Pitu Salvatierra: «El camino bueno siempre es más difícil para nuestros pibes»

El referente social da testimonio de la militancia política como acción transformadora en las barriadas olvidadas de la ciudad más rica de la Argentina. La escuela que busca educar en la dignidad villera y el cronómetro electoral: "Un año más así nos tiraría definitivamente fuera del mapa".

“Siempre que se hace una historia

Se habla de un viejo, de un niño o de sí

Pero mi historia es difícil

No voy a hablarles de un hombre común”

Canción del elegido, Silvio Rodríguez.

 

Hay tantos comienzos posibles para contar la historia de Alejandro “Pitu” Salvatierra. Se puede empezar de manera reflexiva, pensando si su apellido lo habrá hecho portador de algún designio irrenunciable: salvar las tierras, como cuando lideró la toma del Parque Indoamericano. O arrancar por la política y elegir las palabras que le dedicó Cristina Fernández de Kirchner a través de Carlos Zanini: “hay gente que sabe mucho, pero entiende poco. Vos sabés poco, pero entendés todo”.

 

Podemos buscar el origen del dirigente villero y contarlo a través de detalles en blanco y negro, romantizándolo para hacerlo digerible a los estómagos de la clase media intelectual: las zapatillas gastadas, los techos de chapa, la pobreza digna repentinamente reemplazada por la marginalidad más absoluta tras la muerte del abuelo paterno. O relatar la escena de su primer robo a mano armada en tono de thriller: detenernos en ese momento en el que, cuando ya había salido con el botín, Pitu vuelve a entrar en la carnicería que acaba de asaltar para llevarle un corte de carne a su mamá.

 

Hay tantas escenas, y cada una cuenta una parte de la historia. Escenas grandilocuentes, escenas cliché, escenas inverosímiles. Pitu va desgranando su historia y en cada frase regala una imagen, un momento desde el que se puede empezar a hilvanar todo lo demás. Hay epifanías, ideales, confusión, malas elecciones, una familia que banca a pesar de todo, amor incondicional, personajes clave que aparecen en el momento justo y dicen exactamente lo que Pitu necesita escuchar. Hay algo de suerte, también: todos los elementos necesarios para construir un relato mítico.

 

“Yo tengo una historia con la educación, creo que fue lo que me abrió la cabeza. Estoy seguro de que me convertí en una persona mucho menos violenta el día en el que aprendí a poner en palabras lo que me pasa. Poder comunicarme sin violencia fue algo que aprendí estando preso, leyendo y estudiando para aprobar los exámenes. Pero muchos de nuestros pibes no tienen esa posibilidad, y solo aprenden a comunicarse de manera violenta. No es que sean violentos por naturaleza: es lo que les enseñaron. Por eso quería hacer una escuela: la violencia en el barrio es casi un medio de expresión. Estamos acostumbrados, crecemos con la violencia como lenguaje. Nuestros pibes pueden acceder a armas y drogas, las consiguen fácilmente. Pero, si necesitan una vacante en la escuela, no la consiguen. El camino bueno es siempre el más difícil para nuestros pibes”.

 

Fotos | Georgina García

Para empezar, siempre hay que buscar la escena central, la que une y da sentido a todas las demás. Hay que encontrar el punto nodal en el que todas esas escenas se cruzan, confluyen y forman un solo cuadro. Muy excepcionalmente, la escena central no está en el pasado del personaje, sino en el presente: ese momento poderoso desde el que se puede pensar acerca de lo que pasó y proyectar sobre lo que va a pasar.

 

Jueves feriado. Pitu nos busca en Eva Perón y Murguiondo y nos lleva a “su” barrio: suyo por pertenencia y por liderazgo. Los vecinos lo saludan y le abren paso mientras avanzamos por los pasillos de Ciudad Oculta hasta llegar al Instituto Villero de Formación: el lugar que construyó a pesar de todas las dificultades, las trabas burocráticas, la falta de ayuda, la ausencia del Estado. El lugar al que apuesta como motor de cambios sociales y culturales, además de políticos. Pitu sabe que la educación es transformadora, que puede marcar un quiebre en la historia. Si lo hizo en la suya, puede hacerlo en la de otros y otras.

