El señor muerto (Las inversiones viñescas de Quique Fogwill)

El funeral de Perón -y la historia argentina- según el autor de "Los pichiciegos". Adelanto de "Cabecita negra. Ensayos sobre literatura y peronismo", de Mariano Pacheco.

fogwill

En 1982 Fogwill -que en ese entonces todavía firmaba con su nombre de pila, Rodolfo- publicó Música japonesa (Editorial de Belgrano), un libro que incluía un hoy célebre relato llamado «La cola». Ambientado durante las exequias populares a Juan Domingo Perón de 1974, «La cola» parecía dialogar, entre otros textos, con «La señora muerta», el cuento con que veinte años antes David Viñas había narrado otro masivo funeral popular, el de Eva Perón. Tomando como punto de partida esta serie, y analizando la manera en que Fogwill repasa veinte años de historia política nacional -y no pocas cifras del futuro- en esa larga fila de personas esperando ver por última vez al General Perón, Mariano Pacheco escribió este ensayo que integra «Cabecita Negra. Ensayos sobre literatura y peronismo» (Punto de Encuentro), volumen de reciente aparición, que estudia los cruces entre peronismo y literatura, a partir de autores ya clásicos -como Germán Rozenmacher, Adolfo Bioy Casares o los hermanos Lamborghini-, o más recientes -como Juan Diego Incardona o incluso el setentismo delirante de Diego Capusotto-. Sobre Fogwill y sus inversiones viñescas -y también arltianas-, se dedica el texto que reproducimos a continuación.

 

“Llegará el día en que recojan tempestades.”

Juan Domingo Perón

(Carta a John William Cooke. 12 de junio de 1956)

 

Así como “Cabecita negra”, de Rozenmacher, funciona como una suerte de reescritura de “Casa tomada” de Cortázar -incluso, lo hemos visto ya, hay allí referencias explícitas (“la casa estaba tomada”)-, también este relato de Fogwill, “La cola” (1975), puede pensarse como la reescritura de “La señora muerta”, de Viñas. Ese cuento “que publicó David en tiempos de Aramburu”, escribe el futuro autor de Los pichiciegos, haciendo explícita también, así, la referencia.

 

Si “La señora muerta” tenía como telón de fondo los funerales de Evita, el cuento de Fogwill tendrá los funerales de Perón. En ambos lo que importa es la cola que los peronistas hacen durante horas y horas para ver al fallecido.

 

Entre ambos textos no solo media una cuestión temporal, cronológica (una década), sino que el tránsito del cuento de Viñas al de Fogwill puede ser pensado como el pasaje político de los años sesenta a los setenta. Visto en términos de clases sociales y protagonismo político, es el desplazamiento de los sectores medios desde los comandos civiles antiperonistas a la guerrilla peronista y su periferia, e incluso, a sectores conservadores y reaccionarios del movimiento, como el funcionariado estatal de carácter tecnocrático y grupos como el Comando de Organización (CDO).

 

El personaje principal de “La cola” es un sociólogo de Buenos Aires, que al momento de la muerte de Perón trabaja como asesor de prensa de un banco con capitales extranjeros radicado en el país. Un hecho central de la política nacional (la muerte de Perón) y la historia reciente de la Argentina (en esas últimas dos décadas) son vistas en el relato a través de una óptica de carácter personal: los devenires y recuerdos del sociólogo que se disfraza de periodista para recorrer la cola del funeral.

 

El cuento posee una gran virtud: condensa en pocas páginas un cúmulo de experiencias políticas y sociales, además de referencias textuales. Allí pueden leerse hábitos de clase, costumbres, las diferencias entre la población de Buenos Aires y el resto de las provincias (el llamado “interior”), la militancia política, los medios masivos de comunicación y su entramado económico, el carácter transnacional que comienza a tomar el empresariado local, la incertidumbre que abre esa muerte en el país, la antinomia peronismo-antiperonismo que marcó la vida argentina durante esos veinte años… junto con pases de factura literarios directos (Parece un empleado de escribanía: viste traje oscuro, es miope, calvo y por sus anteojos, o su manera de mirar, me recuerda a Sábato…) y referencias intertextuales indirectas, como son las temáticas caras a la narrativa de Jorge Luis Borges, Osvaldo Lamborghini, Jorge Asís, Néstor Perlongher y los mencionados Viñas y Cortázar.

