Para observar las próximas elecciones en España hay que tener en cuenta que el nombramiento del Presidente de Gobierno es indirecto, determinado por los parlamentarios elegidos por el voto, lo que obliga, si ningún partido consigue un número propio suficiente, a las alianzas. Algo que en las elecciones del 20 de diciembre pasado no se pudo lograr, pese a que las negociaciones fueron múltiples. Para la instancia del 26 de junio todo indica un panorama similar, lo que implica el temor de que la crisis de gobernabilidad se haga crónica. Esta sensación está presente en la mayoría de los españoles y se traduce en la presión, desde la bases partidarias, para que sus dirigentes hagan lo necesario para “salvar a España”.
Lo dicho se refleja en la única novedad visible, el frente conformado por Podemos e Izquierda Unida (IU), que las encuestas colocan en segundo lugar en las preferencias, por detrás del PP y postergando al tercer puesto al PSOE. La niña bonita de los últimos tiempos, Ciudadanos -la nueva derecha- llega muy lejos de los tres primeros, esperando que la requieran a la hora de construir una mayoría.
“El temor a que la crisis de gobernabilidad se haga crónica se traduce en la presión para que los dirigentes hagan lo necesario para ‘salvar a España’”
La alianza Podemos-IU no se produjo antes por recelos de ambas fuerzas. El núcleo duro de IU es el Partido Comunista español, el mismo que firmó la transición arriando las banderas de la república y aceptando la monarquía. Sus dirigentes, acomodados a sus escaños en el Parlamento, se sostienen sobre una generación muy mayor que se conforma con una tibia actitud testimonial. Son los más jóvenes quienes empujan a juntarse con Podemos. La dirigencia teme perder la manija ante la potencia demostrada por el partido de Pablo Iglesias. Algo semejante, paralelo, le sucede a Podemos, que no es un partido tradicional, sino un frente líquido, que oscila entre el democratismo y la verticalidad. Su débil cadena de conducción fue el principal elemento para que no fraguara el acuerdo con el PSOE en la instancia anterior: el aparato partidario del PSOE y de IU es una herramienta de temer en cualquier alianza. Sólo que la cautela de Pablo Iglesias, que seguramente prefiere colocar a Podemos como la principal oposición, contrasta con la presión de sus partidarios, que quieren ser gobierno ahora y no en el futuro.
¿Hacia dónde se inclina el electorado y qué opciones habrá para las alianzas parlamentarias? Comparando las encuestas del diario El País (supuestamente de izquierda), el diario El Mundo, (supuestamente de derecha) y Metroscopía, una fuente supuestamente independiente, se puede hacer una radiografía de los votantes de los dos partidos tradicionales.
El votante fiel al PP tiene unos 55 años. Con lo que enfrentan, a no muchos años por delante, una masiva baja vegetativa. Por ahora, sin embargo, les sirve para aspirar y sostenerse en el poder. ¿Qué piensa ese votante? Que la responsabilidad del actual estado de cosas es del PSOE, que no apoyó al presidente pepiano, Mariano Rajoy, y no va a cambiar su voto respecto a la elección anterior. Esta fidelidad conservadora coloca al PP en condiciones de ganar, otra vez, las elecciones generales, por poco, y necesitado de sumar parlamentarios ajenos para alcanzar el Ejecutivo.
¿Qué pasa con el Partido Socialista Obrero Español, el otro polo de la alternancia política? Desde la llegada de Felipe González a su cabeza, hubo un claro corrimiento hacia la social democracia y un sacarse de encima a los dirigentes clasistas. Con el correr del tiempo y la llegada al gobierno -afirman que con apoyo del Departamento de Estado norteamericano, que temía al PC- desmovilizaron a sus militantes, hicieron fe de realismo político y se acomodaron a turnarse la administración con el PP. La presidencia de José Luís Rodríguez Zapatero, que cerró con ajustes propios del más férreo neoliberalismo, le creó una crisis de credibilidad. Tanto que se ha desdibujado como mayoría partidaria, y ni siquiera figura en dos rubros que interesan a los ciudadanos, como son la capacidad de transformación de la realidad económica y la capacidad de gestión. En el primer caso gana ampliamente Podemos. En el segundo, el PP, pese a que su gestión es la administración de la pobreza. Para el PSOE, una alianza de gobierno con el PP, supuestamente antagónico en principios y proyectos, es una apuesta de riesgo que pondría en juego su existencia.
Pero, ¿hay otra posibilidad a la vista? Con el frente Podemos/IU a la caza del Ejecutivo, y Ciudadanos a la espera de negociar sus reducidos votos, todo parece indicar que la alianza de PP y PSOE es la única solución que preserva el control del poder para los dos partidos tradicionales. Se argumentará que, en el pasado, este juego de hoy yo y mañana vos, era garantía de gobernabilidad. La pregunta sería: ¿gobernabilidad para quién y para qué? Los gobiernos de frentes progresistas, en Madrid y Barcelona, cuestionan ese argumento, pero no alcanzan para gestar un cambio profundo, que archive en el desván la alternancia de dos partidos que se diferencian sólo en el nombre.