Ganó Cristina. ¿Ganó Cristina?

Las PASO ya tienen números finales pero aún dejan preguntas. Del anhelo macrista a repetir el 2015 a la grieta peronista y el dilema de un resultado que no parece alcanzarle a nadie.

La verificación del triunfo de CFK en las PASO bonaerenses, que ya se sospechaba cuando en la madrugada del 14 de agosto último el escrutinio provisorio derivó de picardía a bochorno, no altera las tendencias estructurales de voto que se verifican desde 2011. Eso es lo sustancial del asunto, más allá de que no debería tomarse como una cuestión menor la denuncia de las maniobras oficiales en el conteo inicial, que sirven para discutirle un poco a José Natanson su caracterización del macrismo. Que es menos republicano de lo que presume, y por lejos inferior a su antecesora en tal materia. En todo lo demás, el director de la versión argentina de Le Monde Diplomatique acierta, pero sus escasos matices en cuanto a las credenciales democráticas del PRO sirvieron para que reincidan quienes insisten en que la gambeta a la autocrítica algún día dará resultados. La realidad acaba de darles un nuevo cachetazo, pero parecieran no tomar nota. En 2013, podía decirse que Martín Insaurralde era desconocido. En 2015, que Aníbal Fernández sufrió una operación mediática brutal en su contra y que Daniel Scioli no fue todo lo atractivo que amenazaba. En 2017 se confirmó que el capital electoral que maneja la presidenta mandato cumplido ya no varía mucho independientemente de la oferta que lo exprese ocasionalmente. Esta vez, compitió ella misma. Y es tan real que lo hizo con persecución judicial y periodística a cuestas como que lo hizo tras dos años de regresión socioeconómica amarilla salvaje. Dio igual. Pocos sufragios como para pretender desde eso catapultarse sin más de nuevo hacia Balcarce 50, y muchísimos como para que cualquier otro peronista suponga que tiene autoridad para jubilarla. Vaya dilema.

 

Antes de que el emocionalismo ataque la yugular del autor, se aclara: por supuesto, no da igual que las reformas laborales y previsionales que presumiblemente pueden estar por venirse las vote Jorge Taiana a que lo haga Gladys González. Desde luego que, en lo inmediato, la resolución de esa incógnita, de las pocas que aún resta despejar de cara a la definición de octubre, no es indiferente para –por ponerse un poco marxista– las clases no propietarias. Incluso para segmentos de aquellas que terminaron enfrentados con el kirchnerismo: por caso, sindicalizados por el impuesto a las ganancias. Tomados de esto último se comprende mejor la crisis opositora que fortalece a Mauricio Macri. En efecto, como bien ha dicho el padre Rodrigo Zarazaga, la fragmentación que aqueja al peronismo es antes social que política, que en todo caso es síntoma de aquella. Las bases otrora homogéneas que hacían del movimiento imbatible en las urnas hoy parecen al menos sentir que se bifurcan los caminos de sus intereses, y la dirigencia que intenta representarlos reacciona en consecuencia. El drama es que quienes más frontalmente impugnan a Cristina Fernández, como el cordobés Juan Schiaretti y el salteño Juan Manuel Urtubey, no lucen más robustos que ella.

“Pocos sufragios como para pretender desde eso catapultarse sin más de nuevo hacia Balcarce 50, y muchísimos como para que cualquier otro peronista suponga que tiene autoridad para jubilarla. Vaya dilema”

La liga de gobernadores, en su totalidad, rindió por debajo de lo esperado: el que no fue sacudido por Cambiemos, ganó por menos que otrora. Ninguno no perdió volumen en dos años. Como todo comicio es un juego de relatividades cruzadas, el Presidente puede legítimamente sentir que avanzó. Y, se insiste, siendo que ello ha venido a posteriori de un ajuste, tiene sabor especial. Por tanto, la CGT navega resquebrajada en ese mar de incertidumbres que pinta bravo. En ese contexto, que se anuncia poco amigable, el actor más firme es el que tiene lo peor para ofrecerle. Así las cosas, las jefaturas gremiales dudan sobre su relación con Olivos porque la política, que –se supone– está para saldar las contradicciones antes comentadas, no le ofrece un techo confiable con el que cubrirse si acaso el litigio escala. Puede, pues, que Fernando Rosso acierte desde lo doctrinario a propósito de su disenso con la calificación de hegemónico que muchos han otorgado al cambiemismo a partir del resultado de las primarias. Pero el gobierno nacional se ha sostenido pese a que no ha hecho más que dar malas noticias en veinte meses porque, como advirtió Diego Genoud, ha convencido de que es mejor aguantar que volver al pasado. No necesariamente votaron su conveniencia. Para peor, quienes más podrían copar las calles para poner al menos algún obstáculo al programa en curso, oscilan al punto de quizás no quedar en buena posición siquiera para negociar migajas. Tal vez no sea lo más atinado llamarle a eso hegemonía… pero se le parece bastante.

 

En suma, el esquema de balotajización de la escena política argentina no se ha solucionado. Es probable que si Macri acelera, gremios y movimientos sociales acaben arrinconados juntos en una nueva disyuntiva. Es de esperar que la dirigencia llamada a abogar por esos sectores pueda evitar que ello suceda cuando sea demasiado tarde para lamentarse. De momento, hay nubarrones.

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