Viaje al interior de la interna cambiemista

Sin los estruendos del peronismo, Cambiemos vive un cierre de listas que exhibe paz y unidad pero esconde ruidos. Focus groups vs política, el lamento radical y la cuestión Carrió.

Mientras el peronismo alimentó su interna en base a un menú clásico de especulación al filo, poroteo de dirigentes, acusaciones de traición y cartas documento, el frente Cambiemos resolvió la unidad electoral como si se tratase de un trámite. No fue pulcritud republicana, sino lo que indicó el Big Data. Para un oficialismo ajeno a la lógica tradicional de los partidos, ir con listas consensuadas y esquivar el desgaste de las PASO no supuso un trance público, sino una opción de marketing entre tantas otras que se ofrecen. La tan mentada “unidad”, esa virgencita a la que le reza el PJ, promesa de paz futura y garantía de guerra en lo inmediato, es para el PRO un artículo más en la góndola de productos políticos a utilizar, gestado en los laboratorios de Marcos Peña y el ecuatoriano Jaime Duran Barba.

 

Pero esta asepsia encuestológica no significa ausencia de conflictos ni de posiciones en pugna. La peculiaridad del macrismo es que el carajeo suele ser por lo bajo. Así como en las empresas los detractores de la gerencia sólo golpean la mesa al cierre del ejercicio y con el balance a la vista, en Cambiemos la belicosidad está aplazada hasta después de que se cuenten los votos. Y si hay tensiones que rompen el cerco, se asimilan más a un pataleo que reclama “atención” antes que a una riña por el poder de fondo.

 

A fines de enero pasado, cuando reunió a los jefes de la UCR en la quinta de Olivos, Mauricio Macri fue claro: exigió listas únicas y evitar el tironeo de las PASO. Y en los casos excepcionales en que no hubiese forma de alcanzar la síntesis, se habilitarían las primarias, pero limitadas a una única lista radical y con boleta corta, sólo para distritos de baja intensidad. Con el correr de los meses, la ebullición de la interna peronista y el surgimiento de un polo disidente en la figura de Florencio Randazzo, el mandato del ingeniero fue cobrando más significados: Cambiemos daría muestras de civilidad, acordando candidaturas sin caer en peleas de conventillo. Otra forma de desacreditar al PJ telúrico y a sus montoneras electorales.

 

Los espantos
Foto: Alejandro Santa Cruz/ema

Además de la oportunidad de la mercadotecnia, la virtud de tal pacificación en la colación de gobierno reside en haberla logrado en medio del más que merecido cascoteo que viene recibiendo la Casa Rosada y sus satélites. Macri asumió hace un año y seis meses, pero acumula desgaste como para dos mandatos. Y sin embargo, el jefe del PRO sigue manejando el vestuario de Cambiemos. ¿Cómo fue posible? Por un lado, el mismo poco tiempo en que el presidente y su gabinete cosecharon críticas políticas, escándalos judiciales y números en rojo, funciona también a la inversa; sigue siendo poco tiempo como para una rebelión en la granja del PRO. No por nada todo su aparato de comunicación trabaja sobre variantes de “la pesada herencia” y destaca el mérito de políticos que dan marcha atrás con una medida desastrosa antes que el demérito de haberla tomado. En paralelo, el dúo Durán Barba-Peña, que trabaja hacia adentro con igual dedicación que hacia afuera, acostumbra entregar al socio más enojado la autoría intelectual del correctivo, suerte de galardón para poner en la repisa.

“En los últimos meses, hay una palabra clave que calma la urticaria en los socios de Cambiemos: gobernabilidad”

Igual de real es que la época electoral es donde más cómodo se siente el partido amarillo, que ostenta uno de los dispositivos de campaña más sofisticados, modernos y costosos, con efectividad recientemente probada. Si la mesa chica de Macri está bajo evaluación interna por su gestión, acusada de falta de experiencia en el manejo de los resortes básicos del Estado y –por llamarlo de algún modo– escasa sensibilidad popular, la llegada de una nueva contienda en las urnas renueva la confianza perdida. Esto anestesia el pase de facturas y rejuvenece la ascendencia del Ejecutivo sobre las patas de la coalición gubernamental, más aún ante la amenaza del kirchnerismo, que ahora se aggiornó, adoptando en el lanzamiento de Cristina Kirchner técnicas similares a las del macrismo, una novedad que contribuye a legitimar los aciertos del PRO en materia de marketing.

