Por Causa Popular.- Las urnas peruanas se jugaron algo más que el rumbo de los próximos cinco años. El 4 de junio Lima, la capital peruana, eternamente hostil a Alan García, le dio la victoria. Allí se definieron los próximos años y aunque el ex militar Ollanta Humala ganara en 15 de los 24 departamentos del país, Alan García se alzó con la victoria con el 54.6 por ciento superando a Humala con casi 10 por ciento. De la serie de elecciones de este 2006, la segunda vuelta en Perú fue la más importante de la región porque ayudó a definir la balanza hacia uno de los lados de la pugna que comenzó cuando el presidente venezolano Hugo Chávez decidió intervenir en la nacionalización de los hidrocarburos bolivianos y terminó enfrentándose con Brasil.
La principal tensión está en la relación de sus petroleras estatales PDVSA y Petrobras, que se disputan en Bolivia buena parte de las reservas de gas. Perú también posee módicas reservas gasíferas (13 trillones de metros cúbicos) pero con posibilidades de ampliarlas considerablemente.
Nadie puede negar que el nivel de coincidencias en el Sudamérica es inédito, pero la necesidad de impulsar mayores acuerdos desde Venezuela fue lo que movió a Chávez a apoyar con declaraciones y algo más la candidatura de un camarada de armas tan controvertido como Ollanta Humala.
En el camino por apoyar el proyecto de Humala, Chávez se encontró con uno de los políticos más avezados de la región: el ex presidente Alan García, a quien ni su amplio rechazo entre el electorado y en ciertos sectores de poder le provocaron una pérdida de su talento a la hora de hacer política. Rápido de reflejos, García se erigió en el retador de Chávez, golpeándolo ahí donde más le duele: en su controvertida y por momentos inexplicable relación con Estados Unidos y con las empresas petroleras de ese país.
Mientras Colombia acaba de renovar su alianza con Estados Unidos con la reelección de Álvaro Uribe y después de conocer si se termina de construir ese dique al chavismo en el que se erigió y erigieron los gobiernos de la región a García, o de abrirle las puertas a través de una figura como Humala, todas las miradas se dirigirán a Ecuador, donde Chávez ya tiene preparada su infantería política para dar la batalla.
Hasta el gobierno argentino entendió de qué iba la partida. Así como en la primera vuelta apoyó abiertamente a Humala, luego envió a un senador del oficialista Frente para la Victoria con un mensaje de apoyo a García.
Brasil y Chile no sólo aplaudirán cuando vean a Alan asumiendo el próximo 28 de julio sino que aguardan saber con cuál de los dos candidatos mexicanos, Andrés Manuel López Obrador o Felipe Calderón, pueden estructurar una agenda de intereses comunes que se diferencie de la de Chávez, tal como coincidieron diplomáticos de ambos países en días pasados.
El presidente electo recibe una economía en franco crecimiento, pero un país política y socialmente fragmentado por la desigualdad, tal como lo demostraron los resultados de la segunda vuelta. No es la misma herencia que recibió en 1985 de manos de Fernando Belaunde Terry, donde ya se vislumbraban los efectos hiperinflacionarios y la violencia que atravesaba el país.
Lima, eternamente hostil a García, le dio la victoria. Humala ganó en 15 de los 24 departamentos del país. Allí en el sur y el Amazonas históricamente empobrecido, surgió el grito de alerta por mejoras sociales urgentes, de ahí el respaldo a Humala.
Es allí donde este nuevo capítulo gubernamental que Alan García iniciará el próximo 28 de julio debe poner todas sus energías. Para ello, los asesores del presidente electo ya anticipan sorpresas en el gabinete, teniendo en cuenta las dificultades que se le presentan en el Congreso donde el nacionalismo será el bloque mayoritario.