 

***

 

cronica02071974-1El cuento comienza en la tarde del 3 de julio de 1974, cuando el mencionado sociólogo despierta en su casa, luego de haber realizado allí una fiesta la noche anterior. Se encuentra junto a Mariana, que ha pasado la noche con él. Mariana es una joven universitaria de Mendoza, que llegó a Buenos Aires con un grupo de compañeras para asistir a un Congreso sobre Educación Técnica, que debió ser suspendido por el fallecimiento de Perón, el lunes 1 de julio.

 

El sociólogo rememora la noche anterior y brinda algunos datos de sus invitados y de él mismo, que son una “radiografía sociológica” de la época. El grupo de mendocinas tienen un promedio de edad que va entre los 23 y los 27 años. La mayoría son de izquierda. Algo entre el PCR, PST, FAS, no es fácil precisarlo, dice el sociólogo, adelantando ya su mirada ácida. La referencia a las siglas de los grupos políticos de la época hace recordar al poema de Néstor Perlongher, titulado precisamente “Siglas”, en el que puede leerse toda una parodia de las agrupaciones del momento. Pícaro, como el personaje del cuento de Viñas, el sociólogo se pasó la mitad de la fiesta indagando con cuál de las muchachas tendría mejor chance. Entre las mendocinas, una se diferenciaba del resto: Delia, peronista, quien atendió la cocina, merodeó la biblioteca y festejó algunos chistes. Como puede verse, la diferencia salta a la vista: la peronista solo transitaba la cultura por los bordes, porque casi como un designio divino el centro de su actividad tenía que ver con el trabajo manual. Más allá de las diferencias de clase -que entre los comensales prácticamente no existía- Fogwill sí logra dar cuenta, con breves palabras, de las diferencias existentes en las costumbres de la juventud en Buenos Aires y en otros lugares del país, así sean capitales provinciales como Mendoza. Por celos, o por una suerte de honor de provincia, me pareció que a sus amigas no les cayó bien que se quedara en casa, dice el personaje, en alusión a Mariana, quien lo llamó “sociólogo porteño”, marcando así “cierta distancia, cierto asombro”.

 

Como en Roberto Arlt, también en el cuento de Fogwill aparece tematizado lúcidamente el componente comercial de los medios masivos de comunicación, y cómo las empresas periodísticas pueden -suelen- especular económicamente con una muerte. Recordemos el final de Los lanzallamas, cuando ante el suicidio de Erdosain el secretario de redacción del diario donde trabaja el narrador exclama:

 

-Macanudo. Mañana tiramos cincuenta mil ejemplares más.

 

En “La cola”, por su parte, puede leerse:

 

Como el gremio gráfico ha resuelto no imprimir otra información, los diarios solo traen crónicas del sepelio, necrológicas, notas sobre el tema, e infinidad de adhesiones y solicitadas insertas como publicidad paga. Mariana leía respetuosamente los textos mientras yo calculaba la inversión de cámaras, sindicatos, reparticiones públicas e instituciones diversas. Quise estimar la proporción de papel cubierta por publicidad en el día comparándola con la de las ediciones habituales de los diarios. Las empresas han hecho un buen negocio: hoy tendrán más tirada, distribución más económica y mayor venta de publicidad (negritas agregadas).

 

También él, que no es periodista pero se hace pasar por tal -ya veremos cómo y por qué- tiene una relación especulativa con la muerte. Y eso lo excita. Me atraviesa una excitación muy fuerte cuando pienso en la mendocina y en el trabajo que me espera si se confirma el entierro para mañana.

 

El sociólogo, que no es periodista y tampoco peronista, acude al “simulacro” -modo típicamente borgeano para abordar el peronismo- para desplazarse entre la multitud apenada por la muerte de su líder: toma una “credencial falsa” (un carnet de periodista acreditado por la Policía Federal comprado hace un año…) y una cámara fotográfica profesional (con flash) para transitar por la cola del funeral (La cámara y la campera: su conjunción me protege. No caminaría con la misma soltura con un traje y con mi portafolio de cuero bajo el brazo). Allí se topa con un transeúnte, que no forma parte de la masa de partidarios del expresidente fallecido, que al verlo reconoce esa “diferencia” y se lo hace notar. El señor que me habla cree descubrir en mí un semejante, por mi apariencia de bien dormido, o por el status de periodista que me otorga la Nikkon y su batería.

