Escribanías y escribanías

Del Congreso kirchnerista al Congreso macrista, dos polos donde no median tantos cambios. Una lectura de los movimientos parlamentarios que sostienen la hegemonía actual.

Ahora dicen que el resultado de las elecciones legislativas ha alumbrado un nuevo formato de hacer política en el Congreso nacional. Los jefes de los legisladores acordarían en Balcarce 50 reformas que, una vez llegadas al palacio, sólo pasarían por allí para, en un trámite meramente formal, recibir convalidación de diputados y senadores, que en realidad no podrían hacer otra cosa que dar su aprobación. Porque oficiarán apenas de voceros de decisiones que toman otros, de quienes dependen. Nada de esto debería sorprender a nadie con mínimo conocimiento de lo que es la dinámica parlamentaria, aquí y en cualquier lado del mundo, desde que se inventó la división de poderes. Salvo por el detalle de que durante doce años hubo que escuchar que se tratara de escribanía a las cámaras sólo porque sancionaban casi todo lo que el kirchnerismo enviaba allí a discutirse sin –es cierto– chance real para la entonces oposición de alterar significativamente ni una coma de aquellas iniciativas. ¿Qué ha cambiado, pues, en este aspecto? No más que matices.

 

Antes la negociación era intra-oficialista, ahora hay diálogo inter-partidario. No, como falsamente se propagandiza, por espíritu consensualista de Cambiemos, sino sencillamente porque no le queda otra. No es mérito en Mauricio Macri haber dado marcha atrás con la designación de ministros de Corte Suprema de Justicia por DNU: no se lo habrían ratificado. Tampoco será distinto a lo sucedido durante el tramo inicial de la CEOcracia: en 2016, las fotos que ahora se saca el gabinete con los gobernadores, se las tomaba con Sergio Massa, porque el año pasado la tropa del tigrense era más robusta de lo que será en adelante (suponiendo que alguien le siga respondiendo, ojo).

“Antes la negociación era intra-oficialista, ahora hay diálogo inter-partidario. No, como falsamente se propagandiza, por espíritu consensualista de Cambiemos, sino sencillamente porque no le queda otra”

A caballo del 54%, CFK había podido, en su momento, colar mayor cantidad de diputados en las listas locales, de ahí que su mayor peso estuviera en la cámara baja. Cesada su conducción tras la derrota de 2015, los caudillos ganaron terreno. De ahí que lo hasta acá se conocía como bloque “de Diego Bossio” crecerá en trascendencia. Nació y seguirá siendo la expresión de los pactos que los caudillos provinciales firman con Olivos. Quienes, dicho sea de paso, están en una encerrona: por despegarse del kirchnerismo, aparecieron pegados al gobierno nacional. ¿Sirvió? A todos les fue peor que a Unidad Ciudadana. Pero, ¿existe alternativa potable a exponerse a confrontar con una administración que, encima que los derrotó, les quiere quitar recursos para hacer política? Siempre se puede estar peor.

 

No todo es tan lineal, claro. El clima ciudadano también cuenta. ¿Hoy soplan vientos contestatarios? No, de acompañamiento al rumbo. Cuando hubo reacciones, como en el caso de las tarifas, la marcha amarilla se detuvo. Esto implica que el núcleo de la lucha no está dentro de las cámaras legislativas. En cierta forma, el que gana, gobierna; y el que pierde, mira, procurando a lo mucho salvar lo más de ropa que le sea posible. Lo aprendido en Instrucción Cívica se queda en las aulas de los colegios secundarios. La lección política es que en el voto va incluida una autorización a resolver asuntos, independientemente de su contenido específico, que pocos siguen con puntillosidad. Mientras conserve el guiño de las mayorías, por supuesto. Por ponerlo en ejemplos: Macri consiguió hace dos años permiso para arreglar “el tema de los Fondos Buitre”. Y ahora, para el reformismo permanente.

 

¿Cómo se remedia esto? Quién sabe. Pero, seguro, no con cerrazón irreflexiva ni mandándose cartas vía Facebook.

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