El triunfo no es sólo del APRA ni de García, con sólo un techo electoral de 25 por ciento. De ahí la necesidad de un gobierno de concertación nacional, como lo había prometido el ex y futuro presidente. En el plano regional sudamericano, lo que también estaba en juego era el proyecto de expandir las coincidencias impulsadas por Chávez y a pesar de los esfuerzos de Caracas, la capacidad de crecimiento político de la iniciativa bolivariana han encontrado su dique de contención en Perú. Al menos por la vía electoral.
García se apuró en apaciguar los ánimos con Caracas y La Paz, y en reafirmar su perfil socialdemócrata, abriéndose a una alianza con Michelle Bachelet y con Lula da Silva. García, con su ductilidad y su experiencia en esas lides, sabe que ocupará un espacio importante en esa pugna por ver qué perfil político adopta la región.
En ambos planos, el nacional y el internacional, el panorama no es fácil. Por lo pronto Alan García debe abocarse de lleno al interno, donde la pobreza y la desesperación social, de acuerdo a los resultados, se pusieron en pie de guerra.
Perú escogió el mal menor. Alan García, ex presidente de 57 años, se convirtió ayer en el mandatario electo, al obtener 55.4 por ciento contra 44.5 por ciento del nacionalista Ollanta Humala, en una elección que, por lo histórica, volcó la balanza geopolítica en Sudamérica y dejó al desnudo a un país profundamente polarizado por la desigualdad social.
Con una abultada diferencia en Lima, donde se concentra el mayor número de votantes del país, García se ganó el derecho a una segunda presidencia (la primera 1985-1990), y celebró la victoria haciendo un extenso mea culpa y poniendo el acento en los 15 departamentos donde el ganador -en algunos casos por abrumadora mayoría- fue el ultranacionalista Humala y a los que prometió trabajar por su desarrollo.
«Recojo las banderas de quien las tomó (Humala), de la pobreza de Arequipa, Cuzco y Puno, y las hago mías en el gobierno bajo una enorme responsabilidad, admitiendo nuestros errores y trabajando con un gobierno abierto y de concertación», expresó García, quien le dedicó el triunfo al patriarca Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del partido.
Chavez, «el único derrotado»
Después de saludar a todos los peruanos y a su contrincante, García dijo que «no hay derrotados, aquí el único derrotado no tiene documentos peruanos. Es el que nos quiso traer con su negro dinero el militarismo como repulsivo del poder de otras épocas», en clara referencia al presidente de Venezuela, Hugo Chávez.
Pero lo cierto es que no tiene sentido acusar a Chávez de ser el único perdedor en la contienda electoral como declara García. El apoyo de Chávez a Evo Morales en las elecciones fue clave. De igual manera, en el caso de Humala, Chávez aportó con un buen porcentaje de votos (teniendo en cuenta que Ollanta creció 14 por ciento desde la primera vuelta), presionándolo por la izquierda junto con Evo Morales y la nacionalización de los recursos naturales privatizados.
Al enterarse de su victoria, Alan García declaró que «Aquí proclamo que no hay derrotados. Tomo la bandera del Perú de quien la recibió y la levantó para trabajar por el Perú». Luego, llamó a la» concertación, del diálogo y de la apertura» con los demás partidos políticos y organizaciones sociales». Sin embargo, eso puede llegar a ser imposible en la medida que insista en aplicar un modelo neoliberal apuntado a generar acuerdos de libre comercio con Estados Unidos.
Además de sumar a Perú al bloque regional donde se encuentran Brasil, Chile y Uruguay, el triunfo de García muestra la fragmentación de un país, donde más de 56 por ciento de sus habitantes viven en la pobreza más absoluta y que buscaron en la candidatura de Humala una mano salvadora a tanta postergación. «No llegamos con el discurso pero llegaremos con el desarrollo», expresó García, durante sus primeras palabras como presidente electo, antes de que la multitud entonara La marsellesa aprista (la canción partidaria con la música del himno nacional francés).
Perú rechazó la iniciativa apoyada por Chavez y el «salto al vacío» que para muchos representaba Humala, y puso de manifiesto la necesidad de políticas urgentes para apagar la bronca de ese 45 por ciento que allí se queda a la espera de que sus demandas sean cumplidas.