desde revisiones e impulsos teóricos. En el caso de Perón, la apelación al “pacto” en un contexto de violencia política; en el de Alfonsín, la búsqueda de una consolidación democrática en un plano de destrucción social, política y económica ocasionada por el régimen militar; y en lo que respecta a Kirchner, un llamamiento de soberanía y trabajo en conjunto frente al resquebrajamiento institucional y la asfixia financiera del país.

 

1973

La referencia albertista a Perón retoma perspectivas desarrolladas en los meses previos a su muerte, orientadas a la conformación de una concertación política, social y económica, apoyada por un amplio espectro político, especialmente, el peronismo, la UCR, la CGT y el sector empresarial. Este programa económico diseñado por el ministro de Economía, José Ber Gelbard, durante las presidencias de Héctor J. Cámpora y Perón (entre mayo de 1973 y octubre de 1974), subrayó una iniciativa productiva que buscó una reconstrucción nacional en un contexto complejo a nivel latinoamericano.

Los propósitos primordiales del denominado “Pacto Social” (también destacado por Cristina Fernández en su libro Sinceramente), procuraban favorecer el desarrollo nacional, recuperar el pleno empleo y la demanda sostenida, y comulgar una concepción anti-inflacionaria. En esa trama de acuerdos, el Estado nacional ocupaba un rol central, con una ampliación del gasto público, emisión monetaria y créditos. Asimismo, pretendía alcanzar un control eficiente del comercio exterior (potenciación y desarrollo de exportaciones y regulación de importaciones).

Por tanto, tras la jura presidencial, el líder justicialista solicitó la colaboración y la participación global de los actores de la política y la sociedad en general. Si bien el programa quedó trunco tras la asunción de Isabel Martínez (1974-1976), aún resuenan las puntadas semánticas del último Perón, desde los balcones de la Casa Rosada, en 1973: “Espero que todos los argentinos, de cualquier matiz político que sean, comprendan que en la paz que podamos mantener y en el trabajo fecundo que debemos realizar, está precisamente ese destino que tenemos la obligación de defender”.

1983

La coyuntura de transición a la democracia combinó frentes decisivos para Raúl Alfonsín: la dimensión política dañada por la dictadura, la interna militar profundizada por la derrota en Malvinas, la precariedad económica y la implantación de un modelo neoliberal desplegado en distintas áreas del Estado. En este sentido, Alberto Fernández reconstruye el rol del líder radical en un contexto de malestares sociales que mezclaban expectativa con ruptura de lazos, enfrentamientos de posdictadura y una inestabilidad económica palpable.

En ejercicio de su mandato, Alfonsín motorizó un discurso que, por un lado, relataba las dificultades que tenía el país por delante y, por otra parte, destacaba la centralidad de la democracia y la preservación de la dignidad del hombre, la justicia y la vigencia del Estado de derecho. Por este motivo, su postulación anunciaba “una etapa de cien años de libertad, de paz y democracia” y buscaba consolidar las instituciones desprestigiadas por el régimen militar.

“Vamos a trabajar categórica y decisivamente por la dignidad del hombre, al que sabemos hay que darle libertad, pero también justicia, porque la defensa de los derechos humanos no se agota en la preservación de la vida, sino además también en el combate que estamos absolutamente decididos a librar contra la miseria y la pobreza en nuestra Nación”, expresó el día de su asunción, el 10 de diciembre de 1983.

2003

Tras la crisis de 2001 y la presidencia turbulenta de Eduardo Duhalde (que también tuvo que transitar una práctica discursiva de crisis), la retórica de Néstor Kirchner también debió recuperar una noción de confianza y de afianzamiento institucional luego de años de direccionalidad neoliberal.
En su rol de Jefe de Gabinete (2003-2008), Alberto Fernández fue parte de una acertada narrativa que debió superar momentos de construcción de poder político (a causa del porcentaje minúsculo de votos obtenidos por el líder patagónico), negociación con el frente externo (a raíz de la proliferación de la deuda externa) y preservación de la institucionalidad y la mirada nacional y popular en un mapa latinoamericano de populismos en avance.

En esa línea, Kirchner se ubicó en una zona representativa de reivindicaciones políticas, de justicia y memoria. Por ello, en su discurso ante la Asamblea Legislativa, dio cuenta de esta propuesta y remarcó los pasos a seguir: “Somos parte de esta nueva generación de argentinos que en forma abierta y convocante desde la propuesta de un modelo argentino de producción, trabajo y crecimiento sustentable llama al conjunto social para sumar no para dividir, para avanzar y no para retroceder, para ayudarnos mutuamente a construir una Argentina que nos contenga y nos exprese como ciudadanos”.

Las historias que tengo

Con la mirada puesta en el horizonte y en la articulación de su futuro gobierno, Alberto Fernández remarcó su identidad peronista en la visita a la sede de la CGT. En aquel momento, hizo un racconto de las luchas sindicales y resignificó el rol de los acuerdos: «En este lugar, Perón llamó a un pacto social, en tiempos en que la Argentina estaba en crisis y necesitaba del acuerdo de todos los argentinos. El mandato de Perón está más presente que nunca: para un argentino no hay nada mejor que otro argentino».
Asimismo, en una extensa entrevista a Página 12, el presidente electo se vinculó nuevamente con las nociones democratizadoras de Alfonsín y retomó una de sus frases más célebres: “Cuando yo termine mi mandato se van a cumplir 40 años de democracia. Me encantaría demostrarles a los argentinos que Alfonsín tenía razón: que con la democracia se cura, se educa y se come”.

Semanas atrás, y en sintonía con la mirada institucional de trabajo y responsabilidad, Fernández evocó a Kirchner y pensó lo que le podría expresar si lo viese gobernando el país: “Me diría ‘hacé lo que tengas que hacer que yo te acompaño’”. Además, recordó su experiencia de negociación en 2003 con el director del Fondo Monetario Internacional, Horst Köhler, y lo que le comentó el gobierno kirchnerista en ese momento: “Nuestro problema no es cumplir, lo que se lo garantizo con nuestra historia, sino que nos dejen cumplir”.

En esa secuencia de momentos e historicidades, el discurso de Alberto Fernández oscila y se hace fuerte. La puesta en eje de un pacto social, reforzado a partir de la consolidación de la democracia y de la renegociación con el frente externo es fundamental para unir esas temporalidades.

La enunciación albertista, entonces, consiste en unificar los ecos de esos mandatarios y construir su propia voz de cara a un porvenir complejo, en una América Latina rodeada por espantos de posdictadura y transiciones democráticas deficientes. En las tres estaciones (1973, 1983, 2003), Fernández contempla su práctica política y constituye su crisol de prioridades a fin de alcanzar un horizonte. La tarea no es sencilla, pero no se presenta improvisada o fuera de contexto. Es un camino narrativo fuertemente cuidado y, sobre todo, conveniente en su lectura.

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