 

El propósito del sociólogo de tomar imágenes es obtener un dinero extra a su trabajo, luego, cuando comercialice las fotografías. Aparece así, también, otra referencia intertextual, en clara similitud con la actitud tomada por los protagonistas de Los reventados, de Asís, aparecida poco tiempo antes, en donde un grupo de “reventados” (de “buscas”, diríamos hoy) intenta dar el batacazo vendiendo fotos de Perón cuando este regresó en 1972. La operación fracasa porque otra triunfa (la de la derecha peronista que “masacra” a las columnas de la Juventud Peronista identificadas con Montoneros y otras expresiones del peronismo revolucionario) y los reventados quedan inmersos en medio de la balacera, donde decenas de militantes quedan literalmente reventados.

 

En el cuento de Fogwill, los “buscas” son de mayor nivel, como podrá apreciarse.

 

Miguel –quien fue de la juventud peronista hasta hace un par de meses– le ofrece compartir un “trabajo urgente”. Así lo explica el sociólogo:

 

Sus amigos de los noticieros, él y unos compañeros de la Secretaría de Prensa disponen de varios miles de metros de película tomadas en la cola y quieren montarlos con saldos de noticieros viejos para vender sus copias como documentales en los próximos días. Han pensado en mí para redactar los guiones y dar una mano con la comercialización. Me ofertan un tercio de las ganancias…

 

Hay una cierta mirada ácida del sociólogo que nos remite casi inmediatamente al “Turco” Asís. Por ejemplo, cuando el personaje se refiere a su amigo Miguel del siguiente modo:

 

Recuerdo que entró al peronismo en épocas de Cooke y que antes había integrado varios grupos de izquierda. No comprendo cómo concilia aquello con los nuevos cargos públicos que ahora acumula ni con su recién nacida vocación de poder que le ha tocado en suerte.

 

Y también, cuando da sus razones de por qué cree que su amigo lo ha elegido a él para ese trabajo, y no a alguno de sus compañeros peronistas: Miguel jura que ha pensado en mí por la posibilidad de armar el guión en tres idiomas, pero sé que es porque cree que puedo garantizar la venta rápida del documental.

 

***

 

musica-japonesaParte de la situación que atraviesa el país -o al menos, la ciudad de Buenos Aires- durante esos primeros días de julio de 1974, puede leerse en el cuento a través de situaciones personales que describe el sociólogo:

 

Dudo en vestirme. ¿La campera azul de nylon? ¿La verde impermeable? ¿El saco de cuero…? Llovizna. Me decido por la verde impermeable, aunque no tengo pantalón verde ni marrón, que son los que combinan: toda mi ropa quedó bloqueada el lunes por la tarde cuando los japoneses adhirieron al duelo y trabaron la cortina metálica (negritas agregadas).

 

Anécdota a través de la cual el lector puede intuir la situación que genera la muerte de Perón, y la incertidumbre política que abre, que queda claramente explicitada en algunos pasajes más adelante:

 

Nos despedimos bebiendo el café que ella preparó mientras yo buscaba alguna información por teléfono. Inútil: nadie sabe una mierda de nada.

 

Situación de incertidumbre que puede leerse aún con mayor claridad en el siguiente diálogo:

 

-Daba por descontado que no se iban a reunir, el país entero se paró.

 

-Es que no se puede estar sin cambiar opiniones sobre lo que ocurre –dice.

 

-Bueno, bueno, yo no tengo ninguna opinión para cambiar.

 

-¿Pero sabés lo que pasó esta tarde? –preguntó, y yo me alarmé.

 

-¿Qué pasó?

 

-Nada que yo sepa, pero hay versiones. ¿Quién es el presidente?

 

-Isabel –respondo-, lo dice la Constitución.

 

-Y los milicos… ¿qué creés que harán?

