Eso preguntaba, con alguna socarronería, un lector oriental: “Y ahora, después del fallo de La Haya y de la reunión Tabaré-Kirchner en Córdoba ¿no va a decir nada de las papeleras ni de que Uruguay se quiere ir del Mercosur?”
Pues amigo, puedo decir casi lo mismo, me temo:
– 1. Las plantas, proyectadas y en construcción, no son “papeleras”, sino elaboradoras de pasta celulósica para papel que será fabricado en Finlandia, España o donde mejor les apetezca a esas empresas.
– 2. El presidente Vázquez tiene toda la razón del mundo en lo que se refiere a la intervención de terceros en la resolución de conflictos entre países hermanos, que deberían poder acordar mediante el diálogo. Sería bueno tener presente que esos terceros son tan contraindicados al momento de resolver conflictos como al momento de crearlos, habida cuenta que la causa del diferendo son los intereses de empresas trasnacionales y no el interés nacional de ninguna de las partes.
Pero, en suma, la concurrencia argentina ante la corte de La Haya no es la medida más adecuada para la resolución de nada, si bien se contempla en el tratado del río Uruguay, y a la que se llegó luego de fracasadas otras instancias de diálogo, para el que es preciso que haya dos dispuestos a escuchar y que ambas partes estén en condiciones de cumplir los compromisos que asumen.
– 3. El gobierno y el pueblo uruguayo deberían reconocer el derecho que asiste a los vecinos de Gualeguaychú a reclamar la relocalización de unas fábricas cuyo funcionamiento los afectará de una u otra manera, sobre cuyo emplazamiento no fueron consultados ni mucho menos informados de las razones por las cuales debían instalarse en el sitio en el que al menos Botnia lo está haciendo, ni quién ha decidido que el sitio fuera ése y no cualquier otro dentro del territorio oriental.
– 4. El inevitable daño ambiental que llegaría a provocar el funcionamiento de esas plantas podría mantenerse dentro de “niveles aceptables” (si es que alguien consigue determinar qué implica eso de un “daño aceptable”) con la adecuada tecnología y la debida inversión, pero debe saberse que esas tres plantas son suertes de avanzadas de un proyecto más vasto que implica transformar a la zona que aproximadamente va del río Negro al Paraná, en un “polo celulósico”, tal como en su momento lo definió el presidente Vázquez.
El núcleo de ese proyecto lo constituye la extensión del área de monocultivo forestal, cuyos daños ambientales, económicos, sociales y políticos, si bien no perceptibles en un primer momento, están muy lejos de ser “aceptables” para quienes pretendan que nuestros países puedan encaminarse a un desarrollo independiente, con integración y justicia social, y no convertirse en factorías neocoloniales para satisfacer las necesidades y demandas de un “mercado mundial” en el que no tenemos real arte ni parte.
– 5. Para que al menos esas tres primeras plantas puedan disponer de la materia prima que requieren, es preciso que ese “modelo forestal” que se está imponiendo en una vasta zona del territorio oriental se imponga también en la mesopotamia argentina, acentuándose así los perjuicios que actualmente ocasiona el avance a destajo de las áreas forestadas sobre terrenos ganaderos y aun agrícolas, lo que es un auténtico disparate.
Esto vuelve a los habitantes de la mesopotamia eventuales afectados y parte del problema, si bien quienes parecen más concientes de ello son -por motivos diversos, algunos obvios- los entrerrianos del oriente de la provincia, muy particularmente los vecinos de Gualeguaychú. El resto permanece, si se me permite decirlo, papando moscas mientras les birlan el pingo en sus narices, como ocurre con gran parte de los ciudadanos uruguayos.
