¿Fin de fiesta? El pueblo, el carnaval y la gloria

Luego de la conquista del Seleccionado Argentino en la Copa del Mundo en Qatar, el Pueblo argentino salió a las calles para festejar el título mundial. Frente al enorme despliegue festivo, desde diversos medios se intentó tanto bajar la espuma del fervor popular como darle una narrativa meritocrática orientada a soslayar el sentir colectivo y la épica que le dio sentido. Desde estas páginas intentamos aportar una reflexión sobre la fiesta popular y sus censores.  

Un diciembre peculiar

Se respira otro aire, nuestro país se encuentra inmerso en sueño real muchas veces soñado. Es que por medio de la pelota se hace justicia en estas latitudes, se pueden realizar los anhelos que se nos han vedado por otros medios. La grandeza en el Sur tiene aroma a dignidad, a lucha y redención. Este fue un diciembre distinto. En el medio de esta crisis económica profundizada no aparecen ni se invocan los fantasmas de otros diciembres, porque convive con la malaria y la incertidumbre un sentimiento jubiloso de alegría colectiva. Esto se mezcla a su vez con balances difíciles de hacer y un agotamiento que no da tregua ni en los últimos días. Tenemos la fortuna que a esta altura del año no nos embarga la angustia de una ilusión frustrada. Tal vez en una realidad paralela pero no en la nuestra. Acá podemos gritar a viva voz y en cualquier lado “Somos Campeones del Mundo” y con eso alcanza. Los vientos del futuro traerán sus arrebatos y avatares, pero hoy solo podemos sentir – como bien dice Octavio Gencareli – nostalgia del presente

Esto mismo ya era señalado por un joven secretario de la República de Florencia, Nicolás Maquiavelo, quien advertía tanto El Príncipe como en Los Discursos que toda ciudad se encuentra constituida por dos humores contrapuestos: el humor aristocrático – minoritario -, orientado a oprimir y comandar; el humor plebeyo – mayoritario -, que busca no ser oprimido. Dos pasiones desgarran a la ciudad auspiciando un escenario de desunión. Este antagonismo fundacional – y por lo tanto, ontológico – donde prima el conflicto es una de las verdades efectivas que nos apunta el florentino. Estas relaciones de poder no pueden ser pensadas ni individual ni aisladamente, sino más bien mediadas por la interpelación de las pasiones colectivas que van ordenando la pertenencia y la identidad. Lo que mueve el deseo de los grandes es dominar, ejercer un tipo de ejercicio del poder opresivo que le permita acumular bienes, honores, estatus social y primacía política. Los grandes son referidos en El Príncipe en plural, esto se debe a la singularidad de personal de cada uno de ellos.  Aquello que iguala internamente a los grandes es la pertenencia a un grupo diferenciado del resto, marcados por sus trayectorias individuales, sus méritos, y prestigios familiares, el peso del pasado de sus apellidos, y en consonancia, sus ambiciones y apetencias. Los grandes son una pluralidad de personalidades encumbradas que pueden converger solo en su deseo de dominar. En este punto, el deseo de los grandes está marcado por “Ser” agentes de la dominación, básicamente: querer mandar. El pueblo, en cambio, está orientado por su deseo de negar esa opresión, por evitar que esta se consagre. El deseo del pueblo está permeado por el hecho de habitar una relación de dominación de la cual se busca alcanzar la libertad. El deseo del pueblo se halla más marcado por su condición de desear “Estar” librado de toda opresión en su vínculo, evitando así la arbitrariedad. Al Pueblo se lo nombra en singular a pesar de ser una pluralidad. es un colectivo no siempre cohesionado, donde lo que sobresale es la igualdad entre sus integrantes. Mientras los Grandes se caracterizan por su insolencia y su celo sobre un mandato que consideran natural a raíz de sus orígenes de cuna. Es claro que estas pasiones maquiavelianas se pusieron en juego en las escenas de pleno fervor como las vimos durante las últimas semanas de diciembre, tanto en las manifestaciones de libertad popular como en el repudio moralizante exhibido por las principales cadenas de información.