 

***

 

El fuerte del cuento está en el recorrido que el sociólogo, disfrazado de periodista, realiza por la cola del funeral. Allí aparece con claridad una mirada fotográfica (Muy pocos hablan y todos lucen un aspecto agobiado, que la pobre iluminación y la llovizna amplifican…) y de modo mucho más claro, una “mirada calculadora” (en el doble sentido económico y sociológico del término). Es una mirada que combina tanto el acercamiento cuantitativo como cualitativo de la sociología, y el aspecto más especulativo respecto de las posibilidades de ganar dinero. Veamos algunos ejemplos:

 

Uno (Métodos cuantitativos)

Si mis cálculos son correctos, la gente que hoy, miércoles, al comenzar la noche está en la cola que no avanza jamás verá el cuerpo velado en el Congreso. Anoche la cola se incrementaba a razón de doscientas personas por minuto mientras en Congreso circulaba a menos de cincuenta personas por minuto. Estimando que el flujo de público se interrumpe cada media hora, al llegar embajadores o figuras importantes, solo la tercera parte de la cola llegará a ver el féretro. Aunque extiendan el velorio por un par de días más, a riesgo de que termine de pudrirse el cadáver, poco más de la quinta parte de la gente accederá al Congreso.

 

Es esa capacidad de cálculo la que separa al sociólogo de la mayoría de los mortales allí presentes. No pueden calcular –dice–. ¿No pueden rebelarse contra el absurdo de continuar en la cola y volver al calor de sus casas?

 

Y decimos “la mayoría” y no “del resto”, porque es evidente el esfuerzo narrativo realizado por Fogwill para dejar claro las diferencias existentes entre la mayoría que integra la cola (obreros, hombres y mujeres humildes del pueblo) y quienes organizan la asistencia mínima de esas personas. Y aquí viene el segundo ejemplo de la mirada sociológica.

 

Dos (Métodos cualitativos)

0001588126Una mujer joven ofrece un vaso con café: “compañero, no tire el vaso…”, reclama. Dentro de un ómnibus han improvisado una cocina donde lavan los vasos en grandes ollas de agua hirviendo. Son universitarios. La que alcanza café es una chica de dieciocho años, me gusta. Lleva puesto un anorak de esquiadora y pantalones Wrangler importados. Trabaja activamente y se dirige a todos con la expresión “compañero”. No teme el contacto con la gente, que en ese sector es de composición mayoritariamente masculina. A menudo he visto a esas muchachas ocupándose de servir a gentes de otras clases: como antes los curas, ahora los psicoanalistas, según parece, vienen estimulando esa especie de turismo social en las chiquilinas…

 

Como puede verse, es además una mirada extremadamente ácida.

 

Tres (Combinación: métodos cualitativos y cuantitativos)

Con un cuentaganados en cada bolsillo de la campera voy tratando de calcular la composición de la cola; por indicios externos llego a estimar para una muestra de doscientos metros de cola siete mil personas. De ellas, un tercio son mujeres, de probable extracción obrera, unas dos mil.

 

Esto me asombra: ¿estará vinculado a la zona de la cola, que a su vez representa una determinada hora de acceso a la concentración…?…

 

Cuatro (La especulación económica)

Han pensado en mí para redactar los guiones y dar una mano en la comercialización. Me ofertan un tercio de las ganancias. Calculo: quince mil dólares a ganar en tres días de trabajo, muy buen negocio.

 

Y también:

 

Cerca de Tribunales, Miguel vuelve a argumentar sobre el negocio del film. Lo escucho y calculo que quince mil dólares equivalen a una mudanza a un nuevo departamento con cochera, más otro cambio de auto, un mes de vacaciones y algún ahorro…

 

Cinco (Método cinematográfico)

Sucesión de fotogramas: el film de la memoria. El sociólogo rememora momentos de su vida, y con ellos, el lector puede recorrer momentos centrales de la Argentina: 1950-1953, el gobierno peronista; 1955, la Revolución Libertadora; 1959, la “toma” del frigorífico Lisandro de la Torre…

 

Los fotogramas parecen incluir epígrafes con frases de “Casa tomada” y “El niño proletario”. Incluso de El matadero, de Esteban Echeverría. Dice el sociólogo:

 

