«La corrida cambiaria expresa la dimensión de la crisis política y social»

Entrevista a María Soledad Sánchez, doctora en Ciencias Sociales y becaria del Conicet que estudia la compleja relación de los argentinos con el dólar. "El valor de la divisa no es un 'problema de ricos', forma parte del repertorio de los sectores populares", afirma. Historia y futuro de la obsesión verde.

Tomando prestado un latiguillo de los gurúes de la autoayuda, el vínculo de los argentinos con el dólar se parece bastante a una “relación tóxica”: no hace bien pero cuesta salir, el deseo nubla el juicio, se desoyen los consejos y las crisis se repiten una y otra vez. Más allá del juego de palabras, analizar las razones de esta dinámica supone trascender las variables económicas y pensar en una sociología del dinero. “Las corridas cambiarias plasman no sólo problemas cuantitativos sobre el valor de conversión, sino también controversias bien profundas acerca de los modos de organización colectiva en que vivimos”, consideró María Soledad Sánchez, doctora en Ciencias Sociales y becaria del Conicet. Para esta investigadora, que hace tiempo estudia las complejidades del binomio argentinos/dólar, en las jornadas de suba febril de la cotización no fueron afectadas únicamente las transacciones en sí, sino que además “se hizo presente la dimensión de la crisis social y política”. Desde su mirada, el cuadro no se reduce a “un problema de ricos”, más allá de su rol protagónico en las corridas, sino que la moneda norteamericana “es también parte de los repertorios e imaginarios de los sectores medios y populares”.

 

Profesora en la UBA y en la Universidad Nacional de San Martín, Sánchez –que hizo su tesis de doctorado sobre el dólar blue– recalcó que “lo que pase o no con los mercados en Argentina, tiene que ver con la configuración institucional y política que el propio macrismo le dio a su sistema financiero y monetario, que los llevó a un cuello de botella, con niveles de endeudamiento que ya no se pueden pagar”.

 

– Las corridas son episodios traumáticos, ¿pero son excepcionales?

– No son fenómenos excepcionales, sino más bien regulares, de la dinámica de los mercados financieros, especialmente si consideramos cómo operan a nivel local. Si pensamos en las grandes devaluaciones de la historia económica argentina, todas estuvieron antecedidas de fuertes corridas.

 

– Está claro que los sectores más concentrados son los principales protagonistas y ganadores. ¿Participan también otros actores?

– Los grandes jugadores, que motorizan las corridas, son los que imponen un juicio colectivo sobre el valor de esa divisa, que convalidan con sus compras. Pero la corrida también puede situarse, en la larga historia de los argentinos con el dólar, como un nuevo capítulo en la construcción de una relación de mediano y largo plazo, que habla de la permanencia y la capilaridad de muchos repertorios financieros que están muy anclados en la cultura monetaria local, de actores sociales muy heterogéneos, no sólo los grandes operadores. Eso es también lo que tiene de interesante el caso argentino. Las corridas, al fin y al cabo, siempre condensan disputas políticas y económicas por el valor de la moneda, y plasman no sólo problemas cuantitativos sobre el valor de conversión sino controversias bien profundas acerca de los modos de organización colectiva en que vivimos.

 

– La mirada política no suele contemplar esa dimensión.

– En algunas lecturas políticas, incluso de gobiernos progresistas, muchas veces se asumió que el dólar era un “problema de ricos”, de los agentes concentrados, y eso es desconocer varias cuestiones. Obviamente, es parte central de los repertorios de esos agentes, que son los que tienen una mayor expertise financiera, capacidad para obtener una renta por esa expertise en la especulación, y también son los protagonistas de la fuga de divisas. Pero luego de la crisis de 2001 nadie puede desconocer que los pequeños y medianos ahorristas son también un actor muy importante, que siguen con atención la evolución del dólar y organizan sus practicas económicas en torno a esa consideración, no tanto como modo de hacer una renta sino para resguardar el valor, como atesoradores. El dólar también está presente en las prácticas de sectores populares, no sólo porque una parte atesora en esa moneda, sino que podemos pensar en los trabajadores migrantes, donde las remesas son claves para entender su vida económica y material, y porque los circuitos financieros informales de los que dependen los dejan más expuestos a los vaivenes entre el dólar y las tasas, que encarecen el dinero y los créditos. Entonces, el dólar afecta a los sectores medios y populares no solo “desde arriba”, es decir, porque la devaluación tiene un impacto regresivo en los ingresos y acelera los procesos inflacionarios, sino porque es también parte de los repertorios e imaginarios de esos actores.

 

– ¿A eso responde el peso de la divisa en el humor social y político?

