Este año se cumple 150 años de la primera publicación del Martin Fierro de José Hernández, poema central de la literatura gauchesca. Aclamado por la crítica española antes que por las elites argentinas, el poema de Hernández se fue transformando en un símbolo de la identidad nacional en la medida que fue abrazado cálidamente por un pueblo argentino que buscaba su síntesis hacia finales del siglo XIX. Al derrotero del libro, su autor y a la recuperación que de ellos hizo el revisionismo histórico federalista nos dedicaremos en las próximas líneas.
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José Hernández fue una figura política de excepción, que trasciende la genialidad de su gran poema. Tempranamente, en el periódico Río de la Plata, fue el primer periodista de nuestro país que habló desde el punto de vista social y económico de los oprimidos. En su poema inmortal, es el primero que cavila sobre la proletarización de los gauchos. ”Se proletarizaron” dice Martín Fierro, adelantándose decenios a lo que afirmarán los izquierdistas de nuestra atribulada patria. ”Debe el gaucho tener casa, escuela, iglesia y derechos”, canta claro para que lo entienda bien.
El autor del Martín Fierro había militado en el partido “Chupandino”, emigrando como parte de su generación desde la Ciudad Puerto a Paraná, capital de la Confederación Argentina, donde fue secretario del vicepresidente Juan Esteban Pedernera. Fue un Federalista consecuente, en el Río de la Plata expresó:
“La capital de la provincia se resiente todavía de los privilegios monstruosos del coloniaje. Aquí se ha creado una especie de aristocracia, a la que paga su tributo la campaña desamparada, como los vasallos del señor feudal, de los tiempos antiguos, anterior a la formación de las sociedades. Veinte años dominó Rosas esta tierra, veinte años sus amigos le pedían que diera a la República una Constitución, veinte años tiranizó, despotizó y ensangrentó al país, sin haber consentido, jamás, en darle una constitución escrita, diciendo que no era oportuno y que el pueblo no estaba preparado para las libertades y el ejercicio de las instituciones”.
Se llamaba a sí mismo “argentino de Buenos Aires”, antirrosista y verdadero federal. En momentos de separatismo de la clase dominante porteña con respecto al resto del país, ingresa al partido “Chupandino” de Nicolás Calvo. En Cepeda combatió como capitán de la Confederación, a la par que hizo periodismo, estrechando filas con Santiago Derqui. Participó en la batalla de Pavón y ante la defección de Urquiza él no abandonó la lucha. Desde El Argentino defenestrará a Bartolomé Mitre y denunció el horrendo asesinato del “Chacho” Peñaloza. Cuando se produjo la guerra del Paraguay, reveló los entretelones de la polémica Gómez-Mitre y la verdad sobre el genocidio. En 1870 cuando Sarmiento invade Entre Ríos colaboró con López Jordán, y terminó exiliado en el Brasil.
En cuanto al Martín Fierro, ¿qué podemos decir que no haya sido dicho? Desnuda en sus versos la realidad de aquel atribulado momento de nuestra historia y denuncia con elocuencia a una clase que condenaba al pueblo a la miseria, el hambre y la persecución. Los versos iban dirigidos al gauchaje y fueron entendidos por la gente de la campaña como la expresión de la pesadilla que era su existencia. Un drama que condenó al gaucho a la miseria y de la miseria a la desesperación y lo transformó en un rebelde primitivo, en un luchador por la libertad y la justicia. Es indudable que el magno libro fue una respuesta a lo que el “Facundo” había expresado con genialidad pero también con mendacidad.
Esto hace de José Hernández, no solo un precursor de la conciencia nacional, sino también, como bien lo explican Julio Mafud en “Contenido social del Martín Fierro”, y Álvaro Yunque en su “Síntesis histórica de la literatura argentina”, una expresión cabal de la voz de los oprimidos de la campaña. Dice Mafud:
”La sociedad en el sentido positivo, en el poema, es nula. No cuida ni cobija a sus hijos. No crea hábitos ni desarrolla costumbres. No establece vínculos ni relaciona. A ningún personaje le dice nada. Puede estar o no estar. Su presencia y su ausencia no se sienten ni se palpan. Se supone que existen, más por prejuicio que por realidad. Los personajes andan entre sus estructuras siempre huérfanos y solos. Nunca recurren a un poder a solicitar justicia o amparo. Ni una persona que lo represente. Saben que no existe la posibilidad de redención. El comandante, el juez, el jefe, el comisario o cualquier representante están del otro lado: justamente, de donde vienen todos los males”.
Y Álvaro Yunque afirma:
“Su poema resulta así un vigoroso, terrible, descarnado ataque contra la sociedad, un poema magníficamente revolucionario”.
Transcribimos las opiniones de dos personajes de izquierda ajenos a la Izquierda Nacional, para contrarrestar ciertas críticas contemporáneas sobre el carácter regresivo del poema, en particular de la “Vuelta…”. El libertario Mafud y el comunista Yunque han sido muy claros al respecto en cuando al contenido progresista de la obra.
