Rosario: de Chicago a Detroit en un año y medio

El caso rosarino como botón de muestra de las transformaciones económicas y sociales recientes. Industria, puerto, tensiones y los efectos de los modelos.

La apertura indiscriminada de las importaciones en nuestro país ha significado que se perdieran fuentes de trabajo en la industria local y que disminuyera de manera drástica el consumo después de más de doce años de crecimiento del empleo e incentivo al consumo como modelo de expansión económica. Ese crecimiento también fortaleció a los sectores que hoy, apertura de importaciones mediante y dolarización de hecho, se benefician de la crisis en su condición de sempiterna minoría.

 

Ecos mediáticos del problema son los miles de empleos que en un año y medio se perdieron en Zárate, cuya singularidad como polo energético para el área metropolitana de Buenos Aires da la pauta, también, de un plan de gobierno: el que prescinde de la energía porque la industrialización no está en el plan. Así la crisis de la industria láctea, cuya descontrolada cadena de pagos ha significado una sensible baja en el consumo de leche y derivados. En ese plan también los despidos en fábricas de Campana, Tierra del Fuego, La Rioja, Catamarca y el conurbano bonaerense.

 

Pero, en realidad, la crisis nos toca a todos o a casi todos los argentinos y en nuestras ciudades, centros neurálgicos del poder político como de los sectores populares organizados, ya se ve en las calles el inicio de lo que será y que por ahora es manifiesto solo en represión policial de un lado (y con el visto bueno de una parte numerosa de los propios sectores populares) y, por el otro, en resistencia todavía tenue aunque firme.

 

Una de ellas es Rosario, que puede pasar en el nuevo modelo como ejemplo de crecimiento. Sin embargo, ante algunos ojos que la ven del otro lado de la grieta, hay en ella una historia que alarma y merece ser contada. Por dos razones: porque aunque no la percibamos aún, es vieja y se repite. y porque la ciudad santafecina es testimonio de un país cuya grieta no es otra cosa que la diferencia social ahondándose lentamente.

 

El Up River está down

Cuando comenzaba el siglo XX vivían en Rosario 120 mil personas, lo que consolidaba a la ciudad —nacida espontáneamente a fines de siglo XVIII pero que no recibiera empuje demográfico sino desde que fuera el puerto principal de la Confederación y luego nudo ferrocarrilero— como la segunda ciudad argentina. Por detrás quedaba Córdoba, enclavada en el interior y dependiente de los puertos de Rosario misma o Buenos Aires para su propio desarrollo inmigratorio. Pero no sólo en el país Rosario recogía los emblemas de “gran ciudad”: en la década de los veinte la que hoy es el centro neurálgico de la economía sudamericana, San Pablo, tenía prácticamente la misma población que Rosario.

 

Después vino el cese del flujo migratorio, el cierre a los productos argentinos en algunos de los países centrales de los que éramos dependientes, la represión interna a los trabajadores organizados, el arrasamiento general de la última dictadura y el neoliberalismo, que la dejó con un tendal de desocupados a comienzos del siglo XXI. A consecuencia de esto y del propio crecimiento de Brasil, hoy Rosario tiene 1,5 millones de habitantes y San Pablo 23 millones.

 

Pero para los ojos del macrismo la ciudad, que había desarrollado en torno suyo el polo industrial más diversificado de la Argentina tras el de Córdoba, ha vuelto a “crecer”. Ese crecimiento, tal como lo entrecomillamos aquí, no es garantía de que se trate de algo que alcance a dar sus frutos a todos los rosarinos. Lejos de eso, su vasto cinturón industrial está volviendo, como en la última dictadura o en los años noventas, a ser ámbito de cierre de empresas y consecuente desocupación. Lo que crece en ella es otra cosa: los caudales del comercio agroexportador.

“Se diría que Rosario enloqueció de neoliberalismo y se está comiendo a sí misma”

Desde San Nicolás a Timbúes, se extiende una casi ininterrumpida línea de instalaciones portuarias que en su conjunto supera los 110 km de largo. Es el denominado Up-River (río arriba), por el que los barcos exportadores de grano superan las carísimas y engorrosas instalaciones de los puertos de Buenos Aires y La Plata y arriban al corazón cerealero de Sudamérica. Rosario ha vuelto a ser por ello una gigantesca boca sobre el río. Pero mientras a comienzos del siglo XX fagocitaba a inmigrantes para trasladarlos en ferrocarriles al resto de la provincia de Santa Fe, toda Córdoba y el norte de Buenos Aires, hoy sólo expele la riqueza agraria y contiene en su área metropolitana a un millón y medio de personas que, en gran parte, ya no se sabe qué hacer.

 

La desocupación volvió a superar los dos dígitos y crece. Mientras, el dinero del puerto sustenta espléndidos emprendimientos inmobiliarios destinados a la especulación y a la gente que todavía no se cayó del sistema. Ese mismo dinero atrajo, desde hace años, al narcotráfico, cuyo producto de calidad sigue de largo a Buenos Aires, Brasil y Europa y el sobrante contamina a los más humildes, que buscan saltar el cerco creciente de la desigualdad sembrando de violencia una urbe que ya tiene los índices más elevados de homicidios en la Argentina. No tienen a dónde ir. No tienen qué hacer. Se diría que Rosario enloqueció de neoliberalismo y se está comiendo a sí misma.

