Sé que Vicente se sentía más afín a Hegel que a Nietzsche, pero desde que me enteré de la noticia de su muerte no pude dejar de pensar en las tres transformaciones del espíritu con que se abre el Así habló Zaratustra: el espíritu se desliza por tres momentos que son los del camello, el león y el niño. El camello, ese animal capaz de cargar lo más pesado y atravesar el desierto (¡Oh, el desierto –escribe Nietszche en la Genealogía de la moral— el lugar donde han habitado, desde siempre, lo veraces); el león, esa bestia capaz de crearse un espacio de libertad para un nuevo crear y, por fin, el niño, figura de la inocencia del santo decir sí de la vida, emblema de quien es capaz de poner en movimiento la rueda misma de la creación.
Pienso que Zito Lema concentra en su figura ese devenir del espíritu nietzscheano. Vicente atravesó con dignidad la marca de su generación: se sobrepuso a la muerte de tantas de sus compañeras y compañeros, arrancados de la vida por el terrorismo de Estado, y supo cargar con ese dolor dejando siempre testimonio, a través de su voz singular, de todas y todos los que ya no podían hacerlo. Pero también fue el guerrero que a su modo y en otros contextos, sostuvo –sobre todo desde su palabra, escrita o pronunciada—la belicosidad necesaria para que la democracia de la desigualdad no se devorara y dejara en el olvido a esa gran porción de quienes quedaban afuera, fueran locos, laburantes precarizados, piqueteros o díscolos de cualquier calaña. Lejos de la figura del soldado, Zito fue quien supo jugar –muy en serio, como se juega en la niñez— haciendo del uso de la lengua una fuente creativa permanente para librar múltiples combates. Por eso creo que Vicente Zito Lema fue un sobreviviente –“un sobreviviente es alguien que resiste”, según Guillermo Saccomanno–, y un poeta guerrero.
Somos Nosotrxs
Vicente decía con orgullo haber sido compañero y amigo de Rodolfo Walsh, de Francisco Urondo, de Haroldo Conti, escritores de su generación que abrazaron el compromiso político y –como escribió el propio Paco— empuñaron un arma porque buscaban la palabra justa. Zito libró la misma batalla, simpatizando con esos combates, pero desde el uso múltiple del lenguaje que supo hacer: escribió poesías, relatos, obras de teatro –muchas obras de teatro–, ensayos, artículos periodísticos y habló en miles de lugares a lo largo de su vida, siempre emocionando con su voz pausada, un poco entrecortada y esa especial pronunciación de las palabras. Zito Lema habló en escenarios, aulas, cárceles, hospitales psiquiátricos, centros culturales, mitines políticos. A su modo, también ejerció la filosofía y la psicología social, en la línea de Enrique Pichón Riviére, su maestro, con quien mantuvo esas conversaciones sobre el arte y la locura que luego se publicaron en formato libro. Vicente no romantizaba la locura, pero hizo sus locuras a lo largo de toda su vida, pensando que era posible tomar el cielo por asalto, antes de que la última dictadura cívico-militar disciplinara –vía el terror—cualquier sueño de revolución y luego, intentando que la antorcha nunca se apague, para que las nuevas generaciones supieran que hubo quienes lucharon y murieron antes –generalmente asesinados— en búsqueda por cambiar todo lo que debía ser cambiado –que en el capitalismo, y sobre todo en países como el nuestro, siempre son muchas y muy profundas cuestiones-.
Alguna vez, en una extensa conversación que mantuvimos –luego publicada a modo de entrevista en la Revista Herramienta—Vicente me dijo: “¿No podemos soñar con construir, como diría Paul Éluard, un cielo en esta tierra, sin pagar con monedas de muerte? Es el deseo. Pero cómo negar que los que están en el poder van a defender, con muerte del otro, cada pedacito de ese poder. Y la realidad se obstina en mostrarnos todos los días como son las cosas”.
