El sol del 25, ¿viene asomando?

Gremios y movimientos sociales buscan consolidar un eje opositor transversal con una nueva convocatoria callejera y en la pelea por la cúpula de la CGT. En paralelo, los tropiezos de Macri aceleran la interna peronista y ya se barajan las posibles candidaturas de la unidad.

“Si el peronismo se une, chau Macri”. La frase que Hugo Moyano pronunció esta semana suena a perogrullo, pero no lo es: la experiencia presidencial de Mauricio Macri constituye quizá la última oportunidad de las elites para imponer una restauración conservadora hecha y derecha. Es decir, retrotraer al país a la era pre peronista. Aún cuando la coyuntura muestre al gobierno en falsa escuadra, se necesitará incluso más que la -por ahora en pañales- unidad del peronismo para derrotar en las urnas a la suma del poder económico, financiero, jurídico y, también, institucional que aún apuntala al presidente.

 

Ese desafío, como está planteado, exigirá perforar los límites del movimiento nacional.

 

La propia familia Moyano parece haberse percatado de esa necesidad. Hace una semana, Pablo presentó en público la sociedad con el líder bancario Sergio Palazzo que se propone disputar la conducción de la CGT. El peso específico de ese acuerdo trasciende al poroteo del Confederal de agosto: Palazzo, de origen radical, orienta la Corriente Federal, un espacio donde conviven expresiones gremiales diversas y movimientos sociales. El arribo de la dupla Moyano-Palazzo a la cúpula de la CGT implicaría el ingreso de esos movimientos a la Central sindical. La incorporación marcaría un hito para la historia del movimiento obrero, que por primera vez le daría voz y voto a representantes gremiales de trabajadores desocupados, precarizados y de la economía popular.

 

La proclamación de una cúpula cegetista combativa propiciaría otro ingreso -en realidad, un regreso- a la Central: el de la CTA. El propio Hugo Yasky se lo adelantó a Zoom en febrero, y lo confirmó el lunes en un plenario sindical de curtidores. “La unidad es una necesidad -dijo Yasky-, de modo que la CTA resolvió ser parte de la CGT en caso de que se pueda concretar una convocatoria para elegir una conducción que represente a la lucha de los trabajadores”, concluyó el líder de la CTA.

 

El fenómeno que se cultiva en la CGT se repite en barriadas y municipios, donde el espanto por las políticas de Cambiemos empezó a borrar las líneas que en estos dos años mantuvo fragmentado al peronismo entre sí, y respecto a otras expresiones populares y progresistas que no suscriben al legado de Perón. Esa transversalidad germinó durante las protestas de diciembre contra la reforma previsional, y volvió a manifestarse el 21 de Febrero, en un acto que tuvo a Moyano como figura central. El mismo grupo convocó ahora a manifestarse el próximo 25 de mayo contra el súper ajuste que anunció el Gobierno como consecuencia del acuerdo con el FMI.

 

Los organizadores imaginan que, a diferencia de febrero -donde hubo amplia mayoría de movimiento obrero organizado-, el próximo 25 confluirán al obelisco más trabajadores “sueltos”, profesionales, comerciantes y hasta empresarios Pymes ahogados por el tarifazo, la caída en el consumo, la inflación, la depreciación de los ingresos y las altísimas tasas que imposibilitan el acceso al crédito productivo. El pronóstico no es descabellado: la crisis cambiaria y el regreso de las relaciones carnales con el Fondo permeó incluso entre los votantes de Cambiemos, donde desde hace unas semanas se hizo frecuente el uso de la palabra “decepción”.

 

El ocaso del relato M

Con la economía en veremos y la gestión política en crisis, la única disciplina en la que Cambiemos seguía pisando fuerte era la comunicación. Protegido por los principales medios y comunicadores de la Argentina, el Gobierno había logrado imponer -al menos para la primera minoría, que refrendó su confianza en las elecciones de medio término- que la progresiva pauperización de la economía doméstica de los argentinos era obra de “la herencia” dejada por el gobierno K. Pero la treta se diluyó con la escalada del dólar y la inflación en alza: cada vez más argentinos consideran que el gobierno es responsable de sus desventuras.

