La televisión

En su versión comercial es una incentivadora de deseos, donde el tener condiciona el ser, y la publicidad asocia cada producto a una satisfacción que supera largamente el uso de ese producto, reflexiona el autor.

La televisión es una de las creaciones más notables del género humano. La transmisión de imágenes a distancia cambió desde la vida cotidiana a la política. Hoy parece increíble un mundo sin televisión y sin embargo su invento fue la perfección de una idea concebida por varios inventores. Algunos datos extraídos del trabajo La televisión y su efecto sobre la conducta nos permite apreciar su notable desarrollo en un período que en términos históricos es muy reducido. “Las primeras emisiones públicas de televisión las efectuó la BBC en Inglaterra en 1927 y la CBS y NBC en Estados Unidos en 1930. En ambos casos se utilizaron sistemas mecánicos y los programas no se emitían con un horario regular.

Las emisiones regulares con programación se iniciaron en Alemania en 1935, en Inglaterra en 1936, y en Estados Unidos el día 30 de abril de 1939, coincidiendo con la inauguración de la Exposición Universal de Nueva York. Únicamente en Gran Bretaña se comienza a utilizar el sistema electrónico de televisión, alternándolo con el sistema mecánico.

En 1936, se emitieron en Alemania 16 días de las olimpiadas de Berlín, lo cual supuso un gran reto para la tecnología de la época.” En Argentina, la primera transmisión fue un 17 de octubre de 1951 y la de la televisión color el 1º de mayo de 1980. Los satélites permitieron acercar las imágenes desde cualquier lugar del planeta.

Su progresivo protagonismo fue convirtiendo al televisor en un miembro imprescindible de las familias, chupete electrónico para los más chicos, evasión para los adolescentes, entretenimiento dispersivo para los adultos. Algún humorista irónico llegó a afirmar: “Reemplazó el aburrimiento familiar por el aburrimiento televisivo”.

La suma de su cuestionable uso lo estigmatizó como la caja boba. Con el control remoto apareció una nueva palabra, el zapping. El manejo de este cómodo aparatito pasó a ser sinónimo de poder. Y como presunto rechazo a un instrumento excepcional, muchos intelectuales y otros que posan de tales o de superados afirman como cierto aire de superioridad: “No miro televisión”.

El debate sobre la televisión reconoce una vieja polémica sobre los fines y los medios, que tuvo amplia difusión en Francia en la polémica histórica entre Jean-Paul Sartre y albert Camus. En algunas etapas históricas se sostuvo que el fin justifica los medios y la posición contraria enarbolaba que los medios que se usen condicionan el fin. La televisión es un instrumento que puede usarse de diferentes maneras. Como el cuchillo, por ejemplo, que sirve para cortar un alimento o para matar.
Su importancia se traduce en un hecho grotesco: la existencia de una persona no se produce formalmente cuando es inscripta en el Registro Civil, sino cuando aparece por televisión. Su incidencia es tan enorme que puede verse cuando el familiar de una víctima por un hecho criminal o un accidente automovilístico son lamentablemente entrevistados por movileros atravesados por la falta de tacto y por su tránsito por el lugar común. Por un minuto de cámara (es decir “de existencia”) los deudos actúan como testigos periodísticos de los hechos que lo involucran trágicamente.

Como el número de personas que acceden a la televisión es muy reducida, el desarrollo de Internet ha permitido que a través de subir imágenes de todo tipo, incluso aquellas referidas al ámbito privado, se obtiene la misma sensación de existencia con un alcance todavía más reducido que “aparecer en televisión”.

Las cámaras distorsionan el escenario que enfocan. Una sesión parlamentaria será completamente distinta con o sin televisión. Una protesta callejera necesita de las cámaras para ser conocida y los dueños de los canales comerciales necesitan que los reclamantes corten la calle y que incendien neumáticos, para que tenga el suficiente atractivo para atrapar a los televidentes. Hasta la celebración de un gol en un partido de fútbol se ensaya para representarlo influido por la seducción superlativa de la televisión.

Las cámaras dan la falsa sensación de ser el ojo del espectador en el lugar de los hechos. Sólo muestran aquello que se quiere mostrar. Como el ojo humano que ve a través del cerebro, la cámara muestra a través de la ideología del medio que la propala.

Los canales de noticias repiten un hecho hasta la extenuación. Un mismo crimen se convierte así en un replay interminable con lo que termina actuando en la conciencia del que lo ve, no como un asesinato, sino como una sucesión.

En el actual conflicto entre el gobierno y los medios privados, por la nueva ley que debe regularlos, ha tenido el enorme mérito de dejar a la luz las falsedades y mentiras que derriban como piezas de dominó conceptos como el de la objetividad, independencia, periodismo puro y “trabajamos para que usted esté informado”.
La política que es contacto humano directo ha sido sustituida en la mayoría de los casos por una claque de invitados que actúan como coro de lo que realmente importa: el emisor del mensaje se dirige fundamentalmente a la audiencia televisiva.

Hubo y hay políticos mediáticos, como Carlos “Chacho” Álvarez ayer y Elisa Carrió hoy, entre muchos otros, que construyeron su carrera política transitando fundamentalmente por los set televisivos acogedores.
Los debates por televisión también deben sujetarse a las normas del marketing del medio. Pocos han sido decisorios. Siempre se hace referencias a los de Nixon-Kennedy que inclinó el resultado electoral a favor del segundo. En nuestro país, el más recordado como un triunfo por nocaut, fue el que le infringió Dante Caputo a Vicente Leónidas Saadi por el conflicto por el Beagle y que terminaría en un abrumador plebiscito a favor del Si.

La televisión en su versión comercial es una incentivadora de deseos, donde el tener condiciona el ser, y la publicidad asocia cada producto a una satisfacción que supera largamente el uso de ese producto. Eduardo Galeano, en sus textos breves, escritos con la misma técnica con que un escultor extrae todo lo que sobra en el mármol para descubrir la figura que está en su interior, lo describió con precisión impecable en un texto de 1983 en Memorias del Fuego bajo el subtítulo En una quebrada entre Cabildo y Petorca: “Los Escárate no tenían nada, hasta que Armando trajo esa caja a lomo de mula. Armando Escárate había estado todo un año fuera de casa. Había trabajado en la mar, cocinando para los pescadores, y también había trabajado en el pueblo de La Ligua, haciendo lo que se le ofreciera y comiendo sobras, noche y día trabajando hasta que juntó la alta pila de billetes y pagó.

Cuando Armando bajó de la mula y abrió la caja, la familia se quedó muda del susto. Nadie había visto nunca nada parecido en esas comarcas de la cordillera chilena. Desde muy lejos venía gente, como en peregrinación, a contemplar el televisor Sony, de doce pulgadas, a todo color, funcionando a fuerza de batería de camión.

Los Escárate no tenían nada. Ahora siguen durmiendo amontonados y malviviendo del queso que hacen, la lana que hilan y los rebaños de cabras que pastorean para el patrón de la hacienda. Pero el televisor se alza como un tótem en medio de su casa, una choza de barro con techo de quincha, y desde la pantalla la Coca Cola les ofrece chispas de vida y la Sprite, burbujas de juventud. Los cigarrillos Marlboro les dan virilidad. Los bombones Cadbury, comunicación humana. La tarjeta Visa, riqueza. Los perfumes Dior y las camisas Cardin, distinción. El vermut Cinzano, status social; el Martini, amor ardiente. La leche artificial Nestlé les otorga vigor eterno y el automóvil Renault, una nueva manera de vivir.”

*Co-conductor de El Tren en Radio Cooperativa presmanhugo.blogspot.com

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