 

Su historia podría haber sido igual a la de tantos. Infancia pobre pero con techo, comida y familia. Padre preso. Abuelo presente. Madre abnegada ocupándose de sus hijos, haciendo lo que tenía que hacer para asegurarles el plato caliente en las noches frías. Haciendo lo que podía hacer. Corte. Muerte del abuelo. Desalojo. Toda la familia en la calle. Adolescencia marginal, conflictiva, donde lo único que sobraba eran las carencias. Una mala decisión, un desliz, el paso hacia la delincuencia. Una vida en peligro. Todos los lugares comunes de una serie de televisión tumbera. Hasta que, estando en cana, un amigo de su viejo le dio el consejo que cambiaría su destino. “Ponete a estudiar, pibe”. Que hiciera algo diferente con su vida, le dijo. Pitu entendió. Y decidió que era tiempo de cambiar. Corte. Pitu sube al escenario para recibir de Julio Alak el diploma al mejor estudiante del año. Lo aplauden. Un plano corto muestra sus manos: está esposado. A medida que la cámara se aleja, vemos que no está solo en el escenario: lo rodean cinco policías de la bonaerense. Su promedio es el mejor en todas las escuelas de la ciudad de La Plata: 9,98. “Si algo tenía tiempo de hacer, mientras estaba en cana, era leer”. Basado en una historia real.

 

“Yo soy un actor político: para mí, crear esta escuela significó la posibilidad de salir del estereotipo del “tirapiedras” en el que la sociedad te encasilla por pertenecer a una organización social, y demostrar que nosotros también tenemos la posibilidad y la capacidad de resolver muchas cosas que el Estado no resuelve, que podemos gestionar nuestros conflictos con entereza y dignidad. La creación del Instituto Villero de Formación es estratégica para nosotros. Queremos demostrar que somos mucho más que los tipos que llenan los micros y reparten las banderas y los bolsones de mercadería».

 

«Es una señal para nosotros mismos, para discutir el gerenciamiento de la política dentro de las villas. Para los actores que militamos en el territorio es importante derribar mitos: soy negro, villero, estuve en cana, afané casi toda mi vida hasta que caí preso, tiro piedras, te corto la calle, te reclamo porque me cago de hambre, pero también puedo educar a personas. Puedo armar una escuela en una villa y sostenerla con el esfuerzo de los compañeros. Y puedo convencerlos de que es importante resignar una parte de las ganancias de las cooperativas que armamos para pagar la educación de los pibes de la villa: eso es crear conciencia de clase. No en los libros: en la realidad”.

 

El entrevistado marca el rumbo: debemos ser fieles a sus palabras, a su voz particular, a la manera que tiene de hacer énfasis en una anécdota o un recuerdo. Debemos prestar atención a sus silencios: escuchar lo que no dice. Entender lo que prefiere callar.

 

“El Instituto tiene tres áreas: en primer lugar la formación en oficios, donde damos talleres de albañilería y electricidad; tejido; corte y confección; gastronomía; pastelería; catering. También tenemos convenio con la UOM, mandamos a los pibes del barrio a estudiar. Después tenemos el área de formación secular: una primaria que funciona a la mañana y donde vienen generalmente personas mayores, y la secundaria. La tercera área de laburo tiene que ver con la formación dirigencial: ahí damos los debates sobre el rol del dirigente barrial, pensamos en nuestros problemas particulares y reivindicamos nuestro laburo».

 

«Emilio Pérsico (dirigente del Movimiento Evita), que es un tipo al que yo admiro muchísimo, me contó una anécdota que me quedó grabada. Cuando asumió Néstor Kirchner llamaron a una reunión a todos los movimientos sociales: era la incorporación de las organizaciones sociales a la vida política institucional. Tuvieron un montón de reuniones preparativas para ir a verlo: todos tenían su plan revolucionario para contarle. Llegaron, se sentaron en una mesa larga y empezaron a hablar acerca de cómo cambiar la patria. Hasta que Néstor paró la conversación y empezó a preguntarles cosas concretas: “¿Cuántos volquetes de basura hay en tu cuadra?”. Y se dieron cuenta de que ninguno sabía muy bien qué pasaba en su barrio. Néstor les dijo que volvieran, que se fijaran en su cuadra y que después iban a poder hablar acerca de cómo armar la patria. Esa historia yo siempre la relaciono con algo que me dijo mi abuelo paterno cuando era muy pibe: “Todas las cosas se hacen de abajo para arriba. Lo único que se hace de arriba para abajo es un pozo”.

