En el aeropuerto de Moscú, un hombre bielorruso se acerca lentamente a un nene iraní que juega con su valija, y de un segundo a otro, lo agarra como una bolsa de papa por los aires y lo tira al piso, reventándolo. Así de simple y así de crudo. El video apareció en mi celular un lunes a la mañana mientras me lavaba los dientes. Me escandalicé un rato, después seguí mi día.
Hace tiempo que lo que escribo intenta esquivarle a la agenda actual. No porque busque una originalidad en mis notas o porque no me importa lo que pasa alrededor, sino porque quiero darle lugar a los libros, películas, artistas o temas que me gustan: el mundo está demasiado feo y no encuentro mejor alternativa que encontrar lugares adonde fugarse y pensar en cosas que le huyan a lo actual, cosas que simplemente respondan al placer.
Por eso encuentro últimamente tan extraordinaria a la poesía, y el hecho de que treinta personas se junten los lunes de este invierno tan crudo en el aula de una universidad pública de artes a leer poetas, pensar sobre la poesía, e intentar escribir. El mismo lunes que vi ese video del bielorruso tuve clases a la noche y cuando llegué a mi casa pensé en lo tremendo y en lo elástico que es este mundo, en los vértices de contradicciones que acapara, y mientras que un hombre es capaz de aplastar contra el piso a un nene iraní, un chico de Quilmes busca escribir el poema de su vida.
La poeta Diana Bellessi, con sus casi ochenta años, vino a leer algunos de sus últimos poemas en la última clase, y, una vez más, alguien lo dijo mejor que yo: “Cuando miramos fijamente un bichito cualquiera, un cascarudo, por ejemplo, y lo vemos agonizar sin poder darse vuelta… todo lo que queremos es ayudarlo, ni siquiera sabemos el nombre que le hemos puesto y le hablamos con su genérico, date vuelta, cascarudito, por favor, y lo vigilamos hasta que llega su muerte. ¿O es al revés acaso? O somos su espejo y en él se refleja con toda dulzura, con toda furia la otredad en la intemperie. ¿Por qué estamos tan unidos en el vasto territorio de la materia, tan próximos y a veces tan distantes?”

Fue Diana Bellessi quien, en 1984, tradujo al español una antología de mujeres poetas estadounidenses que, hasta entonces, en Argentina apenas se conocían. Con el verso “Contéstame, baila mi danza” de Muriel Rukeyser como título y latido del libro, la selección abrió paso en nuestra región a la lectura de autoras yankees tales como Denise Levertov, Adrienne Rich, June Jordan, Diane di Prima, May Sarton y Ursula K. Le Guin.
“¿Quién hablará de estos días? / sino yo / sino tú.” escribe Muriel Rukeyser y vuelvo a pensar una y otra vez sobre la dicotomía entre el acto de escribir y el inexorable paso de estos tiempos. Y no, sé que los poemas no van a salvar al mundo (en todo caso, me pregunto qué sería salvar al mundo), pero también sé que dejar de escribir poesía nos alejaría un poco más de ese objetivo, o por lo menos nos rendiríamos a la idea de que este lugar sea un lugar un poco mejor para habitar.
En la misma semana en la que veo el video del aeropuerto, se libra una campaña salvaje contra una periodista argentina. Miles de libertarios aseguran que Julia Mengolini tiene una relación incestuosa con su hermano y difunden videos creados con inteligencia artificial en los que aparecen teniendo sexo. A eso se suman miles de mensajes privados —que le siguen llegando— con amenazas de que la van a secuestrar, asesinar y tirar al Río de la Plata. El Presidente retuitea y comparte esos videos y mensajes. Una vez más, el Presidente se jacta de su crueldad.
Creo que el ejemplo más claro de lo que representa este gobierno es el hecho de que tienen secuestradas miles de frazadas y no las reparten a las personas que están sufriendo el frío. No hay mucho más vuelta que darle al asunto.
“El mundo se achata cuando no lo amas, y esos son los días en los que uno no puede escribir” dice Bellessi al principio del documental sobre su vida, El jardín secreto, realizado en el año 2012. Pienso en esos mensajes reivindicando el hecho de tirar cadáveres al Río de la Plata y vuelvo a pensar en Diana Bellessi viviendo en el Delta de Tigre durante los años de la última dictadura cívico-militar. Pienso en el Delta como un lugar de refugio para tanta gente, y también en el contraste entre los usos del río: para qué lo usaban los militares; para qué lo usaban los poetas.
Fue sobre el Arroyo Felipe donde Bellessi escribió su libro Tributo del mudo (1982), luego de un período muy largo sin poder escribir, no solo ella, sino mucha gente: “Desaparecían los cuerpos, y con ellos desaparecían sus voces”, dice Diana, “entonces en ese proceso de la desaparición de la voz, también desapareció la voz poética, la atención puesta en otras cosas, lo que se diría las pequeñas y las inútiles cosas que salvaban del miedo y del horror”.
Este año publicó su último libro, La curva del tiempo. Y aparece una vez más la poesía como eso que insiste y reúne, en tiempos en los que hacer comunidad nos urge. En una entrevista, Bellessi explica el título: “Esos poemas que hacen temblar tu corazón y el corazón del otro y el corazón del otro… eso es lo que nos puede salvar. Pero no sé, yo estoy bastante escéptica ahora. No sé cómo la Argentina se pudo convertir en esto. Creo que el pueblo argentino se volvió loco. Es atroz lo que vivimos. Después de haber vivido la dictadura, después de tantos dolores, vivir un gobierno así es terrible. ¡La curva del tiempo!”.
Vuelvo a los versos de Muriel Rukeyser, “¿Quién hablará de estos días? / sino yo / sino tú.” y vuelvo a reflexionar sobre las paradojas de este mundo. Mientras un presidente ataca un hospital de niños, una señora escribe un poema sobre las cabritas que aparecen alrededor de su casa. Mientras gente amenaza a otra con tirar su cadáver sobre el Río de la Plata, un grupo de estudiantes se emocionan al leer los versos de una poeta argentina. Quién hablará de estos días sino yo sino tú, quién contará lo que sucede sino somos nosotros, quién lo hará en nuestro lugar.
Y reafirmo y me vuelvo a amigar con la idea de escribir sobre el caballo que corre o sobre el fuego que crece en la parrilla. Me amigo con la poesía y me amigo con contemplar el río Sarmiento. Porque en tiempos de tanto odio, amigarse con todo eso, es un acto subversivo, necesario, amoroso; y contar nuestros días, quién lo hará, sino nosotros.
Portada: imagen de obra de Silvio Francini.