 

Fiel a las enseñanzas de su gurú Sri Sri Raví Shankar, Macri resolvió que la crisis es una buena oportunidad para ir hasta el fondo con el ajuste. Lo dijo fuerte y claro en la conferencia de prensa post crisis cambiaria que ofreció en Olivos. Allí el presidente ensambló las partes que componen el relato oficial: voluntarismo, imprecisiones, verdades a medias y, también, mentiras.

 

“En ningún lugar del mundo se le cobran impuestos a los que exportan” dijo por caso el mandatario, para justificar la anulación de la retenciones al campo y a la minería. El dato, claro, es falso. Según el último informe del Banco Mundial, unos 40 países aplican impuestos a las exportaciones. Algunos de manera permanente, otros según la coyuntura económica y geopolítica. Al presidente, cuanto menos, lo informan mal.

 

La quita de las retenciones fue una de las primeras medidas que tomó el gobierno, pero recobró actualidad con la crisis cambiaria. ¿Por qué? Simple: al programar una reducción de 0,5% mensual en las retenciones a la soja para este año, el gobierno generó un horizonte de ganancia de 6% en dólares para quienes retengan su cosecha en silobolsas. Eso explica por qué los productores no vendieron sus cosechas -como reprochó Elisa Carrió-, provocando faltante de divisas en el mercado cambiario y propiciando una devaluación que, por cierto, incrementó aún más las ganancias de los agroexportadores.

 

El gobierno -integrado por varios productores sojeros- generó ese negocio redondo. Pero luego del sofocón, el oficialismo cambiaría el mecanismo que establece la reducción gradual de retenciones para obligar a que los productores aceleren la liquidación. ¿Se animará Macri a tocar los beneficios que en los albores de su mandato ofrendó a su base electoral más leal? Sería una apuesta de riesgo para su sueño reeleccionista: no le sobra nada.

 

Las encuestas que manejan en la Casa Rosada muestran que la imagen del presidente va en caída libre, en simetría con el incremento del mal humor en los sectores medios por el creciente deterioro económico personal y general. Sólo una cosa hoy sostiene a Macri con chances de aspirar a la reelección: la ausencia de un competidor o competidora capaz de reunir los fragmentos de la oposición.

 

Según las encuestas, la mejor posicionada es Cristina Fernández. Pero esta semana, un gesto de la senadora indicó que reconoce sus límites: hizo silencio para que el macrismo quede expuesto al natural, sin la distorsión que todavía provoca el contraste con la ex presidenta en vastos sectores de la población.

 

La crisis cambiaria convenció al peronismo de apurar su interna y alumbrar postulaciones. Los nombres en danza son los de siempre: Cristina, Massa, Urtubey, Rodríguez Saa, Rossi, Solá. Ninguno, sin embargo, cumple aún el requisito de garantizar la unidad que demanda la base que se movilizó el 21F y lo hará de nuevo el próximo 25M.

 

Frente a esa debilidad, entre los dirigentes comenzó a circular el nombre del ex ministro de Economía Roberto Lavagna como posible candidato de la unidad. Ex ministro de Duhalde y Néstor, y candidato radical, Lavagna es “la unidad corporizada”, exageran los dirigentes que alientan esa postulación, entre ellos un ex Jefe de Gabinete K que le acercó la idea a Cristina. Dicen que la dama no dijo que no, lo que alentó la creación de un grupo promotor con nombre de avenida porteña. ¿Será? Aún es pronto para apostar. Ese partido, salvo algún imprevisto institucional que ningún político sensato desea -pero tampoco descartan-, comenzará apenas termine el mundial.

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