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Enrique Rivera fue un destacado militante del grupo “Frente Obrero”, uno de los primeros que apoyó al naciente peronismo en 1945 desde una perspectiva socialista independiente. Militante del Socialismo del Campo Nacional, publicó sesudos ensayos como ”Peronismo y Frondizismo” y “El socialismo y la revolución nacional”. Durante la dictadura iniciada en 1976 se exilió en Canadá, falleciendo en 1995. En 1954, editó un libro fundacional en la historia de la corriente con el título de “José Hernández y la guerra del Paraguay”. Este trabajo se agotó rápidamente y recién fue reeditado en 2007. Es un compendio de historia argentina donde se definen las líneas maestras de lo que es el revisionismo histórico federal, con un análisis que va desde la colonia, hasta la federalización de Buenos Aires en 1880. Libro notable, que resalta la figura de José Hernández, no solo como excepcional vate, sino como un político comprometido con la realidad de su tiempo. Desde uno de los primeros textos de su autoría publicado en “El Argentino” de Paraná con motivo del vil asesinato del “Chacho” Peñaloza y luego impreso como folleto en 1865, bajo el título de “Vida del Chacho”. También recupera sus artículos del periódico “Río de la Plata”, fundado por él en 1869, relacionados al genocidio del pueblo paraguayo por la guerra de la Triple Alianza. Es interesante como a lo largo del libro entronca la lucha por un país federal con la brega existencial de José Hernández. Un ejemplo de esto es, como decíamos, su “Vida del Chacho”, que es un proceso a la oligarquía bonaerense que no elude la responsabilidad de Urquiza en el hecho:
”Los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran en estos momentos la muerte de uno de los caudillos más prestigiosos, más generosos y valientes que ha tenido la República Argentina. El Partido Federal tiene un nuevo mártir. El partido Unitario tiene un crimen más que escribir en la página de sus horrendos crímenes. El General Peñaloza ha sido degollado. El hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, fuerte por la santidad de su causa, el Viriato argentino, ante cuyo prestigio se estrellaban las huestes conquistadoras, acaba de ser cosido a puñaladas en su propio lecho, y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen asesino, al bárbaro Sarmiento. El partido que invoca la ilustración, la decencia, el progreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas”.
Y además: ”Tiemble el general Urquiza que el puñal de los asesinos se prepara para descargarlo en su cuello…”.
Hay que recordar, y no es secundario, que Domingo Faustino Sarmiento consideraba su libro “El Chacho, último caudillo de la Montonera de los Llanos”, como una continuación del “Facundo”, elogiando como se había aniquilado a “la última montonera” mediante una “guerra de policía”.
En cuanto a la guerra del Paraguay, afirma Enrique Rivera: ”Se trata de una guerra de la oligarquía porteña contra el pueblo argentino y paraguayo, mas no una guerra de la Argentina contra el Paraguay, como los historiadores al servicio de aquella la presentan. Si figura Mitre como presidente de los argentinos era solo en cuanto la oligarquía de la provincia de Buenos Aires se mantenía en el poder por el estado de sitio, el terror, los recursos de la aduana nacional, robada a la nación, y los empréstitos extranjeros”.
Dice José Hernández al respecto: ”La administración del general Mitre fue una administración de guerra. Sus hechos culminantes, las sangrientas batallas que enlutaron la patria. En vano es que busquemos en ese pasado luctuoso un rayo de luz, una idea progresista, un final feliz”.
Para Enrique Rivera: ”Hernández ha sido, en nuestra historia y durante el periodo de la organización nacional, el representante más eminente de la corriente nacionalista y democrática, contrapuesta por igual al unitarismo, al rosismo y al mitrismo que son solo distintas fases de una misma política esencial, la de la oligarquía argentina contra el pueblo argentino”.
El exponente más notable del revisionismo federalista fue Jorge Abelardo Ramos, que se consideraba un férvido admirador de nuestro gran poema nacional. Leónidas Lamborghini hace referencia a que el “Colorado” denominaba “milagro” a la obra de Hernández. “Crisis y resurrección de la literatura argentina”, editada en 1954, y reeditada varias veces, es una verdadera joya del pensamiento nacional, además de una elocuente reivindicación del gran poeta. Este libro es un profundo análisis de la literatura de la semicolonia, vale decir de un país con aparente soberanía pero dominado por el imperialismo donde debate contra la interpretación del Martín Fierro que hicieron en su momento las luminarias de la inteligencia semicolonial: Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada. La valoración del Martín Fierro era para nuestro escritor fundamental, así como el conocimiento de la vida de José Hernández, dilucidación que ese mismo año, otro hombre de la Izquierda Nacional, Enrique Rivera, hiciera en su libro “José Hernández y la guerra del Paraguay”, como hemos visto.
