Lecciones de las elecciones

“A Bolsonaro lo votó, democráticamente, más del 46% de los electores que hasta hace poco tiempo seguían al PT, y cuesta creer que eran racionales antes y muy retrógrados ahora” afirma el autor. Apuntes incómodos y los riesgos de la negación.

El dirigente del Partido Social Liberal (PSL), Jair Bolsonaro, obtuvo una holgada victoria en la primera vuelta de la elección presidencial del Brasil. Rápidamente, periodistas argentinos aseguraron que fue un triunfo de la “ultraderecha” y de los medios de comunicación. El argumento que subyace a ese análisis es simple, interpretando que cuando gana una elección un gobierno de izquierda lo hace por mérito propio y cuando pierde es el resultado de la manipulación y de la ignorancia popular. A Bolsonaro lo votó, democráticamente, más del 46% de los electores que hasta hace poco tiempo seguían al PT, y cuesta creer que eran racionales antes y muy retrógrados ahora. Posiblemente, estos diagnósticos sirvan para persuadir a los convencidos de cara a la segunda vuelta, pero no para interpretar las causas que llevaron al electorado a seguir al PSL.

 

Es habitual que se caracterice al voto del PSL como de “ultraderecha” y lo mismo ocurre con su candidato presidencial que se manifestó cristiano, cercano a los militares y abogó por políticas activas para acabar con la inseguridad. Muchos analistas han caricaturizado al líder en base a recortes de declaraciones y entrevistas cuyo resultado es, meramente, convencerse a sí mismos de lo que ya creen de antemano. Matizando la caracterización corriente, Alberto Buela definió a Jair Bolsonaro como un «conservador en política y un liberal en economía». Las propuestas de la plataforma de gobierno y del portal del PSL van en línea con la lectura realizada por Buela e incluyeron, entre otras cosas, la conformación de un “gobierno limitado”, la “división de poderes”, la “democracia representativa”, el “liberalismo económico”, la “inclusión social” y el “federalismo”.

 

Ejes de campaña de Bolsonaro

La economía. Bolsonaro propone un “cambio” para la economía y ello no debería llamar la atención ya que desde el año 2014 la situación no es buena en el país. Brasil entró en una recesión que fue profundizada por el ajuste “gradual” de Dilma Rousseff (PT) y por el ajuste “brusco” de Michel Temer (PMDB-PT). El electorado castigó a ambos, de manera que la ex mandataria no alcanzó la banca a la que se postuló en las últimas elecciones y el PMDB tuvo un magro resultado en las urnas. El programa económico del PT iniciado en 2002 consiguió importantes avances sociales y no es casualidad que recientemente los hayan votado un tercio del electorado. Ahora bien, tampoco se pueden ocultar sus incapacidades y Bolsonaro supo capitalizar el descontento de 4 años de estancamiento. Un sector de los votantes tiene una legítima aspiración de cambio y acusarlos de “derechistas” es una forma poco sutil de no asumir los errores, las incapacidades y las contradicciones del gobierno del PT y sus aliados. El problema del pueblo brasilero no es querer una mejora en la economía, sino suponer que Bolsonaro y los neoliberales son quienes pueden efectivizarla.

 

La cultura popular brasileña. Bolsonaro organizó su campaña presidencial cuestionando lo que definió, literalmente, como la imposición de una “ideología de género en las escuelas”. Su plataforma electoral está centrada en un conservadurismo con varios sesgos liberales y no es de ultraderecha. El programa del PSL postula una identidad que, en sus palabras, no está anclada en “el pasado”. Por otro lado, considera que deben respetarse las “costumbres” y las instituciones como la “familia y la iglesia”, ya que ello permitiría al “individuo” vivir libremente en sociedad. En Sudamérica existe una importante población religiosa —y no religiosa—que no comparte aspectos de las políticas de género de la izquierda o que no considera oportuno que sean obligatorias. Bolsonaro catalizó inteligentemente expectativas de esa mayoría silenciosa y polarizó al electorado acusando al PT de “izquierdismo”. No debe olvidarse, que el partido de Lula surgió ligado a miembros de la Teología de la Liberación y a las comunidades cristianas de base. En su alianza con el PMDB, el PT atrajo muchos votos y a legisladores evangélicos. En el PSL y también en el tradicional electorado del PT, hay sectores reticentes al aborto o que no aprueban aspectos del programa de género y consideran que son valores propios de la esfera privada y que no tienen que ser impuestos compulsivamente. Si la discusión sobre la cultura popular sudamericana se da en términos de derechas e izquierdas, hay grandes posibilidades de caer en el típico reduccionismo de civilización y barbarie. Acusar a un continente mayoritariamente cristiano de serlo, no es una buena estrategia electoral. Si el PT no mantiene la pluralidad cultural originaria de su espacio y crece en la corriente anticristiana, puede quedar aislado frente a una importante parte de la población brasileña.

