Los miserables de Campo de Mayo

Perdido a un costado de la ruta 8, el edificio de los tribunales de San Martín es el escenario del más silenciado de los juicios por delitos de lesa humanidad. Allí, el 27 de abril comenzó la “megacausa de Campo de Mayo” sin que la Gran Prensa le dedicara más que una mención liviana.

El asombro y el dolor, la humillación y la ofensa, se preguntan desde entonces, y todos los lunes, miércoles y viernes, ¿cómo fueron capaces? ¿Cómo tanta barbarie?

Por allí pasa hoy el caso de Floreal Avellaneda. El niño de catorce años a quien persiguieron con la crueldad de los SS.

Militante del Partido Comunista era Floreal. De la Fede. De la tierna y sacrificada militancia del periódico, el afiche, la pintada, el volante. De Brézhnev, de Fidel, de Lenín. De las contemplaciones a la historia argentina para entenderla, aunque el partido dijera lo suyo.

Se lo llevaron en abril de 1976. Al Negrito Floreal, a la mamá. Buscaban al obrero, al padre. Metalúrgico de Tensa. Iris, la madre, sobrevivió. El Negrito no.

Los hijos de Hitler, los déspotas, los sedientos de banderas rojas, ahora están sentados en el banquillo. Seis apellidos. Seis veteranos de aquello que pretenden llamar guerra y hasta la misma guerra los repudia.

El Campo de Mayo que en verdad fue Campo de Exterminio, exhibe a su oficial más cobarde negándose a declarar: el ex general Santiago Riveros, de 85 años. No sólo es la cara del olvido, también es la previsible muerte convertida en anciano.

Riveros, quien alguna vez se jactó de aquello que hizo diciéndole a un juez que nada más había que buscar, y que asumía “toda la responsabilidad”, sólo fue capaz, hace unos días, de invocar la Constitución para zafar de la indagatoria.

También está Fernando Exequiel Verplaetsen. El jefe de Inteligencia de Campo de Mayo. El patrón de los torturadores. El que amenazó con su bastón a los reporteros gráficos cuando el año pasado lo sacaron del anonimato que brinda un sobretodo, un gorro de invierno y la pinta del “pobre viejito” a quien custodia un Penitenciario.

Ya Riveros y Verplaetsen son apellidos que nada dicen. El dueño de Campo de Mayo, quizás el general más duro de quienes comandaron el genocidio, y el ex jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires que celebraba los asesinatos de Cambiasso y Pereira Rossi en 1983, sentirán añoranzas de sus épocas de reportajes, notas, menciones repetidas en los periódicos.

Hoy nada son. Como nada es la prensa masiva, especializada en contarnos los andares de Tinelli, la depresión de los ricos en Palm Beach, distraernos con la gripe porcina, o contarnos que el acto de la CGT es sólo un inmenso caos de tránsito en la Capital.

No esperemos que Clarín, La Nación, Canal 9 y Crónica TV nos cuenten la biografía sangrienta de Riveros, de Verplaetsen, ni quién es el general García, los ex capitanes César Fragni, Raúl Harsich o el oficial de la bonaerense Alberto Aneto.

Nada de aquello les parece periodismo. Tampoco la historia de los Avellaneda. Ni el final del Negrito, ni su cuerpo flotando y acercándose a las costas uruguayas en 1976 para señalarle al mundo que en la Argentina occidental y cristiana también se asesinaban niños en nombre de Cristo.

Una vez más nos queda refugiarnos en Página 12, en Crítica, en alguna crónica de Canal 7 o en la prensa alternativa, el blog de noticias del juicio Campo de Mayo o el comentario boca a boca de quienes se acercan al desvencijado edificio, a un costado de la ruta 8.

Desinteresar al público, al pueblo, de todo lo que ocurrió en el mayor centro clandestino es la tarea de ellos.

Nos queda el boleto de tren, algún colectivo desde Chacarita; la sensibilidad de acercarnos, lunes, miércoles o viernes, a brindar la mínima compañía a los miles de caídos en Campo de Mayo.

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