– 6. Nadie puede poner sensatamente en duda la mejor buena voluntad del gobierno del FA, y en especial del presidente, en el cuidado del medio ambiente. De lo que con alguna justificación puede dudarse es del poder de ese gobierno en relación al inocultable poder de las empresas, para lo cual no hay que imaginar nada, sino basarse en los hechos y antecedentes inmediatos. Es un dato objetivo, no un juicio de valor, del que no escapa la Argentina, cuya riqueza minera y petrolera sigue siendo dilapidada para beneficio de empresas trasnacionales. La diferencia tal vez radique en que, excepto algún demente y los consabidos servidores locales de los monopolios internacionales, a nadie se le ha ocurrido en Argentina presentar la expoliación y la entrega como “causa nacional”, sino más bien lo contrario. Ser conciente de un problema no implica de ninguna manera haber comenzado a resolverlo, pero convengamos que si nos negamos a reconocer la existencia de un problema, no existe la menor posibilidad de resolverlo.
– 7. Es otro dato objetivo la dificultad, dentro y fuera del Uruguay, de abordar el problema con prescindencia de apelaciones a un nacionalismo bastante sospechoso, y en todo caso, muy de campanario, que ha arrastrado a gran parte del FA a adoptar las posturas de la oposición más conservadora, y que en Argentina, afortunadamente y al menos hasta ahora, se manifestó en sectores muy marginales y minoritarios, aunque su influencia en el litoral parece ser creciente.
La inopinada coincidencia con el FA de dos partidos que, más allá de su estructural obsolescencia, ni siquiera han renovado su plana dirigente, responsable de la grave situación social y de la debilidad económica del Uruguay, tendría que al menos hacer reflexionar a los frenteamplistas. Cuando un gobierno de izquierda cede a las presiones de la derecha, termina haciendo una gestión de derecha. Y hoy por hoy, el gobierno uruguayo sigue atrapado en un discurso y una política económica que parecen diseñados a medida de su oposición más conservadora.
– 8. Asombra la incomprensión que siguen mostrando los partidos de la izquierda uruguaya en general respecto a la íntima relación existente entre la protección de los recursos naturales y un modelo de desarrollo que preserve nuestra autonomía de los centros de poder económico y aliente una mayor justicia social, que naturalmente implica un mejoramiento de la calidad de vida de la comunidad.
Es una incomprensión simétrica a la de las fuerzas políticas de izquierda o centroizquierda de nuestro continente que, con muy pocas excepciones, persisten en creer en la fábula positivista de un industrialismo o un productivismo que, por sí sólo, implicaría la solución de todos los males de la humanidad.
– 9. Es tranquilizador comprobar que contra todos los vaticinios malintencionados o esperanzados en mantener la dependencia latinoamericana, el Mercosur se muestra más vital y pujante que nunca. Y que el gobierno del FA ha tomado debida nota o que tal vez sus amenazas de dejar el Mercosur dándolo por muerto hayan sido apenas jarabe de pico para reclamar un trato más equitativo, por no decir justo.
Sin embargo, la insistencia del ministro Astori en dejar una puerta abierta a la firma de tratados bilaterales de libre comercio sigue dando qué pensar, y permite dudar de sus verdaderas intenciones, al menos, las del ministro. Otro tanto puede decirse de su renuencia a participar de un eventual Banco del Mercosur, del que además Uruguay sería uno de sus principales beneficiarios.
– 10. Las críticas al Mercosur del gobierno y de muchos de los principales dirigentes del FA son más que justas, imprescindibles, pero sería un grave error entenderlas como un “punto de vista nacional”. Esas críticas son coincidentes a las que desde otros países muchos veníamos haciendo, y eso se explica porque el “punto de vista” desde el que abordar los problemas de integración es el de la indispensable unidad de América Latina.
La integración económica -que por otra parte requiere de un desarrollo más armónico y equilibrado- es insuficiente y debe ser tomado como un punto de partida; el de llegada dependerá de que seamos capaces de crear un imaginario común, de que, crecientemente, el “lugar” desde el que pensemos deje de ser el de nuestras parciales y caprichosas “nacionalidades” para empezar a entendernos al menos como sudamericanos, de manera que Uruguay, Brasil, Argentina, Venezuela… ocupen el lugar -importante pero más doméstico- que hoy el barrio, la esquina, el pueblo, ocupan al momento de pensar los problemas uruguayos, argentinos, etcétera.
