La hora de América Latina

La unidad de los gobiernos populares del continente permite soñar con la posibilidad de constituir la Patria Grande. Nuestra América camina un nuevo rumbo. “Usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido; me equivoco, yo soy del Partido Americano”, decía José de San Martín.

Estamos en las vísperas. Aquello que soñaron nuestros grandes de la Patria Grande aparece en el horizonte como una aurora que avanza por encima de la prepotencia imperialista y de tantas traiciones de las oligarquías nativas. La Nación Latinoamericana -que debió ser por la comunidad de territorio, de idioma, de historia, de costumbres, de cultura y de lazos económicos- aparece ahora muy cerca, exigiendo su lugar en el mundo.

Nuevas palabras y nuevos proyectos resuenan, a través de sus montañas y sus ríos, anticipando los tiempos nuevos: mercado común, gasoducto norte-sur, complementación económica, Banco del Sur, moneda común, etc. Hasta aquellos que antaño manifestaban desinterés -e inclusive desdén- por la suerte de sus países hermanos -como fue el caso de gran parte de la sociedad porteña en la Argentina- viven ahora con sumo interés los procesos electorales de esos mismos países, con la certeza de que los triunfos populares en cada uno de ellos, aseguran el triunfo de todos. Crece la conciencia de que sólo la unión permitirá a las sardinas -usando el simbolismo de Juan José Arévalo- enfrentar al tiburón, cada vez más viejo, más enredado en sus propias contradicciones, pero siempre feroz y asesino.

Estamos avanzando hacia la unidad latinoamericana y es preciso concretarla en las más diversas cuestiones, dando especial atención a la cuestión militar. El Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha planteado claramente la necesidad de avanzar hacia acuerdos militares que impidan toda violación de la soberanía de cualquiera de nuestros países o todo intento de derrocar a un gobierno que no resulte simpático a la plutocracia yanqui. De ahí el comité de Defensa común suramericano que está en proyecto.

Ha sonado la hora de acercar el oído a la tierra que nos pertenece para recuperar los mensajes de nuestros grandes luchadores. Desde lejos, sobreviviendo a muchas décadas de expoliación y sometimiento, regresan las voces de los grandes luchadores. José Martí vuelve para decirnos: “…El deber urgente de nuestra América (Latina) es ser una en alma e intento…El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia, llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos”. “Una sola sociedad -arenga Bolívar- para que nuestra divisa sea Unidad en la América Meridional” y desde los Andes, el Gran Capitán de Chacabuco y Maipú define: “Usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido; me equivoco, yo soy del Partido Americano”.

La reciente reunión de presidentes ratifica que la bandera de la revolución nacional latinoamericana se despliega hoy con vigor para englobar a estas tierras desde el río Bravo hasta la Tierra del Fuego. Nuclearse alrededor de ella constituye uno de los compromisos insoslayables de todos aquellos que luchamos por el Hombre Nuevo en una sociedad nueva. Sólo el frente único antiimperialista, con los trabajadores y el pueblo a la cabeza, puede asegurar la reconstrucción de la Patria Grande, pues el grado de trasnacionalización de las burguesías de las patrias chicas les impide encabezar un proceso que necesariamente exige profundos y decisivos cuestionamientos a las relaciones de producción vigentes.

Por esta razón, aquellos proyectos que algunos consideraban utopías imposibles de concretar -la unión latinoamericana y el socialismo- aparecen estrechamente ligados, como momentos sucesivos e ininterrumpidos de un mismo proceso de Liberación. Lo predijeron sin vacilación aquellos hombres del socialismo revolucionario cuando, ya en la etapa superior del capitalismo, reconocieron la importancia de la cuestión nacional en los países coloniales y semicoloniales, fijando la posición que los socialistas debían ocupar en los frentes únicos antiimperialistas. Lo prueba hoy la realidad latinoamericana cuando el movimiento hacia la reconstrucción de la Patria Grande tiene por principales impulsores a la Cuba socialista liderada por Fidel Castro, la Venezuela que se orienta hacia el “socialismo del siglo XXI,” bajo la conducción del comandante Hugo Chávez, la Bolivia conducida por Evo Morales desde el Movimiento al Socialismo, así como otros países que van por el mismo rumbo. El “fantasma de la revolución” que -según el Manifiesto de 1848- recorría Europa, está reapareciendo en América Latina con distintos ropajes: como resurrección de los pueblos originarios, en Bolivia, como república bolivariana en Venezuela, como altísimos niveles de educación y salud pública en Cuba, al mismo tiempo que despliega potencialidades promisorias en otros países de la región.

Por allí soplan los nuevos vientos y cabalgan los tiempos por venir. Asimismo, también la conciencia latinoamericana es sostenida por países cuyos gobiernos provienen de movimientos nacionales policlasistas cuyas políticas internas no manifiestan todavía las audacias necesarias. Pero debe observarse que, en esos países, donde sus aparatos productivos se hallan altamente extranjerizados, va a llegar inevitablemente un punto de colisión entre su política nacional latinoamericana y su política interna respetuosa del viejo orden. Y allí seguramente, tarde o temprano, serán las masas populares organizadas las que volcarán su fuerza a favor del camino nuevo.

Por supuesto que estos cambios profundos exigen tiempo y un batallar permanente, que habrá inevitablemente repliegues o retrocesos episódicos, que la pelea será dura porque siempre los privilegios se resisten a morir. Pero aquello que han sostenido nuestros grandes luchadores y también aquello que hoy están protagonizando los sectores populares en distintos países permite asegurar que América Latina vive en la actualidad un momento excepcional y ello obliga a ser optimistas y a redoblar esfuerzos.

En dos siglos, sólo el tratado Perú -Colombia de 1822- detrás del cual estaban José de San Martín y Simón Bolívar- o en el siglo XX el corredor revolucionario del Pacífico y del sur, o en los años ’70 Juan Velasco Alvarado, Camilo Torres, Salvador Allende y Juan Domingo Perón, ofrecieron un panorama tan promisorio. Esta es la tercera gran oportunidad, enriquecida por un avance notable en el plano ideológico, pues las nuevas ideas recorren todo el escenario latinoamericano, aunque con diversa hondura y con los perfiles propios de la aventura transitada por cada una de las patrias chicas. El rumbo está señalado y la oportunidad está planteada. La voz poderosa de Manuel Ugarte, una de las grandes figuras del Socialismo Nacional, viene desde el pasado para alumbrarnos el futuro “Unámonos, unámonos a tiempo, que todos nuestros corazones palpiten como si fuesen uno solo y así unidos, nuestras veinte capitales, se trocarán en otras tantas centinelas que, al divisar al orgulloso enemigo, cuando éste les pregunte: ¿Quién vive? Le respondan unánimes, con toda la fuerza de los pulmones: ¡La América Latina!”

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