Néstor Kirchner fue el único hombre, en varias décadas, que tuvo la decisión de terminar con años de olvido en torno de “la cuestión conurbana”.
Desde muy chico, mi papá me empezó a hablar del peronismo y de lo que había significado «El Pocho» (porque así se refería mi padre a Perón) para el desarrollo de nuestro país y el bienestar de su gente. En lugar de aprender las canciones de María Elena Walsh, yo sabía cantar la Marcha Peronista a los nueve años, y mi papá aprovechaba las reuniones familiares para mostrar a su hijo cantor.
El método de mi viejo para convertirme en un peronista precoz era tan simple como efectivo: cada vez que viajábamos en el auto, él me iba marcando los testimonios más importantes de la obra pública que había sido construida durante el período clásico de la etapa peronista. Para completarla, cada vez que pasábamos por alguno de aquellos monumentos históricos moldeados en hormigón, la remataba con un «y está así desde aquella época eh. Nadie le puso un ladrillo encima siquiera».
Y claro, la victoria documental del peronismo por sobre los gobiernos (radicales o militares) que le habían sucedido, era apabullante. Ni siquiera la efímera experiencia setentista podía hacerle sombra a aquel proyecto de país que mi papá había conocido cuando apenas tenía la edad que yo tenía cuando él me mostraba estas cosas.
Lo más maravilloso (y esto pude comprenderlo recién con el paso del tiempo) es que mi viejo no había sido un beneficiario directo de las políticas del primer peronismo. Sí mi madre, pero él no. La casa de mis abuelos paternos era el típico hogar de clase media con aspiraciones, donde siempre te contaban que «nunca había faltado nada». Los frutos que daba la inmobiliaria de mi abuelo, hicieron que sus dos hijos (mi papá y mi tía) crecieran sanos y felices, y que mi abuela no haya tenido la necesidad de trabajar nunca en su vida (cumplía con algunas tareas de ama de casa). Para colmo, mi abuelo era dirigente de la Unión Cívica Radical, y llegó a ser Concejal durante dos períodos, siempre en el frondizismo.
Por eso pienso que mi papá tuvo cierta abstracción, como para poder valorar a la obra de gobierno del primer peronismo, en toda su dimensión. No se trató, en absoluto, de un berretín para sacarle canas verdes a su padre. Al contrario: mi papá admiraba profundamente al suyo. La cuestión del peronismo tenía que ver con una ecuación muy sencilla: a mi papá le gustaba vivir bien, pero además quería que todo el mundo viviera de esa manera.
Nunca escuché de boca de mi viejo, anécdotas del tipo “gracias a Perón en mi casa tal cosa”. Sí, en cambio, de boca de mamá. Pero mi viejo me marcaba otras cosas, y aquí es adonde vuelvo a las anécdotas arriba del auto, cuando mi papá, mientras manejaba, me iba señalando las marcas indelebles que fue dejando el peronismo en el espacio público urbano: el Viaducto y el Hospital Presidente Perón en Sarandí; el Evita de Lanús; los Bosques de Ezeiza y el Hogar Escuela Eva Perón; la Universidad Obrera Nacional (luego UTN); la autopista Ricchieri, y así podríamos seguir enumerando los sitios a través de cuales el peronismo dejó su huella.
Nótese que me dediqué a mencionar sitios ubicados en el conurbano, en especial de la zona sur. Ese ideario de obra pública se ha extendido, no solo hacia todo Gran Buenos Aires, sino que recorrió todo el país.
Pero volviendo al conurbano, también hay que decir que durante mucho tiempo, esa visión de administrar un territorio fue directamente olvidada o, en el mejor de los casos, distorsionada, como lo fue la experiencia del Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense instrumentado en la década del noventa: un despilfarro de 600 millones de dólares mensuales que sirvió para maquillar el atraso gubernamental de todos los gobiernos que habían precedido al menem-duhaldismo.
Hubo que esperar casi sesenta años para que un nuevo Gobierno Nacional entendiera nuevamente al conurbano como una “cuestión nacional”, es decir, una construcción histórica muy compleja, nacida del éxodo interno que se produjo en nuestro país desde la década del treinta en adelante.
Néstor Kirchner fue el único hombre, en varias décadas, que tuvo la decisión de terminar con años de olvido en torno de “la cuestión conurbana”, introduciendo un cambio en la matriz administrativa que terminó con la lógica que hasta entonces delineaba la política municipal en el Gran Buenos Aires: los llamados “Municipios ABL”.
Un Municipio “ABL” era aquella unidad de gestión que únicamente se encargaba de recaudar las tasas de Alumbrado, Barrido y Limpieza para poder, con esas migajas, subsistir administrativamente pagando los sueldos de los empleados y realizando alguna que otra obra pública de baja intensidad, como bacheo, desagües y/o algún que otro parque. En el medio, se esperaba que a los gobiernos de Nación y Provincia se les ocurriera llevar adelante alguna obra de envergadura, ya sea un hospital, una escuela, o algo similar.
El kirchnerismo terminó definitivamente con “los Municipios ABL”. En algunos casos por conveniencia, en otros por convicción, Néstor Kirchner trabó una serie de acuerdos políticos con los Intendentes, que a su vez se convirtieron en brazos ejecutores de las políticas públicas nacionales. Hoy, cuando uno pasea por el conurbano con sus hijas, no tiene que andar aclarando quién es el responsable de esa transformación.
Este tipo de decisiones, son las que les cambian la vida a las personas, porque repercuten en el día a día. Acá no hay cháchara posible y Néstor Kirchner ya está instalado en la memoria colectiva de la mayoría de los habitantes del Gran Buenos Aires como el hombre que quiso y pudo.
Por eso estas líneas, por eso estas lágrimas.