 

La política. Para derribar al PT se organizó una oposición económica, mediática y judicial que delineó los “márgenes” del debate político reciente: había que elegir entre “corruptos o no corruptos” y no se puso en juego el programa de país. Con las permanentes denuncias y la espectacularización mediatizada, se debilitó el conjunto del sistema de partidos (PSDB, PMDB o PT). El paso siguiente fue encarcelar al único actor competitivo del PT que era Lula Da Silva. Si bien Bolsonaro no era “él” postulante ideal del poder económico y mediático (de hecho O´Globo lo cuestionó), cuando ascendió en las encuestas polarizó la oposición al PT y consiguió ser el centro de la estrategia “anti” izquierda. Además de la habilidad del establishment y del PSL, hay que reconocer que el partido de gobierno que manejó Brasil desde el año 2002 se mostró incapaz para construir una organización estable y un candidato nacional.

 

La seguridad. Bolsonaro tiene un discurso de “mano dura” contra la inseguridad y el habitante brasileño es lógicamente receptivo a ello en un país que padece una cotidiana violencia social y en el que existen redes mafiosas y de narcotraficantes que regulan la vida en ciudades y barrios. En lugar de acusar al elector de Bolsonaro de “derechismo”, la izquierda debería ofrecer una política real y palpable en la materia. Si bien la mención a la “mano dura” del PSL no conforma un plan de erradicación de la violencia, 16 años de gobierno de izquierda del PT tampoco lo lograron.

 

Los militares al poder. La fórmula de presidente y vice (Hamilton Mourão) del PSL incluyó a dos ex militares, que tuvieron la habilidad de presentarse como una dirigencia alternativa y rupturista de los viejos partidos. Actualmente, en Brasil y en Venezuela con dos orientaciones ideológicas diferentes, los militares se ponen en el centro del dispositivo político. No es oportuno, entonces, adelantar el comportamiento que tendrá la compleja institución militar del Brasil. En el gobierno de Bolsonaro las Fuerzas Armadas pueden ser tanto un medio de represión para garantizar un ajuste conservador, como también pueden oficiar como un límite al programa económico de desindustrialización y de privatizaciones del complejo productivo brasileño.

 

La corrupción. Éticamente es reprochable que un empresario pague coimas o que un empleado estatal acumule dinero público. Sin embargo, la corrupción no es una práctica de un solo país, de un partido o de un grupo económico puntual, sino que es la forma habitual de construcción de las decisiones del capitalismo. En los EUA los grupos económicos manejan la política, financian los candidatos y direccionan la sanción de las leyes conformando un sistema de ¿“corrupción institucionalizada”?. Son también los norteamericanos y un grupo reducido de CEOS, quienes regulan los “paraísos fiscales de la evasión” y las “calificadoras de riesgo” que mintieron y llevaron al sistema capitalista mundial a la crisis financiera del 2008. Estos grupos son los principales organizadores del actual esquema del desorden económico internacional, caracterizado por la especulación, la fuga ilegal de capitales y la creciente e inmoral desigualdad. La empresa Odebrecht acumuló poder económico siguiendo las pautas del capitalismo y no cayó por ganar licitaciones pagando coimas, sino por el hecho de que estaba disputando los negocios de empresas de las potencias occidentales. La investigación del Departamento de Justicia de los EUA que desencadenó el Lava Jato, no buscó la transparencia financiera sino que intenta destruir las industrias del Brasil o al menos que las adquieran grupos extranjeros. La operación judicial y mediática no va a construir la transparencia institucional, sino que tendrá como resultado frenar los programas de distribución del ingreso y la política exterior multilateral del PT. La estrategia de los CEOS y de los EUA se propone destruir el sistema de partidos y quitarle la fuente de financiamiento a la política. La democracia de masas será monopolizada por una gerencia de medios de comunicación de algún grupo trasnacional. Si bien Bolsonaro capitalizó el legítimo descontento de la sociedad con la corrupción, una vez que alcance el poder será esclavo de este mismo sistema financiero, mediático y político internacional. En Sudamérica no solamente hacen falta políticos que no acepten coimas, sino que deben generarse otras reglas económicas y otro sistema de costeo de la democracia de partidos, para no caer en manos de la oligarquía financiera trasnacional.

 

 

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