Si la primera impresión es lo que cuenta, las palabras y los gestos iniciales del presidente electo del Brasil, Jair Messias Bolsonaro, y su ministro de Economía, Paulo Guedes, pusieron en duda la continuidad de una de las pocas políticas multilaterales de Estado en la región: el Mercosur.
“La Argentina no es una prioridad; el Mercosur tampoco es una prioridad”, dijo Guedes pocas horas después del balotaje. Su jefe abonó esas palabras al anunciar sus primeros pasos internacionales como presidente electo: visitará Chile, Estados Unidos e Israel. Ninguno de los tres, claro, es socio pleno del bloque regional. Por el contrario: Chile -asociado adherente- es el paladín latinoamericano de los tratados de libre comercio, mientras que Israel y EE.UU. -sobre todo desde la irrupción de Donald Trump- prefieren los acuerdos bilaterales a los bloques.
¿Es posible que Brasil rompa o flexibilice las condiciones de pertenencia al Mercosur? ¿Cómo impactaría esa novedad en la alicaída economía argentina?
Un poco de historia
El Mercosur nació con el retorno de la democracia. Argentina y Brasil firmaron el Acta de Foz de Iguazú en 1985. El acto se constituyó en la piedra basal del bloque, al cual luego -en 1991- se sumarían Paraguay y Uruguay, y más tarde Venezuela, hoy excluido.
En Iguazú, las dos grandes potencias de América del Sur crearon un acuerdo marco de cooperación económica que perseguía, como objetivo inicial, la eliminación de la rivalidad económica, política y militar, la apertura comercial recíproca gradual y equilibrada, y el desarrollo industrial y tecnológico. Pero hubo que esperar al año 1994 para que esas aspiraciones tuvieran un correlato en la letra, con la adopción del Arancel Externo Común (AEC).
El AEC fue una herramienta clave en el proceso de integración regional. Como indica su nombre, implica la existencia de un arancel común de importación a todos los países que integran el bloque frente a terceros. La función del AEC ha sido principalmente la de tener una política arancelaría coordinada para la mayoría de los productos frente a terceros países, favoreciendo el comercio intra regional.
La idea original del AEC era que se aplicara para la totalidad de los productos comprendidos en el Nomenclador Común del Mercosur (NCM) -unos 9.871 posiciones arancelarias-. Sin embargo, desde sus comienzos los países excluyeron productos, inscriptos en listas de excepción.
Así las cosas, de 1994 a 2000 se autorizó a la Argentina, Brasil y Uruguay a excluir como máximo a 300 productos, y a Paraguay hasta 399 productos. Desde 2001, esa cantidad de productos ha variado. Hoy son unos 100 los ítems de la NCM temporariamente exceptuados del AEC para Argentina y Brasil, 225 para Uruguay y 649 para Paraguay.
Aún con parches y dificultades de aplicación, las AEC son el corazón del Mercosur. Y hacia allí apuntan los misiles económicos de Bolsonaro, un ex militar que en campaña exhibió una exótica cruza de retórica fascista y programa neoliberal.
¿Su objetivo es bombardear los acuerdos hasta los escombros o apenas aligerar el corset que impide a los miembros del bloque “comerciar con el mundo” a discreción? No hay certezas. Pero en política siempre es prudente esperar lo peor.
¿Cómo sería un futuro sin las restricciones arancelarias que prescribe el Mercosur? En principio, una obviedad: la eliminación de los aranceles a las manufacturas podría provocar el deterioro y la caída de los niveles de ventas y producción de los sectores industriales que abastecen a los mercados locales.
Si bien la eliminación de la protección y el aumento de la competencia con productos importados podrían reducir costos de los insumos y bienes de capital importados -los “beneficios”, según la doctrina neoliberal-, los productos locales deberían competir con productos extranjeros cuyas producciones cuentan con mayores niveles de tecnología y productividad. Así las cosas, es de esperar que el “efecto competencia” predomine sobre el “efecto reducción de costos”, por lo cual, la eliminación afectaría el entramado de la industrial local, generando fuertes costos en términos de ocupación y generación de puestos de trabajo.
El horizonte no podría verse más oscuro.
Los observadores más optimistas confían, sin embargo, en que el lobby industrial de San Pablo moderará el impulso aperturista expresado por Guedes hasta reducirlo a una modificación quirúrgica de condiciones y posiciones arancelarias. Al gobierno argentino de Mauricio Macri le gusta eso. “Es hora de discutir el Arancel Externo Común del Mercosur” escribió en noviembre de 2017 Dante Sica, poco antes de ser nombrado ministro de Producción. En ese texto, el antiguo lobbista de la Unión Industrial Argentina (y en especial, del Grupo Techint) reclamó “encarar una revisión del arancel común” como “primer paso clave, que deberá complementarse con un programa de trabajo sostenido en el tiempo”.
En esa oportunidad, Sica dio pistas del tipo de “reforma” que agradaría al paladar de los grandes industriales argentinos. “En términos prácticos -escribió-, es probable que sea necesario encarar el proceso en etapas, comenzando por los bienes de capital y los bienes de informática y telecomunicaciones, donde los beneficios de una revisión son claros, y luego avanzar en otros sectores donde las discusiones han sido siempre más desafiantes, como pueden ser los textiles y el calzado, a modo de ejemplo. A su vez, en el corto plazo pueden adoptarse medidas que permitan cierta flexibilidad a los países para modificar los aranceles mientras se transiciona hacia una estructura competitiva”.
Los deseos del ministro, es cierto, parecen moderados frente a las proclamas de Bolsonaro, pero ambas tienen la misma orientación: meter mano en el corazón del acuerdo. La discusión, parece, pasa por la cantidad y la prolongación de la anestesia.
“La política exterior de Macri apuntó a debilitar el Mercosur. Bolsonaro pretende darle el golpe final” indicó el ex canciller argentino Jorge Taiana, horas después de que Bolsonaro ganara en el balotaje. Y agregó: “Ambos subordinan la integración a la relación con EEUU. No entienden que sin autonomía y defensa de nuestros intereses no tendremos destino como país ni como región”.
Los antecedentes le dan la razón.