Fidel, el santo y la espada

Una despedida para un político que estuvo en el centro de un siglo extraño e intenso.

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Las muertes no suelen ser justas con los vivos. Las muertes santifican, sancionan. Cuando falleció Nelson Mandela, un hombre que, a diferencia de Fidel -como lo prueban los festejos en Miami- abandonó este mundo recubierto por la caricia pringosa del consenso, las necrológicas partían de esa figura internacional sobre la que el mundo post Muro había logrado limar los restos ásperos de la construcción política. Mandela entró a la historia como el pacifista y el anciano bondadoso que encarnaba los beneficios de la reconciliación, y no como el revolucionario que había hecho de la pelea contra el Apartheid una forma sudafricana de la lucha por la liberación de los pueblos. Era una forma de evocarlo. Fidel, libre del consenso, no escapa, sin embargo, a los mismos riesgos. Es, según el prisma que se elija, el revolucionario o el dictador. El santo o la espada. ¿Qué murió este 25 de noviembre de un año que ya tuvo demasiadas novedades, demasiados quiebres? ¿Murió un estratega político extraordinario? ¿Un hombre que manejó con mano de hierro una isla perdida en el Caribe? ¿El ideólogo que hizo de esa isla perdida el norte utópico de varias generaciones?

 

Ni bien se conoció la noticia, las redes sociales multiplicaron una frase que ahora debe afrontar el riesgo al absurdo que supone toda repetición: con la muerte de Fidel Castro -dicen- murió el siglo XX. El fallecimiento del líder cubano sería, así, la muerte también de un siglo que ya atravesó demasiados certificados de defunción mientras parece, al mismo tiempo, insistir en su supervivencia. ¿Cuándo se terminó el siglo XX? ¿Con la caída del Muro? ¿Con el triunfo de Obama? ¿Con el de Trump? ¿Con las Torres Gemelas? ¿Ahora? Más allá de la frase, lo cierto es que Fidel -o la Cuba de Fidel- es una pieza clave del gran rompecabezas que fue el siglo XX. Y lo fue por una razón fundamental: Fidel fue parte de una camada de políticos que estuvo en el centro absoluto de ese siglo extraño e intenso. Fue el revolucionario capturado que juró que iba a ser absuelto por la historia, el guerrillero que bajó de Sierra Maestra, el líder que llegó por el impulso desordenado de los procesos de liberación y terminó abrazado al orden racional del marxismo-leninismo, el hombre que hizo de ese comunismo estilo cubano un modelo capaz de sobrevivir períodos especiales y fracasos del socialismo real, el que fue de Kennedy a Obama y de Kruschev a Bush, el que tendió puentes con el Vaticano en épocas de carestía, y el lazo simbólico entre la vía revolucionaria y ese bloque de nuevos gobiernos de izquierda que nació en Caracas y llegó hasta Buenos Aires y que, como el propio Fidel, fue menos una teoría cerrada que un proceso institucional, contradictorio, lleno de divergencias pero absolutamente central en la política popular latinoamericana.

 

Fidel tiene demasiadas herramientas para abonar el terreno fértil de la necrológica. Fue un orador carismático, un líder férreo, un dirigente de teflón que supo al mismo tiempo ser un hábil negociador. Pero más allá de eso -más allá de saber si fue un santo o un tirano-, Fidel Castro fue, en sus luces y sombras (y “luces y sombras” es también una frase muy cara a las necrológicas) un invitado molesto, una piedra en el zapato, un espejo complejo pero siempre presente al cual se miraron todos: Estados Unidos, el comunismo latinoamericano, el populismo, la socialdemocracia, los llamados gobiernos progresistas de la región, el socialismo del siglo XXI, la Iglesia, el capitalismo de servicios. Fidel siempre estuvo ahí y quizás por eso sea menos el siglo XX -o una parte del siglo XX- que una estrella sobre la que orbitó gran parte de ese siglo -y el siguiente. Con Fidel se terminó, entonces, una forma de entender la política instaurada por el siglo XX.

 

Preguntarse por el futuro de la revolución cubana sin él es absurdo, porque ese futuro ya estaba en juego antes de su muerte. Aunque eso no implica que su muerte no tenga impacto en lo que viene. Una figura como la de Fidel es una figura de la historia pero también del futuro. Se fue un político, un hombre que -como Mandela, como Perón, como tantos otros- vivieron y ayudaron a construir la historia de sus pueblos. Más allá de la necrológica, se fue una figura central de la política mundial de los últimos sesenta años. Suficiente para pensar que el mundo ya no es exactamente el mismo.

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