Por Teodoro Boot, especial para Causa Popular.-
Para los periodistas -seres perezosos si los hay- es mucho más aliviado recurrir al señor Fuentes que abocarse a la tarea de investigar o, en la generalidad de los casos, a la improbable hazaña de pensar. Este mecanismo de correveidiles del señor Fuentes, que convierte a los periodistas en a veces ingenuos -¡y gratuitos!- instrumentos de operaciones de prensa, es sumamente beneficioso también para funcionarios y dirigentes políticos, sindicales o empresarios, que gracias a ese mismo señor Fuentes ven reducidos sus presupuestos para avisos y campañas publicitarias.
Se trata de un recurso tan antiguo como el propio oficio, pero ya desde los tiempos de la dictadura militar, cuando en los vacuos editoriales domingueros de Clarín, Joaquín Morales Solá había reemplazado al señor Fuentes por el coronel Poder, se ha hecho tan consustancial a la actividad que ya casi ningún periodista es capaz de hacer su trabajo sin recurrir a aquél capaz de batirle la justa.
Lo que sonaba medianamente razonable en momentos en que nadie sabía qué podía decir sin correr serios riesgos, resulta ser deformación profesional y molicie en la actualidad.
El mecanismo provoca, además, una muy peculiar simbiosis entre los emisores y los propaladores. Fuentes es más ubicuo e invisible que Dios Todopoderoso, y habla en su misma media lengua, a través de símbolos y señales, de manera que resulta tan difícil saber si los muchos señores Fuentes son distintas manifestaciones de un mismo Ser como comprender exactamente qué quiere decir, lo que obliga entonces a una reinterpretación de carácter casi teológico: “¿Qué habrá querido decir el subsecretario cuando me dijo ‘Buenas tardes, González’ si yo me llamo Pérez y afuera estaba lloviendo?”.
Si en la persona del subsecretario se corporizó alguna vez el señor Fuentes, la confusión puede tener consecuencias imprevisibles, el distraído saludo se convierte en versión, que por comodidad los colegas del teólogo dan por comprobada y que vuelve como noticia al subsecretario, quien inconsciente de haber sido poseído por el señor Fuentes, se sentirá obligado a emitir una opinión o una desmentida, lo que dará lugar a una nueva noticia y a la consiguiente reinterpretación.
En todos los grupos humanos obligados a convivir en un espacio restringido -por ejemplo, entre soldados, presidiarios o escolares-, las versiones nacen oscuramente y se difunden a velocidad pasmosa, hasta que se convierten en hechos comprobados: una amnistía para el 25 de mayo, una baja extraordinaria, una reducción de penas, un feriado, un fusilamiento masivo, el fantasma de una antigua vicedirectora que todos han visto merodear en los mingitorios.
Es habitual que esto suceda, y su estudio, ya como alucinación colectiva o psicopatología leve, pertenece al campo de la ciencia específica y carece por lo general de consecuencias ulteriores.
Al menos, no de las consecuencias que provoca esa misma alucinación cuando tiene lugar en el extraño mundo conformado por funcionarios, dirigentes políticos y periodistas “especializados”.
A diferencia de los grupos cerrados, este mundo tiene múltiples canales de conexión con esa cosa llamada realidad y que nadie acaba nunca por saber qué diablos es, como si en una reunión de padres se decidiera denunciar a la policía al fantasma de la vicedirectora por espiar pirulines escolares, el caso fuera derivado al juez de menores y filtrado a los noticiosos televisivos para ser finalmente tratado en mesas de expertos que discutirán acerca de si debe privar del derecho al esparcimiento de los fantasmas, si protegerse la inocencia de los niños o si todo no es culpa del código de convivencia urbano.
A primera vista, suena exagerado, pero la realidad supera a la farsa. Por si faltaran pruebas, bastaría una mirada retrospectiva a la semana que pasó: ni siquiera el superclásico consiguió empañar el fanatismo, la desmesura y la incongruencia con que periodistas, políticos, economistas y expertos de toda laya, discutieron un presumible y nebuloso acuerdo comercial con China.