La clave de las críticas a la marcha del proceso de integración no está en la letra, sino en la música: dar por “muerto” al Mercosur sin antes haber agotado los esfuerzos para su mejoramiento, nos acerca peligrosamente a aquellos que pretenden darlo por muerto porque conviene a sus intereses económicos, políticos y hasta ideológicos. América Latina está obligada a recorrer el camino inverso al de su desintegración, que estuvo signado por la preeminencia de los intereses de las oligarquías portuarias por sobre el interés y necesidades de los pueblos del interior.
Nunca debemos olvidar que si esa preeminencia resultó posible, fue no sólo por el poder de los hechos, por la fuerza de las armas y de la economía, sino sustancialmente por obra de las ideas y del “discurso”. Un discurso que sigue intacto y ocupando casi monopólicamente todos los espacios de difusión y aun de elaboración.
– 11. Es indudable, como bien lo dice el presidente Vázquez, que el fallo de La Haya, cualquiera sea, no resolverá nada, si por resolver entendemos no la preeminencia de una de las posturas en desmedro de la otra, sino una solución común superadora de la situación que haya dado origen a un conflicto.
¿Pero cómo se arriba a esto? Seguro que no emperrándonos en el supuesto “honor nacional” de ninguno, en no dar el brazo a torcer ante nada y no confundiendo el interés de los países -¡y el de los pueblos!- con el de grupos empresarios o de dirigentes políticos, que de esa confusión han surgido las peores atrocidades.
Venimos sosteniendo desde un principio que el conflicto que ha dado paso a un diferendo binacional, es de naturaleza regional y que si se ha salido de madre fue por el desafortunado manejo de ambos gobiernos y en particular, de las dos cancillerías. Error que se nutre de una malformación, casi de un cáncer ideológico común a nuestras clases dirigentes y a los sistemas representativos en general, el de creer a los pueblos, a los ciudadanos de a pie y de carne y hueso, “minores” medioevales, incapaces de saber qué es lo que les conviene, que es lo que realmente desean, de decidir en consecuencia y de hacerse cargo de los costos de su decisión.
Con notable perspicacia, ese gran periodista montevideano que se disfraza de Voltaire Spinoza lo llama “infantilización de la sociedad”, una infantilización en la que las personas acaban encontrando un cómodo refugio es su condición de estúpidos inveterados, en el mejor de los casos, de niños medio lelos, condenados a no crecer jamás.
Es así que cuando las personas de a pie pretenden tener voz y decisión en problemas que los afectan, provocan el horror de los bienpensantes que de un lado los descalifican por -se arguye- el atrevimiento de pretender determinar la política exterior de un país y del otro se los ningunea por “extranjeros”, ninguneo que se sostiene en la autoexclusión o autoinfantilización de pueblos vecinos, acuciados por las penurias económicas a las que no tienen, a ojos vista, modos de superar mas que acatando pasivamente las soluciones que se les impone.
Mal que les pese a los gobernantes, dirigentes e “intelectuales” de ambos países, el diferendo binacional requiere para su solución del proceso opuesto al de llevarlo ante una corte internacional, porque es el de retrotraerlo a su condición de conflicto regional, en el que deben ser los pueblos -sí señor Maluf, los pueblos- los que lleven la voz cantante y no sus “representantes” obrando en el supuesto interés de esos “minores” que sólo tienen voz y decisión al momento de elegir quién pensará y actuará por ellos.
La asamblea ambiental de Gualeguaychú, no obstante la opinión de sus detractores de ambas orillas, tiene mucho que decir y qué aportar, pero será para beneficio común, y del propio, que de un paso más allá de los muchos que ha dado -y que se le permita darlo- porque esto no se resuelve mirándolo desde Gualeguaychú sino desde la región.
Y hasta acá llego, para no hacer enojar más al amigo lector que ha dado origen a estas reflexiones