”El poema de Hernández –dice J.A.R.- canta el réquiem de los vencidos por la oligarquía pro-británica de la época, eliminados por el Remington y el ejercito de línea, expulsados hasta mas allá de la línea de fronteras. Fueron los lingüistas posteriores y los profesores universitarios a la Capdevilla los que cubrieron el rostro de Martín Fierro con su erudición de diccionario para volverlo irreconocible. La interpretación del Martín fierro parece establecer la prueba decisiva para situar a un escritor adentro o afuera de la tradición nacional. El divorcio que generalmente se realiza con respecto al poema y la vida de José Hernández (sus luchas políticas de federal democrático), es una notable prueba suplementaria del espíritu de cálculo de la oligarquía y sus sacerdotes europeizantes”.
Ramos analiza con escalpelo las obras de los escritores satélites del imperialismo, y los compara con la obra de José Hernández, esto lo lleva a reflexionar sobre la cultura dependiente y el aparato cultural que en las semicolonias reemplaza la dominación militar directa. Ramos sostiene: ”Si para Spengler toda gran unidad de cultura es la expresión de un alma cultural, para nosotros, ese alma cultural, se traduce, básicamente, en la aparición de un impulso hacia una conciencia nacional autónoma”.
Para él, y luego para Arturo Jauretche, un conjunto de nociones establecidas, “la colonización pedagógica”, hacen innecesaria la dominación violenta reemplazada por un sistema de dominación ideológica, que bien analizó Marx al decir que la ideología dominante en una sociedad es la ideología de la clase dominante.
La Argentina productora de cereales y ganado e importadora de bienes industriales, contaba con una superestructura ideológica que impedía la floración de una autentica literatura nacional latinoamericana. Este orden producía refinados bienes culturales como la Revista “Sur”, que estaban en desconexión con el medio circundante. ”Nuestra literatura no es argentina, sino que prolonga hasta aquí las tendencias estéticas europeas. Su misión es traducir al español el desencanto, la perplejidad o el hastío legitimados por la evolución de la vieja Europa”. Bien decía Ramón Doll, en los años treinta, que Borges era un gran talento, pero que nunca iba a producir una obra auténticamente argentina. Ramos, en la senda del escritor nacionalista, reflexiona sobre esta cultura satélite, que le cantaba por la pluma de Leopoldo Lugones a los ganados y a las mieses, buscando remotos anclajes griegos para comprender nuestro gran poema nacional. Dice J.A.R. del autor de “Ficciones”: ” Borges pertenece a esa clase de escritores, tan frecuente en nuestro país, que posee el secreto de todos los procedimientos y combinaciones, pero les falta el soplo elemental de la vida”. Para Ramos, en los versos del Martín Fierro se encontraba la clave de bóveda para pensar en una cultura autónoma con sensibilidad nacional, que dialogara de igual a igual con las grandes creaciones del intelecto humano.
“Los seudointelectuales de nuestro país, educados en esta escuela de imitación, expresan inevitablemente su aversión a una teoría de lo nacional, que los explica y los niega. De ahí que acepten el nacionalismo de los europeos, esto es el nacionalismo imperialista de Eliot, cuyo tema constante es la averiguación de las hazañas culturales de su propio país. Pero rechazan el derecho a reivindicar o desarrollar nuestra propia tradición nacional, sin cuya afirmación no puede probarse el derecho de un país a pertenecerse. No se los puede acusar de una actitud contradictoria: la formación de la gran parte de nuestra ‘intelligentsia’ fue dirigida desde el extranjero”.
Hay que recordar lo que decía Borges en sus conversaciones con Ernesto Sábato sobre el “Martín Fierro”:
“Martín Fierro no es un rebelde, es un personaje, pero no es un ejemplo (…) es admirable el poema como arte, pero no el personaje (…) es como si se propone a Macbeth como modelo de ciudadano británico”.
Y agrega en su libro “El Martín Fierro”:
“El Martín Fierro tiene mucho de alegato político; al principio no lo juzgaron estéticamente, sino por la tesis que defendía. Agréguese que el autor era federal (federalote o mazorquero se dijo entonces); vale decir que pertenecía a un partido que todos juzgaban moral e intelectualmente inferior. En el Buenos Aires de entonces todo el mundo se conocía y la verdad es que José Hernández no impresionó mucho a sus contemporáneos”.
Esta opinión no era la de Bartolomé Mitre, un hombre de la clase dominante si los hubo: “Martín Fierro es una obra y un tipo que ha conquistado su título de ciudadanía en la literatura y en la sociabilidad argentina”.
Nuestro autor no niega el valor de la cultura universal y sus implicancias positivas, pero el cosmopolitismo debe servir para renovar nuestra sensibilidad estética, que parte de la relación concreta con la cultura nacional de masas.