 

El favor es mutuo y funciona en dos planos, porque así como la Rosada busca reinstalar en la sociedad el fantasma de las elecciones pasadas, recreando la contradicción con el kirchnerismo para dejar en un segundo y lejano plano la evaluación sobre su propia gestión, eso mismo hace con sus aliados. A ellos también los mantiene enfilados y calmos usando como amalgama el espanto a un retorno de Cristina, más aún después de Sarandí.

 

En los últimos meses, hay una palabra clave que calma la urticaria en los socios de Cambiemos: gobernabilidad. Los radicales se autocontrolan y se dicen, unos a otros, que su pasión por la interna “no tiene que afectar la gobernabilidad”. Y los lilitos recuerdan que “cuando se votan diputados y senadores, lo que se pone en juego es la gobernabilidad”. En concreto, se refieren a la línea de sucesión y citan un caso histórico: aseguran que el comienzo del fin para Fernando de la Rúa llegó cuando perdió la presidencia provisional del Senado y el control de la línea de sucesión.

 

Ruido 1: el ala política

Hasta ahí, la foto muda. Pero en la película surge el ruido. Hay una disputa clásica, estructural, esa que llevan los integrantes del “ala política” y los paladines de los focus groups y las encuestas. Es una vieja rencilla pero no perdió vigencia. Los primeros van a la retranca, no solo porque los segundos vienen de la victoria en 2015, sino porque son más propios del ADN macrista, que no nació en un local partidario sino en un think tank.

 

Ya a fines de 2016, Emilio Monzó, presidente de la Cámara de Diputado y hombre importante en el armado de Cambiemos, formalizó sus diferencias con el asesor ecuatoriano y el jefe de Gabinete y, para sorpresa del mundo PRO, lo hizo ante la prensa. En general, ese tipo de jugada termina con el protagonista fuera del tablero, otra peculiaridad del macrismo: el que se queja alto, arma la caja y vacía el escritorio. Pero Monzó tiene una espalda diferente, suficiente para permanecer a pesar de sus dichos, pero no tan ancha como para modificar la relación de fuerzas. El propio diputado dio testimonio de su paso a un lugar secundario en la mesa de decisiones y de la supremacía del eje encuestador. Con la cercanía de las urnas y tras un encuentro con Peña, Monzó bajó el perfil, sea por autopreservación –es un dirigente con experiencia– o por un acuerdo que le pareció razonable.

 

Con la visión de Monzó coinciden, entre otros, Rogelio Frigerio; las cabezas parlamentarias de la UCR y el presidente provisional del Senado, Federico Pinedo. Todos ellos depusieron las críticas hasta nuevo aviso.

 

Ruido 2: queja radical

Los radicales también se quejan de la “falta de calle” de los macristas, falla de origen a la que suelen atribuirle las decisiones más resistidas, no tanto por el fondo sino por la forma. Esta postura a la UCR le sirve para intentar justificar los entuertos del Ejecutivo –algo así como “no es mala intención, sino poca experiencia”–, a la vez que alienta sus esperanzas de escalar posiciones en Cambiemos. En lo cotidiano, se traduce en paciencia, con un mantra según el cual los correligionarios deben esperar su momento, y un reproche: piden ser más escuchados, es decir, tener más influencia sobre el rumbo del gobierno, algo que supone obtener nuevos lugares de acción. Como principal argumento, juegan sus cartas más pesadas: que de las cinco gobernaciones oficialistas, tres son boina blanca, al igual que 450 de las 620 intendencias municipales de Cambiemos. También recuerdan que son las “primeras espadas” del Ejecutivo en el Congreso, como jefes de los interbloques en Diputados (Mario Negri) y Senadores (Angel Rozas).

 

Más allá de esto, salvo un Ricardo Alfonsín que despotrica en el llano, que dice que el PRO le elige los candidatos a la UCR y pide PASOS en la provincia de Buenos Aires, ninguno saca los pies del plato, a pesar de que mucho de lo que dice el hijo de don Raúl sea formalmente cierto. Partido centenario, de un comité en cada pueblito, la cúpula de UCR demostró gran capacidad de adaptación o resignación, según quien haga el diagnóstico.

