La defensa del futuro: estado, innovación, tecnología e industria

Las industrias para la defensa pueden ser una herramienta clave para la construcción de soberanía industrial y tecnológica.

Argentina tiene una enorme historia en cuanto al desarrollo de grandes empresas estatales destinadas a consolidar la industria pesada básica, así como emprendimientos industriales militares que representaron grandes logros en distintos momentos históricos.

No deben ser olvidados aquellos pioneros del petróleo, el acero y la energía atómica -como Savio y Mosconi-, de la industria naval y aeronáutica, como el Brig. San Martín, y, sobre todo, las políticas del gobierno de Juan Perón, que fueron construyendo una importante Argentina industrial.

Todavía en el pasado reciente el país producía aviones, barcos, blindados, armamento liviano, misiles, vehículos; ya desde las empresas estatales o mixtas, que significaron un orgullo para la industria nacional, además de ser un factor de desarrollo local y regional, generadoras de trabajo y avances en lo científico-tecnológico.

A pesar de las traiciones de los gobiernos de turno de los últimas décadas, que engendraron un proceso desindustrializador, diezmando proyectos audaces y ambiciosos -como el Cóndor, desarticulado durante el gobierno menemista junto a la privatización y desguace de gran parte de las empresas estratégicas, sustentadas por generaciones-, Argentina tiene todavía clústeres que permiten programar en estas áreas un desarrollo futuro promisorio. Por supuesto que este futuro no aparecerá por arte de magia, sino que deberá ser el resultado de políticas estatales activas.

Nuestro país cuenta con capacidad técnica productiva para el desarrollo de una industria de la defensa. Seguimos apostando por un importante progreso en la energía nuclear o el desarrollo de industria aeroespacial. El INVAP es hoy un modelo de empresa y de desarrollo soberano en áreas estratégicas. Astilleros Rio Santiago puede ser una base para el desarrollo de una industria naval.

También el Ministerio de Defensa tiene en su órbita empresas destinadas a fabricaciones militares con un importante potencial, además de contar con un poder de compra que, puede orientarse a fortalecer al sector pymes, robusteciendo la cadena de proveedores, el desarrollo de nuevos productos, la fabricación de bienes que sustituyan componentes importados, así como avanzando en innovaciones tecnológico-productivas.

Una política clara de fomento de industrias para la defensa pueden ser un motor del desarrollo pyme y un componente esencial en la salida de la actual crisis económica. La experiencia internacional muestra que los grandes avances tecnológicos de las últimas décadas se basaron en investigación y desarrollo de productos tanto de uso militar como aeroespacial.

En este sentido, podemos aplicar el conocido triángulo científico-tecnológico o Triángulo de Sábato para explicar el funcionamiento simple pero efectivo del progreso científico, tecnológico y productivo. El triángulo tiene tres vértices: en el primero, el estado como líder del proceso, diseñando, ejecutando y asignando recursos; por otra parte, el sistema científico tecnológico (es decir, los generadores de la oferta de tecnología); por último, el sector productivo, receptor de esa tecnología. Esos tres sectores deben estar orgánicamente relacionados entre sí, con lazos fuertes y duraderos.

Para Sábato y Botana (1968, p. 2), la inserción de la ciencia y la tecnología en un país conlleva un proceso político consciente, y se constituye como el resultado de la acción de esos tres elementos fundamentales. El objetivo es lograr mayor eficiencia productiva, aunando capacidad técnico-científica propia a través de la inserción de la Ciencia y la Técnica en la trama misma del proceso productivo.

Este modelo es, sin dudas, aplicable en cualquier desarrollo autónomo, pero es claro en el desarrollo de las industrias para la defensa. Estas requieren un coherente programa nacional de l+D, articulado, si bien con mucha presencia estatal, entre lo público y lo privado, lo que dará a las industrias la posibilidad de adquirir y a su vez producir nuevas capacidades tecnológicas, en un proceso constante de retroalimentación.

La principal batalla que hay que dar es la cultural: romper la lógica de la dependencia y la decadencia cultural, ese “acá no podemos hacerlo” que forma parte de nuestro coloniaje contemporáneo.

Sería conveniente realizar -inicialmente- un estudio de campo sobre los sectores pymes, técnicos, profesionales, autoridades militares y funcionarios, a fin de conocer las realidades y potencialidades. Un diagnóstico que no deje de concientizar sobre la importancia de estas políticas.

Las áreas a explorar y desarrollar son muy diversas, pero solo a modo enunciativo podemos mencionar para este artículo:

  • Tecnologías 4 y 5 G. Estas tecnologías de base y uso militar, terminan aplicándose a la actividad productiva (4G) y más orientada a la vida cotidiana (5G); en ambos casos estamos en las puertas de una nueva revolución industrial.
  • Comunicaciones, radares, softwares, etc.
  • Tecnología aeronáutica y espacial.
  • Biotecnologías.
  • Equipamiento médico y tecnología para la salud (a este respecto, la pandemia demostró claramente la necesidad de un desarrollo propio).
  • Desarrollo de tecnologías para el diseño de simuladores de sistemas de combate, fundamentalmente para la instrucción de pilotos de aviones de combate.
  • Desarrollo de armamento ligero (armamento ligero y munición, lanzagranadas, morteros y su munición, armas múltiples, tubos, artillería y cañones de carro y su munición, lanzacohetes, pólvoras y explosivos, bombas de aviación, espoletas, minas, cohetes y misiles, armas modulares lanzadas por avión desde distancia de seguridad).
  • Desarrollo de nuevos materiales y su uso militar.
  • Textiles y confección: uniformes, ropa para personal médico, insumos para hospitales, etc. Existen experiencias a nivel mundial y local de telas “inteligentes” que se adaptan a diversas situaciones y agresiones externas ( bajas o altas temperaturas, ácidos, líquidos, fuego, entre otras).
  • Alimentos para tropas en situación de conflicto. Hay desarrollo en universidades de raciones individuales de alto contenido alimenticio y calórico.
  • Entrar en el mercado (de casi 300 millones de dólares) de Naciones Unidas para la compra de material militar para las fuerzas de paz. Un nicho de mercado muy interesante para las pymes.
  • Promover la actividad de Astilleros Río Santiago en relación a la industria naval.
  • Promover la creación de una marina mercante nacional.

Para ir cerrando, es necesario explorar experiencias como el INVAP u otras, de alianza estratégica entre diferentes organizaciones del estado, universidades y privados. Es un tipo de organización que ha demostrado ser muy eficiente en cuanto al logro de sus objetivos.

Por otro lado, investigar potenciales proveedores pymes, a fin de poder seleccionar, formar y transferir tecnologías a las cadenas de valor, fomentando el desarrollo local y regional de la mano de estas empresas. En este esquema cabría rescatar el concepto “polo de desarrollo”, idea sepultada durante décadas por el pensamiento neoliberal industricida, pero clave para construir una nación integrada, ocupando racionalmente el territorio a partir de poblaciones que se asienten alrededor de determinadas industrias.

Las industrias para la defensa pueden ser una herramienta clave para la construcción de soberanía industrial y tecnológica. Implican la acumulación de grados de libertad política y económica para el país. Por último, son una verídica herramienta de generación de puestos de trabajo, integración y justicia social.

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