Empecé a ver una serie sobre las cosas que nunca terminan de suceder. Se llama Tiny Beautiful Things (o Pequeñas Cosas Hermosas). La protagonista, Clare, es una mujer de 49 años que trabaja en un geriátrico y que anda siempre bastante despeinada. Por las noches duerme en su lugar de trabajo, a escondidas, en el cuarto de una vieja con Alzheimer. Es que en su casa está todo mal: crisis con su marido y crisis con su hija adolescente. Lo que me gusta de esta serie es que ronda en torno a “lo que hubiese pasado”, a la pregunta “¿qué hubiese pasado si yo…?”, a lo que no fue, a los sueños frustrados. Porque sí, Clare es algo así como una escritora frustrada: estudió letras, pero nunca se graduó; tuvo el contrato con una editorial, pero nunca terminó el libro; su pasión (un poco olvidada) es la escritura, pero nunca se animó a hacer algo al respecto.
La vida de Clare se encuentra patas para arriba hasta que aparece un viejo amigo y le pide por favor que cubra un puesto en la revista donde él trabaja: el trabajo (con las condiciones de hacerlo bajo un seudónimo, y sin recibir paga) es contestar las cartas de los lectores. Las temáticas son variadas, pero sobre todo son preguntas existenciales: sobre la vida, la muerte, el amor, el desengaño, la soledad. Es decir, los temas que nunca pasan ni pasarán de moda.
Clare procrastina la decisión de aceptar el puesto por un buen tiempo, porque, claramente, se pregunta quién es ella como para andar aconsejando a la gente. Pero finalmente acepta. Y gracias al cielo que lo hace. Y en una de las primeras respuestas que escribe, Clare le explica a uno de sus lectores un concepto que me pareció hermoso: el barco hermano. La idea es algo así: cada vez que tomamos una decisión, al lado de esa decisión hay como una especie de barco hermano fantasma que zarpa. Y que, en ese barco, se va otra vida posible y diferente que nunca será. Y que nunca sabremos cómo fue. Que siempre imaginaremos mejor.
La serie tiene numerosa cantidad de flashbacks, y en ellos vemos que Clare fue madre joven. Muy joven. Cuando se enteró de que estaba embarazada, dos caminos evidentes se le abrieron: tener o no tener a esa bebé. Este tipo de situación, decidir ser o no ser madre, es bastante clara como para explicar el concepto de barco hermano. Si decido tener un bebé, mi vida cambia radicalmente. Si decido no tenerlo, mi vida sigue más o menos como está y voy a poder alcanzar lo que me estoy proponiendo hoy en día (aunque esto se presta a la duda, siempre).
El otro día me junté con una amiga que, al igual que Clare, fue madre muy joven. De manera muy liviana, enunciando un monólogo que me atrapó por completo, me deslizó entre una idea y otra que a veces se pregunta qué hubiera pasado si hubiese decidido una cosa u otra. Entonces me pareció una situación perfecta para explicarle a alguien el concepto que estaba persistiendo los últimos días en mis pensamientos. De mi boca salieron las palabras “barco” y “hermano” y me hice la filósofa, la interesante, la existencialista (omitiendo el pequeño dato de que había sacado la idea de una serie yanqui llena de golpes bajos). Pero, al fin y al cabo, a mi amiga no le importó nada este último dato: la idea del barco hermano le gustó mucho.
La serie interpela, porque creo que todos y todas tenemos sueños frustrados. Veo sueños frustrados en mis amigas, en el futbolista que nunca llegó a primera, en mis familiares, en mi misma. Pero creo que hay sobre todo algo entre el arte y la frustración que se yuxtapone. Por ejemplo, cualquiera que quiere dedicarse a la escritura, a trabajar de eso, a vivir por escribir, se encuentra en un limbo, quizás a veces infinito, que no termina de decirnos si somos o no escritores, si aspiramos a serlo o si ya lo somos. ¿Qué es ser escritora? ¿Cuándo una puede decir que “se dedica a la escritura”? ¿Acaso alguien que escribe poemas en su casa y los deja en un cajón no es ya un escritor? Pareciera ser que no. Que no es suficiente. Los que aspiramos a ser escritores o escritoras en Buenos Aires, los que rondamos los 30 y el estrellato aún se ve muy lejano, estudiamos y además vamos a un trabajo de lunes a viernes para poder pagar el alquiler. A veces, cuando tenemos tiempo, escribimos notas, laburamos como pre-jurados, damos talleres, preparamos poemarios, crónicas o novelas para presentar en algún concurso. Y los mandamos. Y nos sentimos bien. Pero después, volvemos a un trabajo que no tiene nada que ver con el nuestro y otra vez nos preguntamos si siempre va a ser así, si el limbo es infinito, o si al fin va a aparecer una situación que lo cambie todo: si alguna vez nos van a habilitar la entrada para subir al barco hermano.
Estoy pensando en todo esto y me mandan el video de una cantante argentina vestida de encaje blanco bien apretado, rodeada de chicas que la apuntan con metralletas en un escenario: esa cantante es Cazzu y decide anunciar su embarazo en uno de sus shows. La veo y me da la sensación de que se subió al barco hermano, pero al mismo tiempo sigue estando en el otro. Pareciera que ella va a hacer convivir con esos dos mundos: ser una cantante argentina famosa y ser una madre joven. Que no va a dejar ni uno ni el otro barco. Va a ser Cazzu; va a ser madre. También, hace unas semanas se rumoreaba que Rosalía, mi cantante y música contemporánea favorita, estaba embarazada. Y lo primero que sentí fue miedo. Casi sin pensar dije en voz alta la palabra no. Creo que es porque no quiero que deje de hacer los CD´S que hace, porque no quiero que deje de viajar por el mundo mostrando su ropa y masticando caramelos con la boca abierta, porque no quiero que deje de bailar y hacer transpirar todo su pelo. Ahora bien, ¿por qué pienso que siendo madre no lo podría hacer?
Uno de mis poetas favoritos estos últimos días es T.S. Elliot. Y como siempre me pasa cuando vengo pensando en ciertas cosas, las encuentro en todos lados. Y siento que T.S. Elliot me responde en uno de sus Cuatro Cuartetos:
(…) El tiempo presente y el tiempo pasado
acaso estén presentes en el tiempo futuro
y tal vez al futuro lo contenga el pasado.
Si todo el tiempo es un presente eterno
todo tiempo es irredimible.
Lo que pudo haber sido es una abstracción
que sigue siendo perpetua posibilidad
sólo en un mundo de especulaciones (…).
Y sí, Elliot, al fin y al cabo, el barco hermano no es más que una especulación, una vida que nunca fue y que nunca sabremos si pudo haber sido. Quizás lo imaginemos siempre como la mejor opción, con un rumbo más interesante, cruzando mares, imbatible, victorioso. Pero quizás su fin va a ser igual al del Britannic, que zarpó cuatro años después del Titanic, queriendo hacer un camino nuevo, diferente, mejor, pero terminó hundido en el fondo del mar, al igual que lo hizo su hermano.