Debemos convenir en que en tren de farsa, batimos records, hasta los nuestros, lo que no es poco decir: ni en el momento de mayor delirio colectivo que se recuerde en estas pampas desde que el cometa Haley provocaría la fin del mundo, llegó a tratarse con una mínima apariencia de seriedad la posibilidad de que el ex presidente Menem se eyectara desde Córdoba para aterrizar en Japón en menos tiempo del que le demandó un periplo menor a Fujimori.
Es cierto que la nave apenas si llegó a Chile, pero en su momento la “especie” no surgió del misterioso Fuentes, sino del propio ex presidente.
Así y todo -o tal vez por eso mismo- nadie la tomó en serio y ni siquiera Elisa Carrió denunció que Menem se llevaría en su Ferrari espacial toda el agua del Paraná, dejándolo convertido en un camino rural.
Uno se pregunta -sin respuestas- si acaso Lilita estaba más cuerda entonces, si fingía o todavía no había descubierto el “saqueo”, una revelación tan asombrosa como la de su paisano Agapito Medina, que pasa en Roque Saenz Peña por haber descubierto que el mate tenía agujero.
No por eso anda dando conferencias sobre el tema, aunque no faltó el ladino que lo invitara, dicen que para estudiarlo.
Algo parecido le sucedió a Oscar Allende allá por las postrimerías de la dictadura, cuando de buenas a primeras se presentó una mañana en un juzgado a denunciar la existencia ¡de monopolios!
Ay, el Alzheimer qué de estragos causa…
Sí puede decirse en favor de la doctora Carrió que pasa disimulada. Si bien parece tener problemas con un engranaje al que le faltan algunos dientes y en medio de un preciso y exquisito razonamiento se le salta el engranaje, para luego volver a encajarse, pero ya en otro lado, hasta que vuelve a saltar, y así, en esta oportunidad en eso de opinar mucho, no sobre lo que no sabe, sino directamente sobre lo que no existe, no se despegó del pelotón.
Eso sí, la acompañaron muchos del Ari, hasta el respetado economista Rubén Lo Vuolo, quien luego de aclarar que no sabía de qué se trataba el supuesto acuerdo con China, del que tampoco nadie sabe nada porque nadie anunció, explicó muy seriamente que eso que eso sabe qué es -si es-, no es más que una nueva versión del pacto Roca-Runciman.
¿Circulará en el Ari alguna sustancia psicotrópica?
Pero no es sólo en el Ari.
Mauricio Macri estaba más contento con el supuesto acuerdo que si Bianchi hubiera vuelto a dirigir Boca, varios economistas especularon sobre la posibilidad de que el tío China se hiciera cargo de nuestras deudas y súbitamente surgió una cifra, 20 mil millones de dólares, que asustó hasta los mismos chinos, que no se asustan así momás.
Y si no eran 20 eran 15, o 10, un tren de alta velocidad o una montaña rusa a chorro.
No se quedó atrás Joaquín Morales Solá, quien en nombre del gremio (que ocupó masivamente el primer pelotón de esta carrera al disparate) reclamó a los funcionarios que dejaran de dar informaciones irresponsables ¡cuando ningún funcionario había dicho -públicamente- esta boca es mía!
El reproche de Morales Solá revela que alguien le dio información a él. ¿Quién fue? El señor Fuentes, desde luego. Desde luego, también, debería sentirse avergonzado: no hay ninguna razón por la que un periodista deba repetir las infidencias de un funcionario, de cualquier jerarquía que sea.
No le va la vida, ni el empleo; a lo sumo deberá esforzarse un poco y no dar por ciertos todos los chismes que le cuentan por ahí.
La consecuencia es un monumental equívoco, la multiplicación del disparate y la alucinación colectiva, suficiente para que tutti cuanti den rienda suelta al más patético de nuestros vicios: discutir sobre temas abstractos en términos absolutos, nada más improductivo y estúpido, como quedó expuesto con luminosa claridad en la semana que pasó, para bochorno de unos y otros y la incómoda sensación de vergüenza ajena que nos queda como saldo a los demás.
Es así, vecino, que la próxima vez que alguien le pida opinión sobre el casamiento de Florencia de la Vega con Franco Macri, haga lo que las personas normales y diga que no tiene la más pálida idea.