 

Por estos días, muchos mastican bronca por lo que consideran un ninguneo en la conformación de las nóminas porteñas y bonaerenses, a manos de una Elisa Carrió que agiganta su figura a fuerza de golpear para negociar. Si algo molesta al radicalismo es que Lilita, que rompe el molde de la conducta prusiana exigida por la Presidencia y dispara sin silenciador, sea premiada.

“Partido centenario, de un comité en cada pueblito, la cúpula de UCR demostró gran capacidad de adaptación o resignación, según quien haga el diagnóstico”

Pero se contienen. Temen volver a quedar como los protagonistas de un episodio símil 2001 o como en el colapso alfonsinista. Por eso prefieren aceptar que Albor Cantard encabece la boleta de diputados en Santa Fe –luego de que Macri les vetara a Mario Barletta– que volver a los brazos del socialismo o partir Cambiemos en la provincia. Evalúan que, aunque tal vez no sea uno del paladar de la conducción partidaria, sí será un radical quien esté al tope de las listas en diferentes distritos del territorio nacional.

 

Quienes ya tienen cargos en el Ejecutivo les dicen a los aspirantes que no es una cuestión ideológica, que lo que se discute es la praxis: la UCR es parte del gobierno a nivel nacional y es más fácil conseguir algo desde adentro que tirando piedras en la vereda. En definitiva, sostienen que así como “la marca de la alianza es del PRO, el partido mayoritario va a seguir siendo el radicalismo”. Y sobre el díscolo Ricardito, dicen que no se puede quejar, que le han ofrecido mucho y nunca aceptó nada, y que sabe que no tiene futuro montando un polo anti-gobierno. “Ya perdió en Gualeguaychú y le irá peor si lo vuelve a intentar”, vaticinan en los escritorios radicales.

 

Ruido 3: Lilita

Carrió es un buen ejemplo del talento que el oficialismo tiene para ver ventajas electorales: el precio de tener a Lilita adentro es menor que el que se paga por tenerla afuera. Claro que esta ecuación es riesgosa y posee sus límites, pero hasta ahora dio resultados. Para la chaqueña, el acuerdo supuso pasar de ser un socio minoritario y al que todos le cronometraban el tiempo de salida, a transformarse en la gran candidata porteña, garantía de ganar con margen y desairar a Martín Lousteau. Y para el presidente, Lilita es una prueba de “transparencia” en un gobierno asediado por escándalos: lo que hay que denunciar, lo hace Carrió, y lo otro son ataques políticos. Al darle ese rol de fiscal del PRO, también la contuvo. Macri tolera a la chaqueña no porque le gusta su estilo, sino porque le conviene, y así como la legisladora acusa a funcionarios y baja nombres de las listas –incluido el del primo presidencial Jorge Macri– también suele mantenerse al margen y hasta defender el rumbo general de la política y la economía del macrismo.

 

Igualmente, con la líder de la CC todo es momentáneo: ya apiló varios nombres de peso en la fila de su rivalidades, incluidos Durán Barba y Peña, la cúpula de la Policía de María Eugenia Vidal; el titular de la SIDE y amigo presidencial, Gustavo Arribas; el jefe de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti; y a uno de los destacados operadores judiciales del PRO, el radical Daniel Angelici, más popular en Comodoro Py que en La Boca.

 

Por ahora, el frágil equilibrio se mantiene y Lilita está feliz. No es para menos. Con sus deseos hechos realidad, sobre todo en las nóminas de la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia, su partido aspira a sumar 10 bancas propias en la cámara baja, duplicando las que ostenta en la actualidad. “Para tener una voz más escuchada, independientemente de que Lilita es escuchada por su confrontación mediática”, explican en la Coalición Cívica (CC). Para diferenciarse de la UCR, aseguran no desear cargos en el Ejecutivo. “La gente lo votó a Macri para gobernar”, repiten, en una frase de doble lectura: no van a inmiscuirse en los asuntos del PRO, pero la responsabilidad de la gestión es toda suya. En cuanto a los radicales, la falta de feeling es mutua: los acusan de “llorar para conseguir carguitos” y que el gobierno les resuelva la interna, “que es lo único que les interesa”.

 

Forzando el encastre

Con estas piezas y sus incompatibilidades a la vista, el macrismo volvió a imponer aquella unidad pragmática de 2015, cuando la joint venture devino gobierno, gracias a la capacidad de la victoria para resolver las diferencias. Ahora, apuesta a que un nuevo triunfo –como se quiera y se pueda interpretar– siga manteniendo junto lo que nunca terminó de encastrar.

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