– En las corridas, si efectivamente son motorizadas por agentes financieros, todos participamos del episodio como público, en especial cuando hay efectos tan abruptos. Una devaluación tan significativa entorpece muchos aspectos de la vida cotidiana: interrumpió intercambios, desdibujó completamente la referencia de los precios, quebró nuestra temporalidad, agravó angustias sobre el presente y el futuro. No sólo impacta de manera directa en las transacciones económicas del día, sino que, para quienes compramos o no compramos dólares, se hace presente en esa corrida la dimensión de la crisis social y política, además de económica.

 

– ¿La Argentina constituye entonces una singularidad?

– No termina de ser un caso excepcional. En realidad, la cuestión de la pluralidad monetaria en los sistemas contemporáneos es un rasgo bastante común. Esa idea de una moneda estatal, territorial, única, que cumple con todas las funciones que los economistas alguna vez pensaron como fundamentales para definir a una moneda como tal, es más un modelo teórico abstracto, que no se corrobora en términos empíricos. En particular, si tomamos la función de reserva de valor, que es la que está en discusión al hablar del dólar en Argentina y que para los economistas neoclásicos es la función primordial, vemos que sociohistóricamente es algo relativamente reciente. Y a nivel global, esa hegemonía la tiene el dólar y no es una particularidad de la Argentina. Pero que no sea excepcional no significa que no tenga algunas singularidades. Hay un trabajo de un sociólogo argentino, Federico Neiburg, que compara el caso local y el de Brasil y sus “monedas enfermas”. En ambos países hay una cuestión de crisis recurrentes, tanto devaluatorias como inflacionarias, pero en la Argentina el dólar va a tomar un lugar que en Brasil no tiene. Ahí hay que ir a un conjunto de procesos y herramientas que se implementaron acá y no en Brasil, donde el proceso fue distinto y se configura más en torno al uso de indexadores, por ejemplo, que a un rol tan central del dólar.

 

– ¿Hubo una época en que esto funcionó de otra manera?

– Sí. Parece muy lejos, pero sí. Incluso, cuando el dólar comienza a ser importante en la cultura monetaria local, no siempre lo será del mismo modo. Hasta hace poco, había una suerte de consenso entre los sociólogos, que solíamos ubicar un primer gran momento de inflexión en la generalización de los usos del dólar en los 70, al compás de la apertura y la desregulación financiera de la última dictadura. Pero hay un estudio reciente de dos colegas, Mariana Luzzi y Ariel Wilkis, que, con un trabajo de archivo muy profundo, identificaron que ya antes hubo un primer proceso, muy incipiente, de popularización. Fue a fines de los 50 y comienzos de los 60, donde el dólar empezó integrarse a los repertorios de agentes sociales que no eran las elites económicas o políticas, y el mercado de cambios en sí mismo comenzó a tener una atención pública bastante importante.

 

– ¿Cómo contribuyó la dictadura a la dolarización de nuestros hábitos?

– En los 70, y esto no había ocurrido antes, esta generalización de la presencia del dólar se consolida y profundiza de un modo en que ya no va a haber vuelta atrás. Y todo lo que va ocurriendo después se puede ver como efecto de muchas cuestiones que se arraigaron con las políticas de la última dictadura. Aparecen nuevas prácticas y agentes financieros al calor de la desregulación y la apertura del mercado financiero y cambiario. No sólo se expande el mercado sino que ingresan grandes bancos internacionales, pero también las financieras, las cuevas, funcionando como mesas de dinero. Surge la figura del especulador, algo nuevo en la economía argentina. Esta idea del que “timbea” en el mercado de cambios y el bursátil, de altas tasas.

 

Fotos | Georgina García
– ¿Es la idea de que se puede hacer plata con plata?

– Exacto. Y muchos términos que se originan en esos años aún nos son familiares: la bicicleta financiera, la plata dulce, las cuevas. Además, se crearon dispositivos materiales que posibilitaron que el dólar esté presente en la vida cotidiana. Las estrategias para valorizar el dinero en depósitos a plazo muy corto, con altas tasas, o con bonos y títulos públicos, luego reconvertidos a dólares; servicios ofrecidos por los nuevos agentes financieros, y también la dolarización efectiva de algunos mercados, como el inmobiliario. Todo esto empieza en los 70, sigue en los 80 y en los 90 se termina de consagrar esa especie de sueño de gastar, de invertir, de ahorrar, directamente de pensar en dólares, cuando uno gana y vive en pesos.

 

– El 1 a 1 fue el pináculo de esa lógica.

– Sí. Uno de los promotores de la convertibilidad dijo “lo que hicimos fue transformar en ley el deseo de la gente”. Es interesante, porque además era un deseo imposible, con límites estructurales que se vieron muy claramente.

