Las últimas acciones guerreristas de Estados Unidos han demostrado que la política exterior estadounidense se planifica en el Pentágono y no en la Casa Blanca. Nuevas estrategias de intervención y dominación han puesto en marcha la maquinaria del poder hegemónico.
Llegó la hora de impulsar el poder blando, un intento de modificar la deteriorada imagen de los Estados Unidos en el mundo. Desde que Barack Obama asumió la presidencia, tomó la tarea de amplificar los postulados históricos que rigen a su nación pero con una retórica que lo distanciara del burdo fanatismo de George Bush hijo y de todo el entramado político, económico y militar que pedía a ultranza exportar la democracia con el uso de la fuerza como principal estandarte.
Por ello, la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) de 2010 es un intento de revitalizar aquello que Bush hijo llevó al abismo: actuar con inteligencia, fomentar alianzas sólidas y perdurables en el tiempo. La “guerra preventiva” fue descartada para ser reemplazada por el diálogo y el multilateralismo. Los objetivos de DSN continúan siendo tanto internos como externos en materia de seguridad, y no deja a un costado la intervención unilateral.
Ahora bien, el poder militar como muestra palpable del poderío estadounidense ya no es un objetivo en sí mismo. Y aquí está lo más importante. Si tomamos a las catástrofes naturales como un escenario proclive para la intervención extranjera armada en Haití o Pakistán por ejemplo, tenemos ante nosotros el marco para analizar las cuestiones relativas al poder blando. El experto militar Robert Kaplan lo resume de siguiente manera: “por nuestra habilidad para desplegarnos rápidamente en un territorio y establecer el perímetro de seguridad, nos estamos convirtiendo en la mayor organización de ayuda en emergencias” (Carlota García Encina, Haití: EEUU y la ayuda militar ante los desastres naturales, Real Instituto Elcano, 25/03/2010).
Para el profesor de la Universidad de Harvard Joseph Nye, que acuñó el término “poder blando”, es decir, la inteligencia, el trabajo minucioso y preventivo, cultural, en otras palabras, la promoción de los valores estadounidenses, tuvo su tiempo de decadencia con la administración de Bush hijo. Precisamente, argumenta que “la Guerra Fría fue ganada con una estrategia de contención que utilizó el poder blando junto con el duro”.
El mundo que vislumbra Obama se encamina hacia este sentido. Sin dejar de lado el aspecto moral del poder de policía de EE.UU., la cuestión radica en buscarle la vuelta para que las intervenciones sean ideológicamente aceptables. La DSN quiere, tomando palabras de Kaplan, un poder moral para guiar al mundo y llevar a cabo la guerra contra Al-Qaeda -no ya contra el terrorismo global- y contra quienes se solidarizan con la causa de Osama Ben Laden. Todo esto, a su vez, sin embarcarse en el “choque de civilizaciones” que la premura pos Guerra Fría tuvo en el pensamiento intelectual conservador de los EE.UU. Ahora se llama confrontación.
Hasta aquí los aspectos generales que delimitan los escenarios y las condiciones para el empleo de la fuerza. El intento de adoptar inteligentemente las medidas necesarias para crear un mundo mejor, no deja de lado medidas espurias con intervenciones armadas o políticas en varios países que conforman el globo. Son un ejemplo contundente el golpe de estado en Honduras, la catástrofe político-natural con el desembarco armado yanqui en suelo haitiano, y los escenarios iraquíes, afganos y pakistaníes.
La era Obama se presenta como benévola en donde las intervenciones ayudarán a corregir el decrépito y desordenado panorama mundial. Mientras que Irak figura como una guerra por “elección”, Afganistán es una guerra por “necesidad”, por lo tanto, “justa”. Por supuesto que el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos sólo es la cara visible de un complejo entramado de intereses.
La preponderancia y la apuesta para el accionar de un poder blando, implica una situación de influencias diversas para desequilibrar determinado orden institucional y despejar al Estado de sus atributos soberanos. En este sentido es muy importante el papel de las ONG como la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID por sus siglas en inglés) o la National Endowment Foundation (NED), entre otras. La DSN de 2010 “propone la doble vía de mantener abierto el diálogo con esos gobiernos (gobiernos considerados pocos democráticos) mientras se promocionan los derechos y libertades individuales apoyando a los activistas locales e internacionales como instrumentos de acción”, explica el investigador Félix Arteaga.
Es decir, se trata de una influencia más sutil, poniendo como caballito de batalla a la libertad, entendida ésta como el valor supremo de la mano del mercado y la preponderancia de los éxitos individuales y privados. Es fijar una agenda multilateral con, por ejemplo, el Grupo de los 20 para apoyar y reivindicar el ajuste europeo y patear la pelota de la reforma financiera hacia delante.
La nueva estrategia estadounidense se presenta como un desafío político para América Latina, sobre todo, a luz de los ya mencionados acontecimientos en Honduras y Haití. “La influencia que tuvieron las Doctrinas de Seguridad se refleja en el hecho de que cada una impuso un nuevo lenguaje para pensar el mundo y actuar en él: destino manifiesto, intervención, contención, prevención”, expresaron Fabián Calle y Federico Merke en su artículo “La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos en la era unipolar”. La integración latinoamericana es, también, una lucha por el lenguaje; establecer normas y pautas que eviten expresarse en el mismo sentido en que lo hace el dominador.