Imagino por un instante que alguien grita: “un gorila” y veo la multitud lanzándose a vengar en mi cuerpo la pérdida del líder: muerte asquerosa. Pero ahora estoy a salvo. Recuerdo hacia 1950, en Quilmes, cuando evitábamos circular frente a las unidades básicas peronistas porque ahí estaban los negros… Los “negros” eran textiles, cerveceros, sindicalistas o suboficiales de la policía que nos sorprendían fumando y rompían nuestros cigarrillos. Si casualmente vestíamos el uniforme de la escuela nos gritaban “contreras” y alguna vez nos obligaron a gritar con ellos “Viva Perón”. Los chicos de los negros nos tiraban piedras y cuando los enfrentamos acabamos escapando, golpeados y escupidos, porque ellos siempre escupen en las peleas. A veces aparecían por nuestro barrio: tocaban timbre, robaban flores, molestaban a las mujeres. Una vez, en el náutico, se infiltraron dos. No bien corrió la noticia de que había negros colados en el vestuario y en la pileta de natación desde la rampa de los botes se formaron grupos que salieron a darles caza. Yo estaba furioso, invadido, pero no aceptaba pelear en situación tan despareja y me limité a observar la escena: los negros eran dos, los nuestros, veinte. Los rodearon gritando: “negros hijos de puta”, “roñosos”, “chorros”. Alguno se animó a golpearlos. El mayor de los negros tendría catorce años y pelo muy rubio, tal vez sería hijo de inmigrantes rusos o italianos del norte. El otro era menor y bastante morocho, sin llegar a ser un “cabecita”. Era un chico de probable ascendencia española o portuguesa y entre los que lo golpearon había varios más morenos, pero no se dirimían cuestiones de piel, era otra cosa. Ahora recuerdo a quienes insistieron en golpearlos y quienes tratamos de entregarlos a la prefectura sin mayor violencia. Entre los primeros había algunos que ahora son peronistas: abogados de sindicatos, médicos peronistas, montoneros, miembros del CDO. ¿Recordarán aquella escena de 1953? Después de la revolución todo cambió. Perdimos el miedo físico a los negros y parece que ahora ellos nos temen a nosotros. Desde 1955 fui muchas veces a las villas, estuve en actos y movilizaciones peronistas y conviví con peronistas cuando la toma del frigorífico…

 

Veinte años de historia política nacional condensados en un párrafo. Los cambios de percepción (y de posición) de los sectores medios. Aquellos rabiosos antiperonistas del 55, muchos de sus hijos, en 1974 lloraban la muerte del general. O al menos, estaban hombro con hombro con las mujeres y hombres de la clase obrera que lo lloraban. Los tiempos habían cambiado y el peronismo se había oxigenado con cierto recambio generacional. Eso sí, situaciones tremendas, extraordinarias como las sucedidas en 1945 (un octubre 17) o en 1952 (durante la última semana de julio), nunca volverían a suceder de un modo similar. Y así lo deja claro el sociólogo Fogwill en este cuento que cierra todo un ciclo:

 

Le hablo a Miguel. Le digo: “este velorio, comparado con el de Evita, es un fracaso total”. Miguel asiente y me aclara con su lógica tan judía: “es que ya no tenemos a Perón, y sin Perón todo fracasa”.

 

Lo que sigue no está en el texto pero se conoce. Muerto Perón, las bandas parapoliciales que se habían conformado ante sus ojos, tal vez con su beneplácito, comenzaron a accionar. Los casquillos de sus balas marcaron con sangre de cientos de militantes una sigla que anticipó el terrorismo de Estado, o más bien, lo comenzó: AAA. Alianza Anticomunista Argentina. Pero esa es ya otra historia. O tal vez: otra parte de esta historia. Y no han sido pocos los que hicieron de esa temática parte de su literatura.

 

tapa-cabecita

 

 

Cabecita Negra. Ensayos sobre literatura y peronismo

 

Mariano Pacheco

 

Prólogo de Noé Jitrik

 

Punto de Encuentro

 

2016

 

Cabecita Negra se presenta hoy, viernes 21 de octubre, a las 18:30 hs., en IMPA, Querandíes 4290, Almagro. Estarán junto al autor Omar Acha (historiador/ensayista), Roberto Cirilo Perdía (ex dirigente montonero) y Facundo “El Belga” Guillén (militante de la organización juvenil La Simón Bolivar). Más información acá.

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