 

– ¿Tendríamos corridas si no arrastráramos una dependencia estructural de dólares para pagar deuda?

– Es difícil de pensar en términos contrafácticos, porque la economía argentina hubiese resuelto uno de sus mayores problemas estructurales. Esa característica, que se articula con el lugar del dólar en relación a la crisis de confianza en el peso, hace que las corridas se den en escenarios muy distintos. Ahora hablamos de corridas en un gobierno que promovió una liberalización y una completa desregulación del mercado financiero y cambiario, agravando la dependencia de dólares; y antes hablábamos de corridas en los gobiernos de Cristina Fernández, en un escenario completamente divergente, con políticas cambiarias muy distintas y contextos internacionales diferentes. Porque siempre, por nuestras características estructurales, el problema de la tasa de cambio termina mostrando una disputa de poder. La discusión es política, porque no hay simplemente un valor objetivo del dólar, sino el establecimiento de un valor que implica una ingeniería al interior de la economía, privilegiando el desarrollo o no de ciertos sectores, sobre los que hay que establecer reglas acerca de cómo va a producirse la acumulación. Ahí se ven las tensiones entre las lógicas mercantiles y la estatal o pública.

 

– ¿Cómo opera esto en relación a Cambiemos y su manejo del dólar?

– Hay que tener en cuenta que, sobre todo en los mercados mayoristas, actúan factores de poder que uno podría mal llamar locales, pero también globales. Nunca el escenario se reduce a lo que pasa en el país, sino que hay grandes movimientos a nivel global, por eso las causas nunca son simples o mecánicas. De todos modos, lo que pase o no con los mercados en Argentina, tiene que ver con la configuración institucional y política que el propio macrismo le dio a su sistema financiero y monetario, que los llevó a un cuello de botella, con niveles de endeudamiento que ya no se pueden pagar. En ese contexto, perdieron capacidad de negociación con los agentes del mercado, a quienes, por otra parte, conocen muy bien.

 

– Muchos descontaban una mayor pericia por parte de este gobierno.

– Volvemos a las tensiones entre las lógicas mercantiles y la lógica pública, que en este gobierno las encarnan los propios funcionarios. Los límites de la fantasía de que los integrantes de Cambiemos podían simplemente capitalizar sus trayectorias privadas para “domar” al mercado quedaron en evidencia rápidamente. Parece que la lógica de acumulación venció a la política. Es una vieja pregunta: si la clase dominante puede ser, y cómo, clase dirigente.

 

Fotos | Georgina García

 

– ¿El rechazo al cepo durante el kirchnerismo terminó legitimando las medidas que luego aplicó el macrismo?

– Quedó claro que el dólar es un valor social en un sentido bastante más profundo, por el cual la sociedad civil llegó movilizarse políticamente. En esos episodios había una relación fuerte entre el acceso al mercado de divisas y la propia concepción de libertad. Desconocer esa cotidianidad que el dólar adquiere, y no sólo para quienes generan una renta en esa moneda, desconocerlo como realidad empírica, quizás fue un error importante. Supone desconocer algo central para muchos actores sociales, por caso, que el mercado inmobiliario, en la práctica, funciona dolarizado desde los 70.

 

– ¿Significa que no se agota en los grandes negocios de algunos pocos?

– Todo esto tiene que ver con hacer negocios, pero nunca se hace sólo plata. También se está construyendo cultura, en el sentido de que estos actores establecen cuáles son los modos legítimos de hacer dinero, hasta dónde puede llegar el Estado al intervenir o por qué tienen que someterse a una moneda que está evaluada por los sectores financieros y empresarios como incapaz de cumplir determinadas funciones. Al hablar de un problema monetario o incluso financiero, es difícil reducirlo a una cuestión estricta de cálculos cuantitativos que se hicieron bien o mal y que entonces funcionan o no por ese motivo. Lo que se construye cuando el dinero circula son relaciones sociales específicas, y cuando esos dineros se transforman, también se transforman esas relaciones sociales, y los sentidos y valores que las organizan. Por eso, todas las crisis monetarias son, en un punto, sociales; una crisis del lazo social, porque lo que se afecta es uno de los elementos más importantes que estructuran nuestra vida colectiva.

 

– ¿Cambiemos tiene recursos para afrontar esta situación que no sean seguir haciendo exactamente lo mismo?

– Honestamente, no les tengo tanta fe, y la situación económica es muy grave. No sé si llamarlo una ceguera ideológica, pero hay una posición ideológica muy fuerte que quedó plasmada en la perpetuación de muchas situaciones que iban agravándose año a año, en función de estar siempre esperando la respuesta de modelos más o menos abstractos sobre el funcionamiento de los mercados.

 

 

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