 

Chicago no

Diversas conjeturas se han esgrimido para explicar por qué Rosario es la Chicago argentina. La más comprensible es la que explica que la ciudad, como la yanqui, se abría hacia las praderas del maíz y el trigo y concentraba, alimentados en otra época con granos y pastos tiernos, a los animales en sus mataderos y frigoríficos. Esa caracterización, siendo hoy Chicago muy otra cosa, y Rosario también, ya no tiene sentido: Rosario está volviendo, como en los noventas, a ser un semillero de la pobreza mientras la bolsa de Chicago impone los precios de los productos que Rosario exporta a través de su puerto.

 

Jorge Hoffmann, secretario adjunto de la CTA de los Trabajadores y ex secretario de la CTA santafecina, nos recuerda que “todos los alrededores de Rosario son un gran cordón industrial” y describe como una “paradoja” al modelo macrista, que abre exportaciones y está, dice el sindicalista, “fuertemente vinculado al sector agroexportador, que no genera mano de obra”.

 

Hoffmann explica que el dinero concentrado en el puerto “es un sector que demanda un capital intensivo” y es “una actividad que aunque le vaya muy bien no genera más fuentes de trabajo”. Puntualiza que el acopio y exportación de granos en Rosario “tiene que ver con los sectores más concentrados de la economía”, lo que convive en la ciudad “en paralelo a la existencia de un sector industrial que provee, fundamentalmente, al mercado interno y, ante la apertura de las importaciones ha caído estrepitosamente en su producción en muchísimos sectores”.

“Para los ojos del macrismo la ciudad, que había desarrollado en torno suyo el polo industrial más diversificado de la Argentina tras el de Córdoba, ha vuelto a ‘crecer’”

En ese sentido, especifica el notable rol que tiene la industria rosarina en la fabricación de toda clase de electrodomésticos o “línea blanca” de la producción industrial, uno de los rubros más sensibles en la industria cuando cae el consumo. Añade que “a eso se le suma también la caída de todo un sector vinculado a la industria del mueble, que también tiene muchísimo desarrollo en esta zona”.

 

Hoffmann habla de un “un divorcio” o “dos caras contrapuestas” de la economía de la tercera ciudad argentina y argumenta que estas son, por un lado la agroexportación, a la que describe como “un sector a través del cual pasa gran parte de la riqueza de la nación aunque en general sin valor agregado” y, por otro lado, la industria local, de la que dice “se está achicando en forma permanente como producto de las importaciones indiscriminadas de productos en un marco internacional en donde, como todos sabemos, todo el mundo pretende exportar”. Especifica: “Europa exporta, China exporta”.

 

Detroit si

En Latinoamérica hay dos aventuras cinematográficas que han calado hondo sobre la principal ciudad de Michigan, capital mundial de la industria automotriz. Una es la que a fines de los ochentas daba cuenta de la marginalidad creciente y de la corporativización perversa de la policía contra el crimen: Robocop. La otra es la obra documental de Michael Moore, que registra la lenta decadencia de una ciudad que supo inventar los mejores productos de la mecánica pero que, maquiladoras trasladadas a México mediante, fue quedando vacía en sectores enteros y castigada por la pobreza y la violencia.

 

Poco a poco, Rosario se va pareciendo más a Detroit que a Chicago. Y nos dice Jorge Hoffmann que esta situación no es nueva sino “un calco de la que se produjo en la década del noventa”. Puntualiza que “en los noventa empezamos a hablar del ‘ex cordón industrial de Rosario’” y que “ahora está pasando el mismo fenómeno donde, además, no hay ningún indicador ni proyecto ni idea que tienda a revertirlo”. Advierte que “uno observa en estos años un proceso de urbanización vinculado fuertemente a las inversiones rentísticas del sector sojero de la región”.

 

Pero como en la Detroit de Robocop, en Rosario surge una “policía buena” en lucha contra la policía corporativa de las máquinas alimentadas a drogas para reprimir, nos recuerda el gremialista: “los sindicatos realmente han tomado fuerza” justo cuando, dice, “nos encaminamos hacia un proceso que, de continuar, volverá a los mismos guarismos de desocupación que teníamos en la década de los noventa, cuando hablábamos en principio de un 14, después de un 15, de un 17, y hasta un 18”, sostiene. “Rosario ahora está cerca del 12 por ciento de desocupados”.

“Poco a poco, Rosario se va pareciendo más a Detroit que a Chicago”

En ese sentido, Hoffmann valora la presencia de la CTA y las acciones conjuntas de fuerzas realizadas en los últimos meses con sectores de la CGT en contra de los despidos. También que haya “una muy fortalecida CGT de San Lorenzo” y “un muy poderoso desarrollo del sindicalismo metalúrgico en Villa Constitución”. “A diferencia de la década de los noventa hoy todavía existen estas estructuras sindicales como producto del crecimiento del empleo en la década pasada”, se esperanzó y expresó que “la crisis todavía no va a tocar piso”.

 

“Tenemos un 12 por ciento de desocupación y la tendencia con toda seguridad va a ser creciente, aún en el caso de que el país crezca porque si el país crece no va a crecer generando fuentes de trabajo sino que lo que va a crecer es el área vinculada a la producción agropecuaria, que no genera empleo”, es lo que enfatiza en tono de advertencia más que de explicación.

 

Allí está Rosario, mirando el río que antes la alimentó y hoy se alimenta de ella. Nunca fue como Chicago. Tampoco es Detroit. Es la ciudad del Rosariazo, la que nunca se quedó en silencio cuando las cosas se pusieron peliagudas para los pobres en Argentina. Está toda llena de rosarinos.

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