El carnaval y sus censores

El humor plebeyo también puede ser entendido más literalmente. Allí donde reina la risa y el divertimento, el carnaval está a la orden del día. El ritual festivo con el que el pueblo argentino salió a festejar el Campeonato Mundial está en sintonía con lo carnavalesco. Mijail Bajtin, un estudioso de la cultura tradicional y sus expresiones, vio en la fiesta y el carnaval uno de los rituales centrales del mundo popular.  El carnaval suspende el tiempo profano del trabajo y las responsabilidades, altera las normas que ordenan la vida cotidiana dando lugar a un instante de inversión de los códigos del mundo establecido. Es un segundo mundo, de libertad, risa y desenfreno, pero también de renovación y creación vital. Su origen debe buscarse en el fondo de los tiempos, en las fiestas de la cosecha, en las festividades saturnales y las celebraciones de la plebe en la Edad Media. Rémora de un pasado inaprensible, el carnaval y la fiesta popular siguen siendo una forma de resistencia a las ataduras impuestas por el proyecto moderno liberal, su división del tiempo y la doble moral burguesa. Los apresurados indignados que no cesaron ni un instante para poner el grito en el cielo por un feriado nacional que les resultaba oprobioso. Esta medida rápidamente demostró ser la única forma de contener la marea humana que inundó las calles de todo el país – no solo AMBA – para manifestar su apoyo a la Selección Nacional y festejar la gloria tan anhelada. Por unas largas horas las formas cotidianas de la dominación y servidumbre voluntaria cesaron. El pueblo se arrojó de lleno a entonar los cantos, a llevar sus paños celeste y blancos tan alto como fuera posible. La burla y la risa se direccionó contra quienes habían intentado entorpecer el laureado sendero de nuestro equipo nacional. A agolparnos las plazas fuimos llamados, para unirnos en un único cuerpo, en un solo grito.

La risa del carnaval y la fiesta nos libera de los miedos y los sufrimientos. La risa vence. Suspende las inquietudes frente a un futuro incierto, nos alegra el alma y el cuerpo a la vez que nos evita los sufrimientos de una vida cotidiana cargada de responsabilidades apáticas. Pero activa una potencia, la conciencia plena de que hay un pueblo prestó para las grandes causas nacionales. El carnaval también es medio en la expresión de los conflictos, exhibe ademanes herejes frente a las formas del poder. Ríe y muestra los dientes.   

Coronados de gloria

La narrativa oligárquica del Mundial osciló entre una defensa de las formalidades ante incidentes que son propios del hecho futbolístico y un intento de reducir la heroicidad con la que se batallaba colectivamente a expresiones particulares de esfuerzo individual. Los méritos y las formas por sobre el conflicto y la épica. Desde los principales portales de noticias se nos intenta convencer del carácter “meritocrático” de un seleccionado nacional compuesto por figuras ligadas al “campo”. Los relatos de la vida en los arrabales, como la dura infancia de Angel Di Maria en Parque Casas, los de un Messi recién llegado a Barcelona, pero comiéndose todas las “s” como buen rosarino – por nombrar algunos – inundaron las redes en los días siguientes a la consagración, dando por tierra rápidamente con aquellos intentos de apropiación del triunfo. En vez del mérito individual lo que se veía es lo transversal de la pobreza en nuestro país, la importancia de una sana contención familiar y el rol de los clubes de barrio abrazando a los que hoy son nuestros ídolos. El esfuerzo y el trabajo no como un valor personal, sino como el trabajo a conciencia de un grupo convencido de su misión. La búsqueda redención y la gloria por un grupo de jugadores estoicamente liderado, la memoria de las luchas pasadas y la dignidad de un Sur que no olvida a los pibes de Malvinas están entre las notas más destacable de este elenco.  Es que entre el formalismo de las buenas costumbres y la búsqueda de la gloria con el cuchillo entre los dientes siempre va a triunfar esta última. La virtud republicana travestida de un fair play malentendido es un fruto vacío para el goce popular, además implica sacar los pies del plato en un momento en el que el país es un puño apretado. La gloria en cambio, es la búsqueda de la eternidad para los que somos contemporáneos, porque no importa saber cuáles son los gestos correctos, lo que importa es tocar el cielo con las manos.    

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