La marea negra

El actual avance global de la ultra derecha no es un accidente de la historia: además de que cuenta con poderosos sectores financistas, los partidos populares han fallado en sus proyectos o han sido cómplices de las corporaciones. Un análisis de Antonio Muñiz

En Alemania, en las elecciones regionales del 1 de septiembre, la extrema derecha se anotó un triunfo notable en Turingia, el mismo lugar donde el partido Nacional Socialista consiguió su primera victoria importante en 1930.  

El partido neonazi Alternative für Deutschland (AfD) conquistó el 33,1% de los votos, confirmando las encuestas previas. El resultado lo ubica como primer partido en Turingia y  segundo en Sajonia.

Se ha especulado mucho sobre las razones del éxito electoral de AfD, pero mas allá de situaciones locales, hay coincidencias con otros países  donde, con diversos matices, también se alza una “marea negra”.

Es evidente que en la última década, el ascenso de la extrema derecha ha dejado de ser un fenómeno aislado para convertirse en una tendencia global. Lo que en otros tiempos parecía ser una reacción marginal a las crisis económicas y políticas, hoy se presenta como una fuerza política en expansión que amenaza las bases mismas de la democracia.

Desde Europa hasta América Latina, y de Estados Unidos a Asia, los movimientos de extrema derecha están ganando terreno.

Este fenómeno no es casual ni espontáneo, sino, como argumenta Juan Torres López en su libro Para que haya futuro: Una hoja de ruta para cambiar el mundo, es el resultado de un sistema económico que ha favorecido la concentración de poder en manos de una élite, mientras las clases populares y medias son progresivamente desposeídas de sus derechos y bienestar.

Esta creciente desposesión que sufren trabajadores, clases medias, pequeños empresarios y profesionales, es consecuencia de un modelo económico neoliberal que concentra cada vez más riqueza y poder en una minoría privilegiada.  

La complicidad del gran capital y el auge del autoritarismo

El ascenso de la extrema derecha no es solo el resultado de un malestar social, sino que, siguiendo a Torres López, está siendo alimentado por los grandes capitales que financian y apoyan a estos movimientos.

“Este avance global de la ultra derecha no es un  accidente de la historia. Estos movimientos han sido planificados, organizados y financiados por sectores del capitalismo global concentrado”.

Esta ultra derecha ha sabido generar un relato que ha podido canalizar el descontento social, desviando la atención de los verdaderos responsables de la crisis –las élites económicas que dictan las políticas neoliberales– y señalando como culpables a los pobres, a los inmigrantes, refugiados, a los movimientos progresistas y cualquier grupo que se salga de los márgenes del tradicionalismo conservador.

A través de la difusión de datos falsos, simplificaciones, slogan vacíos y la manipulación del miedo, la extrema derecha ha logrado presentarse como la única alternativa para una población cada vez más desesperada y descontenta. Vox en España, el AfD en Alemania, Trump en EEUU, o Milei en Argentina y otros partidos similares a nivel global, han encontrado en la inseguridad económica, la precariedad laboral y la crisis de identidad nacional, los ingredientes perfectos para alimentar un discurso autoritario que ha ido generando un cambio cultural en la conciencia política de los pueblos.

Tal vez la frase que mejor defina la actual situación sea lo dicho con brutal sinceridad por   Warren Buffet, un empresario norteamericano «Hay una guerra de clases, es cierto, pero es mi clase, la clase de los ricos, la que está haciendo la guerra. Y vamos ganando».

Así esta internacional de la ultra derecha esta empeñada en dar una batalla cultural que moldee la sociedad a su ideología e intereses. No es casual la compra de Twitter, hoy X, por Elon Musk, ni el avance de las grandes corporaciones sobre la propiedad de los grandes medios, si no es para construir un poderoso aparato comunicacional a su servicio.

Sin embargo, esta estrategia solo es efectiva porque los partidos populares han tenido una actitud muy pasiva y en muchos casos cómplices con las corporaciones, pero sobre todo han fallado en ofrecer un proyecto alternativo capaz de responder a las verdaderas necesidades de sus pueblos.

La crisis de la política y la falta de proyectos alternativos

Uno de los elementos más preocupantes de esta situación sea la falta de representatividad de los partidos politicos tradicionales que se ha extendido a una crisis de todo el sistema institucional democrático.

Mas grave aun, durante años estos partidos y aun los de izquierda o populares, han asumido como propia las políticas neoliberales que antes criticaban, aplicando las mismas recetas económicas que la derecha y defendiendo estrategias de ajuste estructural.

Como decíamos esto ha llevado a un alejamiento progresivo de la política de los problemas reales que enfrentan las personas comunes: bajos salarios, falta de acceso a la vivienda, pobreza, precariedad laboral e inseguridad económica. En lugar de abordar estos temas de manera directa, se han centrado en cuestiones secundarias, dejando fuera de agenda las demandas populares.

Como  resultado de esta desconexión fue quedando un espacio vacío que fue siendo ocupado por estos movimientos de extrema derecha, que ha sabido ofrecer una narrativa sencilla y directa, aunque falsa y peligrosa, a millones de personas que se sienten abandonadas por las instituciones.

Pero esta tendencia no es irreversible.

Pero esta claro que para frenar el avance del autoritarismo, los partidos populares no pueden seguir haciendo lo mismo que nos llevaron a este presente.

Hacia un nuevo contrato social

Para revertir esta situación y construir un futuro más justo y equitativo es necesario la construcción de un nuevo contrato social que coloque a las personas en el centro de las decisiones políticas y económicas.

La clave de este cambio es la construcción de un nuevo modelo productivo, que deje de lado la lógica extrativista y financiera, en otro basado en un desarrollo sustentable con justicia social, ya que el actual sistema económico neoliberal no solo genera desigualdad, exclusion y violencia, sino que pone en riesgo la propia viabilidad civilizatoria. La lógica predatoria del capitalismo actual esta llevando a un crac global, con crisis ambientales, alimentarias, migratorias y bélicas.  

Para que los partidos populares y democráticos recuperen su relevancia, y frenen el avance de la extrema derecha, es necesario que vuelvan a conectar con las preocupaciones materiales de la población. Esto implica, entre otras cosas, defender políticas fiscales más progresivas, donde los grandes capitales y fortunas contribuyan de manera justa al bienestar colectivo, invertir en servicios públicos de calidad, promover la educación, la salud y empleos dignos y sostenibles, y avanzar hacia una democratización de la política y de la economía que incluya a los sectores populares en la toma de decisiones.

La dimensión moral del cambio

Sin embargo, este cambio no es solo económico, también es necesario un cambio cultural y ético. La sociedad debe transitar hacia una lógica de comunidad, solidaridad y colaboración, alejándose del individualismo competitivo promovido por el neoliberalismo. Solo desde esta dimensión moral, solidaria y pacífica del ser humano, será posible construir un mundo más justo, como lo demuestran los cambios positivos que, aunque silenciosos, han ocurrido a lo largo de la historia.

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