“El paro de hoy le va a costar a los argentinos casi 29 mil millones de pesos. La única manera de sacar adelante nuestro país es trabajando” aseguró el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, en un intento por deslegitimar la huelga general que el lunes 25 de junio paralizó la Argentina.
Establecer “cuánto pierde el país” es un clásico de los gobierno frente a un paro general. Pero en tiempos de redes sociales, las réplicas pueden viralizarse tanto o más que la provocación. Y puede terminar en un boomerang para el provocador.
Es lo que le ocurrió a Dujovne, cuyo tuit recibió una contundente respuesta de la ex ministra de economía bonaerense, Silvina Batakis. “Según Dujovne, un día de paro (cuesta) $29.000 millones. Eso por 246 días laborables es $7.134.000 millones. Según el INDEC, el PIB a precios corrientes 2017 fue $10.555.846 millones -hiló la economista-. Entonces gracias a los trabajadores se produce más del 60% del PIB”.
Recogiendo el guante que blandió el ministro, Batakis observó que “si todos los trabajadores pararon, entonces $29.000 millones (el costo de parar) dividido cada trabajador (11.755.044) nos da que el costo individual que generó cada uno que paró fue de $71.543. Bueno, para Dujovne es un costo, como para el gobierno. Pero podríamos decir que cada trabajador genera riqueza por $71.543 en un día, según los datos de Dujovne y del INDEC”, concluyó.
La reflexión de Batakis, como se dijo, respondió a una provocación de coyuntura, un intento desesperado del gobierno de Cambiemos para ponerle valor económico -y bajarle el precio político- a una huelga general cuya contundencia expresó el creciente descontento con las políticas oficiales. Pero la réplica puso el foco en un aspecto que puede ser clave en la discusión que viene: los trabajadores no son un “costo”, como machaca la remake neoliberal que gobierna la Argentina, sino generadores de riqueza que, eso sí, se distribuye de manera cada vez más desigual: el promedio salarial de los trabajadores argentinos araña los 13 mil pesos mensuales, muy lejos de los 71 mil pesos que cada trabajador genera por día, según la cuenta de Batakis.
¿Son los asalariados conscientes de su rol en la cadena productiva y económica del país? No se trata, por cierto, de auscultar la conciencia de clase de los trabajadores, o de memorar postulados marxistas, sino de establecer cuál es el punto de partida de la lucha que está por venir. Porque el gobierno intentará, más temprano que tarde, avanzar en su proyecto de “Reforma Laboral”, un plan que, aún desguazado en varios proyectos de ley, se propone revocar derechos y conquistas históricas de los trabajadores en pos de la “modernidad”.
En ese contexto, la discusión sobre “el costo” de la huelga general del lunes 25 de junio puede servir como hito para la discusión que llega. Con sindicatos unidos -aunque sea en la acción- y trabajadores con plena conciencia de su aporte a la creación de riqueza, no le resultará sencillo al gobierno culpabilizar a la clase obrera de ser un obstáculo para el crecimiento del país. Eso es, precisamente, lo que intentó hacer Dujovne con su tuit. O el propio presidente Mauricio Macri, con un video en el que pretendió mostrarse “trabajando” en la Casa Rosada durante el paro. Esa morisqueta presidencial, por cierto, tampoco resultó bien: los tuiteros se divirtieron marcando “la cara de feriado” del primer mandatario y el horario vespertino de la grabación.
Si el país se mantiene en el subsuelo de sus posibilidades económicas no es por el “costo” de los trabajadores, sino por la dilapidación de la riqueza que los trabajadores generan. El Estado, claro, es responsable, pero no el único culpable: la ineficaz distribución del gasto público -obscenidades y excesos incluídos- dañan menos a la economía argentina que la pésima distribución del ingreso, patología que está en la base del postergado “despegue” económico nacional.
Los sindicatos, se supone, tienen como misión principal representar a los trabajadores en la puja distributiva. Hay quienes lo hacen, y hay quienes no. La distinción entre unos y otros gravitará en el armado opositor en ciernes. Luego de décadas de descrédito -en muchos casos, más que merecido-, gremialistas como Hugo Moyano (camioneros) y Sergio Palazzo (bancarios) se proponen constituir la columna vertebral de un armado opositor con eje en el peronismo, pero que incluya expresiones políticas y sociales gestadas en la calle. Conducir las demandas de la base -hoy huérfana o con liderazgos disgregados- debe ser uno de los primeros objetivos del armado opositor. Otra misión, igual de urgente, es decantar internas y establecer postulantes que estén a la altura del desafío que viene y representar esa diversidad que hoy se une en la acción.
Si eso ocurre, es probable que más temprano que tarde se diluyan los límites y frague una propuesta electoral que erradique la sensación de orfandad que hoy cunde en parte de la sociedad descontenta. Y en 2019 Dujovne descubra, entonces, cuánto puede costar un paro.