«Lo único que no se perdona es la ofensa a las cosas que nos son sagradas. En cada corazón existe un altar invisible pero poderoso, donde colocamos las cosas queridas y donde solo llegamos nosotros. Nadie puede sacarlas de allí y menos aún por la violencia. Por eso a pesar de la amenaza, de los buques, los tanques y las ametralladoras, aún hoy mando más que ellos en la Argentina porque lo hago sobre muchos millones de corazones humildes». Este párrafo del autor ha superado la prueba del tiempo. Y lo ha hecho con creces.
En tiempos de lawfares y de sofisticadas herramientas de fabricación de sentido, una nueva tríada —integrada por el poder económico concentrado, los medios de comunicación y el Poder Judicial— ejerce, sobre la memoria reciente de gobiernos populares en América Latina, una campaña no menos feroz de destrucción que aquella que se refleja en este libro.
Entonces y ahora le cabe al pueblo poner de manifiesto que la fuerza es el derecho de las bestias, y levantar las banderas de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que queremos ser.