 

Debemos ser capaces de transmitir las emociones del entrevistado, sus certezas, sus inseguridades. Evitar acotaciones como “llora” o “ríe”: la risa y el llanto deberían poder escucharse detrás de sus palabras. Romper con la idea del texto teatral, eso de “responde mientras ceba otro mate”. El lector tiene que poder sentir el sabor de la yerba ya algo lavada, la temperatura del agua que se fue entibiando a lo largo de la conversación.

 

“El edificio donde hoy funciona el Instituto se construyó durante la gestión anterior, como parte de un proyecto pensado en el marco de un gobierno popular: el objetivo era traer el Estado al barrio. Teníamos un Centro de Acceso a la Justicia, un Centro de Salud con pediatras, psicólogos y médicos de diferentes especialidades. Logramos que por primera vez los pediatras les tocaran la puerta a los pacientes, que tuvieran una relación directa con ellos. No te podés imaginar lo importante que es para un villero que el médico vaya a la casa a ver al pibe que tiene fiebre. Había presencia del Sedronar para trabajar en la prevención de las adicciones, teníamos una oficina del Ministerio de Trabajo que traía los Programas de Empleo. Contábamos con la ayuda del Ministerio de Cultura: construimos una sala de ensayo y conseguimos todos los instrumentos para armar una banda de rock, de cumbia o de folclore.»

 

«En el esplendor del gobierno de Cristina armamos el movimiento Villeros Unidos y Organizados de la ciudad de Buenos Aires, que contenía a todas las organizaciones del kirchnerismo. Teníamos una robustez interesante, fue el germen de lo que después llamamos Movimiento Padre Mugica. Con el tiempo logramos construir el Instituto, tener presencia en otros barrios, armamos la organización Mugica vive, pudimos implementar los programas de presencia del Estado en los barrios, hicimos comedores, merenderos, acciones de alfabetización y apoyo escolares. El 8 de marzo de 2010 hicimos una movilización a la Legislatura de Buenos Aires para reclamar por la urbanización, fuimos 15 mil villeros con las organizaciones de izquierda y el kirchnerismo. Armamos carpas de debate, discutimos el concepto de integración urbana, fue un laburo formidable. Cuando lográs consolidar de abajo hacia arriba, construís de verdad».

 

«Como resultado de esa lucha, obligamos al sistema político a reconocernos como actores reales. Gracias a eso, logramos instaurar a través de una ley de la Legislatura porteña el 7 de octubre, la fecha del nacimiento del padre Mugica, como el día de la Identidad Villera. Queríamos reivindicar esa palabra y demostrar que podíamos asociarla con la solidaridad, lo colectivo, la lucha permanente. Nuestra identidad villera contiene todos esos valores: para nosotros “villero” no es un insulto ni algo denigrante. Queríamos que los pibes de nuestros barrios tuvieran nuevos modelos positivos, que quisieran parecerse al albañil, al metalúrgico, al cura del barrio, y no al narco».

 

«Todo eso se podía hacer porque el Estado apoyaba: muchas de las cosas que se están haciendo hoy en las villas son el resultado directo de ese momento de debate fuerte en el que teníamos resuelta la olla, podíamos hacer alguna salida y eso nos permitía tener discusiones mucho más elaboradas que las que podemos tener ahora, cuando están todos preocupados por comer. Fue un proceso de organización muy fuerte que hoy está en retroceso, porque las organizaciones están sumergidas en sus propios problemas: en los últimos años muchos de esos movimientos se fueron desinflando y desarmando. Los compañeros se van metiendo para adentro. La construcción de un dirigente tiene que ver con lo que es y con lo que refleja. Si yo me estoy cagando de hambre, no le puedo marcar el rumbo a nadie. El dirigente que entra en crisis económica, que tiene problemas en su familia, no puede mantener el liderazgo. La crisis te deshilacha”.