Una larga marcha hacia la justicia total
Vicente se recibió de abogado a inicios de los sesenta. Fue defensor de presos políticos, pero por sobre todas las cosas, un pensador crítico, un poeta rebelde. Fue fundador, en 1964, de Cero, revista de poesía que dirigió hasta 1967. En 1969 fundó y dirigió la revista literaria Talismán y en los setenta, junto a Roberto Santoro, Miguel Ángel Bustos y otros poetas, integró el legendario grupo Barrilete. También supo participar activamente en la revista legendaria Crisis. Durante la última dictadura se exilió en Holanda. Desde allí continuó la lucha por la dignidad: fue parte de la Comisión Argentina por los Derechos Humanos (CADHU), junto a otros escritores del país como Julio Cortázar y David Viñas.
Una vez que los militares se retiraron a los cuarteles, regresó al país, y entre otras cosas que hizo fundó la revista Fin de Siglo. Luego acompañó y fue parte de numerosas iniciativas, algunas que han dejado marcas fundamentales en la historia cultural argentina de las últimas cuatro décadas, como la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo (de la que fue rector) y su periódico Cultura y Utopía (del que fue director). Más tarde participó de la Universidad de los Trabajadores (fue de hecho su primer director) gestada al interior de IMPA, la primera fábrica recuperada del país.
Comprometido con la causa por los asesinatos de Kosteki y Santillán, fue parte de la “Comisión Independiente” que exige justicia, acompañó el proceso de cambio de nombre de la estación de trenes de Avellaneda (hoy rebautizada con el nombre de los jóvenes asesinados el 26 de junio de 2002) y en 2005, cuando comenzó el juicio a los responsables materiales de los crímenes, montó un escenario frente a los Tribunales de Lomas de Zamora y puso en escena la obra La pasión del piquetero, escrita por él, protagonizada por actores y actrices populares, muchos de ellos amigos y compañeros de militancia de Maximiliano y Darío, a quien en el prólogo a la segunda edición de su biografía, que escribimos con Juan Rey y Ariel Hendler —publicada este año por editorial Sudestada— homenajeó nuevamente planteando que “mantener vivos a Darío y a Maxi implica eso: ser fieles depositarios de todo lo que ellos quisieron hacer, que era transformar el mundo”. Lo dice por Kosteki y Santillán, pero también podría decirse de cualquier militante asesinado en otra lucha.
Vicente también escribió sobre Evita, y dirigió una obra en la que se preguntaba “desde dónde hablar de Eva”, con Eva, “la muchacha del gran amor” que volverá “blandiendo su espada y será millones”.
En 2021, con más de ochenta años y luego de haber sido operado del corazón, Vicente seguía con sus andanzas, con sus travesuras: junto a “El Violinista del amor” y “Orquesta Volátil” pusieron en escena un espectáculo de música y poesía en el que por más de una hora recitaba y actuaba sobre ese escenario de un teatro del barrio porteño de Boedo (y que hoy puede verse y escucharse en youtube). Allí se lo escucha decir: “sé que cuando un poeta es rebelde, envejece, muere, va al Hades –ese cielo y ese infierno que tenían los antiguos griegos–. Y aunque esté muerto, si fue rebelde, le dejarán la memoria… sabiendo que la memoria es nuestra y la belleza nos pertenece… y que habrá otros jóvenes poetas que enfrentarán la maldad del mundo, que querrán construir algo más justo, más solidario, y si es necesario, también aullarán como este viejo lobo rebelde”.
Vicente Zito Lema fue toda su vida un vanguardista, pero como el italiano Pier Paolo Pasolini, sabía que no se podíaabandonar la tradición a los tradicionalistas. Por eso supo conservar cierto archivo en el mismo movimiento en que se entremezclaba con las nuevas generaciones, porque al fin y al cabo, siempre supo que la fuerza de un pueblo que es incapaz de verse doblegada, es aquella que sabe poner en diálogo la energía de los recién llegados, con la sabiduría de quienes vienen desde antes.