 

En el mejor de los casos, el lector puede creer que está ahí, hablando mano a mano con el entrevistado. Para eso tiene que sentir el frío, el eco de la voz de Pitu en un edificio vacío, el contraste de la oscuridad de un comedor en obra con el sol que brilla afuera. El olor a cemento húmedo. La música que entra por las ventanas de vez en cuando. En una buena entrevista, el entrevistador tiene que poder hacerse invisible y ceder su lugar al lector.

 

Fotos | Georgina García

 

“Una persona se convierte en militante cuando entiende que su problema no es único, y descubre que la salida es colectiva. Pero, frente a la crisis, hacés una regresión: la necesidad extrema no te permite mirar hacia afuera, te deja encerrado en tu casa, intentando parar la olla. Ahora estamos otra vez en un momento muy difícil: tratamos de sobrevivir, vemos a nuestras mujeres y nuestros pibes totalmente frustrados. Y nos sentimos inútiles, porque el proyecto de vida que les acercamos casi nunca tiene que ver con lo que quieren. Los vemos nuevamente cayendo en la delincuencia y en las adicciones, buscando eso que tenían hace 4 años y que ya no tienen. Hace cinco años teníamos la vida más organizada, podíamos hacer proyectos. Pero, desde 2016, nos empezaron a retirar la ayuda. Todo eso se fue terminando. De a poco se fueron yendo. El Estado se olvidó de nosotros. Nos dejaron solos. Solo quedaron los médicos, que siguieron viniendo sin cobrar, porque tienen una relación con sus pacientes».

 

«Cuando te ponés a mirar la historia, te das cuenta de que siempre fue el neoliberalismo lo que nos hizo mal: en los 50 cuando lo echaron a Perón, en el 70 cuando dieron el golpe, en los 90 cuando vinieron con Menem, en el 2000 con De la Rúa. Siempre fueron los mismos, y siempre nos dio los mismos resultados. Ojalá podamos cambiar el curso de la historia y volvamos a tener un gobierno popular que nos dé algo de dignidad a los que menos tenemos. La política es la única herramienta que tiene el hombre para poder mejorar su calidad de vida y crear sociedades más igualitarias: la disputa es política. No podemos aislarnos en las acciones sociales que podemos hacer en un barrio. Tenemos que poder influir dentro de las fuerzas políticas que representan a los sectores populares».

 

«Tenemos la esperanza de que el pueblo argentino tenga algún grado de conciencia y que pueda pensar en los que menos tienen, que la están pasando mal. La clase media todavía tiene algún resto, pero nosotros estamos fuera del mapa, es desgarrador lo que está pasando en el barrio. Los almacenes volvieron a ser kiosquitos y solo venden lo básico: no conseguís un desodorante en el barrio, porque ya no se lo pueden vender a nadie. Pan, leche, cigarrillos, jugo, gaseosas, nada más. El carnicero me dice que le preguntan cuánto les puede dar por 30 pesos. Pierde guita. Por eso esperamos que vuelvan los sueños de nuestros pibes, que vuelva la felicidad, el empleo, que la AUH vuelva a tener valor, que vuelva el consumo como motor de la economía. No aguantamos más: un año más así nos pondría en una situación irreversible y nos tiraría definitivamente afuera del mapa».

 

«Yo creo que la derecha no le perdona a Cristina haber tenido que compartir sus privilegios. Les molesta tener que convivir en las playas de Punta del Este con la negrada de Milagros Sala. No se trata de la creación de puestos de trabajo, la construcción de viviendas ni la creación de escuelas. Lo que les molesta de la prosperidad de los negros es que los sectores populares tengan plata y puedan acceder a lugares que ellos sentían como exclusivos. Lo que de verdad no se bancan es que el morochito con gorrito pueda estar en el VIP del baile. Y no se bancan lo que Cristina genera en nosotros: esperanza. No hay nada más poderoso para los sectores populares, porque verla a ella es recordar tiempos mejores y no comernos el verso de que la fiesta es siempre para otros. Por eso vamos a volver: porque la gente de la villa sabe que con Cristina vuelve la polenta con queso”.

 

 

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